Revista Expatriados

El peor lugar del mundo para trabajar

Por Tiburciosamsa
El peor lugar del mundo para trabajar

Si hemos de creer a Michael Soussan, el autor de “Puñaladas traperas para principiantes” (“Backstabbing for beginners”), el peor lugar del mundo para trabajar es el Secretariado General de Naciones Unidas. Para que no se ponga en tela de juicio, transcribo la descripción de la situación en una unidad que había perdido una batalla administrativa: “Era el clásico plan de batalla de Naciones Unidas. Restringe los poderes de una oficina y luego atácalos por no hacer nada. Íbamos a la oficina por la mañana, nos quejábamos todo el día y volvíamos a casa por la noche. La gente empezó a beber más de lo razonable en el almuerzo y había tantas recetas de medicamentos circulando por la oficina que hubiéramos podido abrir una farmacia. Más de la mitad de la gente en la oficina tenía algún tipo de problema en la espalda, lo que era prueba de nuestro mal chakra colectivo. Cuando mis colegas no estaban inhalando relajantes musculares antes de las reuniones, tomaban valium o xanax. Muchas de las secretarias se ponían piripis a la hora del almuerzo en los jardines de Naciones Unidas y luego pasaban la tarde descargándose música de internet.”


Para conseguir este grado de disfuncionalidad laboral es preciso aplicar con todo rigor las siguientes normas:

- Divide y vencerás: Los directores tienen autoridad, sin responsabilidad; no son ellos quienes firman los papeles. Sus asistentes tienen responsabilidad sin autoridad; firman papeles, pero no son ellos quienes toman las decisiones. Todo asistente se siente frustrado y detesta a su director. Todo director teme que cualquier día su asistente le pegue una puñalada trapera para quedarse con su puesto, por venganza o simplemente porque la luna está en conjunción con Saturno. Un corolario de esto es que el asistente de tu enemigo es tu amigo.

- “Incluso los paranoicos tienen enemigos”, dice Soussan. Expresado en palabras de un jefe que tuve: “No te busques enemigos. Sólo con respirar, ya te surgen, así que imagínate si encima te empeñas en pisar callos.” Por otro lado, si no tienes enemigos, preocúpate. Eso quiere decir que eres tan insignificante, que estás tan abajo en la escala administrativa que nadie se toma la molestia de odiarte, entre otras cosas porque no tienes el poder de pisar callos. Soussan cuenta la anécdota de que Napoleón estaba pensando en nombrar a un joven embajador en determinado país. Su Ministro de Asuntos Exteriores, Tayllerand le disuadió: “No creo que sirva. Los años que tiene y todavía no se ha hecho ni un solo enemigo.”

- Nunca te quedes con una patata caliente entre las manos; pasa las patatas calientes a otros lo antes posible. Ya puestos a curarte en salud: evita tomar decisiones o, si eres muy maquiavélico, borra el rastro que conduzca de la decisión hasta a ti. Como señaló un alto funcionario onusiano: “Si dejas los problemas tranquilos el suficiente rato, la mayor parte de ellos se disipan por sí mismos.”


¿Cómo obrar cuando un problema es terco y no quiere disiparse? Veamos un ejemplo concreto: recibes un informe que señala que si no se toma acción inmediata, el Albacete F.C., donde juega un delantero de Tianjin, ganará la Liga y cinco millones de chinos vendrán a festejarlo bañándose en La Cibeles. Rápidamente le pones un post-it que diga: “Comprobar la veracidad del informe” y se lo pasas a un colega, que te odiará cordialmente porque ahora, durante unas horas, él tiene la patata caliente. El colega rastrea en internet cualquier documento que apoye lo afirmado en el informe. Tan pronto encuentra algo, lo imprime, lo aneja al informe y pone su post-it vengador: “Veracidad confirmada. Consúltese informe anejo.” Vuelves a tener la patata caliente. ¿Qué haces? ¿Repites la jugada, poniendo por ejemplo un post-it que diga: “Recomendar posibles acciones legales” y se lo mandas a la Asesoría Legal? Una vez una patata caliente te ha cogido querencia tiende a volver a tu mesa y cuantas más veces vuelve, más tiempo pasa y más aumentan las posibilidades de que el asunto estalle. No, la solución no pasa por poner otro post-it. Ahora se trata de convocar una reunión. Lo mejor de las reuniones es que diluyen la responsabilidad. La decisión es colectiva. O, mejor todavía, se acuerda no decidir nada. En un universo donde nada se crea ni se destruye, sino que sólo se transforma, Naciones Unidas ha descubierto cómo destruir la responsabilidad.

