“Cuando llegué a París, de inmediato comprendí que el interés de esta ciudad, era la posibilidad que ella me ofrecía de vivir al lado de gente propiamente ociosa. Yo mismo soy un ejemplo de ocioso: nunca trabajé en mi vida, nunca tuve un oficio, salvo una vez, durante un año en Rumania, cuando enseñé Filosofía en Brasov. Fue insoportable. Y esa fue igualmente la razón por la cual vine a París. En su propio país, uno debe hacer algo, pero no necesariamente cuando uno vive en el extranjero. Yo he tenido la dicha de vivir más de cuarenta años de mi vida en la ociosidad y – ¿cómo le digo? – sin Estado. Lo que hay de interesante en París es, yo creo, que uno puede, que uno debe vivir como un extranjero radical, de modo que uno no pertenece a una nación, sino solamente a una ciudad. Yo me siento en cierta manera parisino, pero no francés – sobre todo no francés.
(…) Hay dos libros que, para mí, representan, expresan a París. De entrada ese libro de Rilke, Los Cuadernos de Malte Laurids Brigge, y luego el primer libro de Henry Miller, Trópico de Cáncer, que muestra otro París diferente al de Rilke, inclusive contrario, el París de los burdeles, de las prostitutas y de los proxenetas, el París del fango. Y es también ese París que yo conocí: (…) el París de los hombres solos y de las prostitutas.
A decir verdad, ya había vivido la misma cosa en Rumania: la vida del burdel era muy intensa en los Balcanes. Y era también el caso de París, al menos antes de la guerra (…). Cuando llegué aquí, había tenido largas conversaciones con muchas de esas damas. Al principio de la guerra, yo vivía en un hotel no muy lejos del bulevar Saint-Michel y trabé amistad con una prostituta, una vieja dama de cabellos blancos. Llegamos a ser muy buenos amigos; quiero decir: ella era demasiado vieja para mí. Pero era una increíble comediante, con un talento para la tragedia. Yo me la encontraba casi cada noche hacia las dos o tres de la mañana, pues yo regresaba siempre muy tarde a mi hotel. Eso fue al principio de la guerra, en 1940 – o mejor dicho, fue antes de la guerra, ya que durante la guerra uno no podía salir después de la medianoche. Nosotros paseábamos juntos y ella me contaba su vida, toda su vida – y la forma en la que ella hablaba de todo eso, las palabras que utilizaba: ¡yo estaba fascinado! (…) Las experiencias que he tenido en mi vida con este tipo de personas me han enseñado más que los encuentros con intelectuales.”
Emil Cioran
Entrevista con Hans-Jurgen Heinrichs
París, 1983
Foto: Emil Cioran sentado en el Jardín del Luxemburgo
Fuente: Libros Colgados