- La preocupación con eludir patatas calientes ha hecho que los funcionarios onusianos desarrollen la paranoia contra lo escrito. A las burocracias les encanta escribir. Sólo sucede de verdad lo que ha sido escrito. Uno puede negar que existió una conversación telefónica, pero no puede negar que el 6 de marzo le enviaron un papel informándole que cinco millones de chinos esperaban en la estación de autobuses de Tianjin el autobús Tianjin-Madrid. Escribir las cosas no es sólo una manera de evitar que se olviden. Eso es lo de menos. Las cosas se escriben o para protegerse en el futuro (“yo ya advertí de que estaban viniendo”), o para atacar a otro en el futuro (“Él conocía esa información desde el 6 de marzo, si no hizo nada es su responsabilidad”).

En su forma más extrema, el funcionario paranoico acaba por pensar que todos los escritos están elaborados con la sola función de perjudicarle. “Seguro que esta nota que dice que me han concedido el permiso que pedí, la han hecho para joderme. Pero no me pillarán. De aquí no me muevo en agosto, por más autorizaciones escritas que me envíen.”

Pero ojo, que no todos los escritos hayan sido pensados para joderte, no significa que no haya algunos que sí que hayan sido pensados con esa función. Hay escritos cuya sola lista de destinatarios ya está pensada para chinchar. En Naciones Unidas los destinatarios de un escrito se relacionan por orden jerárquico. ¿Quieres joder a fulano? ¡Ponle justo después de la señora de la limpieza en los destinatarios! ¿Quieres que mengano se suba por las paredes de rabia? ¡Mejor todavía! No le incluyas entre los destinatarios y deja que se entere en los pasillos. Eso sí que jode, que vayas al baño a echar una meada, te cruces con uno de otra división y te pregunte: “¿Qué te parece lo de los chinos?” Tú respondes sorprendido: “¿Qué chinos?” “Lo de los cinco millones de chinos que en el bar de carretera que hay a las afueras de de Tashkent se bajaron y pidieron un coca cola cero para compartir.” Ya tenemos a un funcionario onusiano que va a mear morado de la rabia que tiene.

Soussan se ha currado el tema de los escritos y los ha categorizado con gran cuidado: “Los memoranda, como las bombas, tienen sistemas de guía. Hay memos inteligentes y memos tontos. Un memo inteligente tiene un objetivo definido y puede navegar por el sistema sin causar demasiado daño colateral. Un memo tonto puede causar más daño al que lo envía que al que lo recibe. Mucho depende de la capacidad del burócrata de controlar su ira.”


- El lenguaje tiene muchas funciones, pero describir la realidad o comunicarse no son las más importantes. En Naciones Unidas, el lenguaje puede servir para embellecer una realidad que no gusta, para justificar una decisión tomada (o más a menudo para explicar porqué no se hizo nada) y para eludir la responsabilidad. Una operación no se convierte en un fracaso, en tanto en cuanto nadie la califique con esa palabra. ¿Por qué calificarla de “fracaso” cuando se puede decir que “no alcanzó todos los resultados anticipados”? Por otra parte, ¿por qué atarse las manos diciendo “la Asesoría Legal planteará una demanda el lunes por la mañana contra el conductor del autobús que llevaba a los cinco millones de chinos”? Esa frase es peligrosa: ha definido un sujeto, una acción y un momento para ejecutarla. Uno se ha atado las manos. En cambio si se dice: “Las partes concernidas tomarán las medidas adecuadas a la mayor brevedad,” uno se deja todas las puertas abiertas, incluida la de no hacer nada.

- “La verdad no es una cuestión de hechos sino el resultado del consenso.” Soussan advirtió que en sus inicios se le toleraba que dijera la verdad en razón de su inexperiencia, pero a medida que fue adquiriendo responsabilidades lo que se esperaba de él es que supiera cómo retorcerle el brazo. Al cabo de un tiempo de trabajar en Naciones Unidas acabó entendiendo que la mayor parte de las veces es mejor que te pillen mintiendo que no que te obliguen a admitir una verdad, porque hay cada verdad…

Así vistas las cosas, no resulta extraño que el mejor consejo que recibió durante su tiempo en Naciones Unidas se lo diera un veterano que estaba muriéndose de cáncer y al que ya no le molestaba la verdad: “… sé inteligente y vete de aquí echando leches. Cuanto antes, mejor (…) Si te quedas ahora, probablemente te quedarás toda la vida. Te casarás, tendrás hijos y estarás pillado. Así que vete. Vete de aquí mientras todavía eres joven.”


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