Conozco a Ignasi Vidal desde hace algo más de quince años -aunque creo que él no me recuerda en esa época-; concretamente desde los ensayos del musical «Grease», donde él interpretaba, bajo las órdenes del añorado Luis Ramírez, el papel de Doody. Por aquella época «se anunciaba en los carteles», como se cecía antes, como Nacho Vidal, un nombre que por corrección pornográfica se tuvo que cambiar, aunque los amigos le siguen llamando Nacho. Después de «Grease», vino «Rent» -le entrevisté por primera vez en esa ocasión-, y más tarde, entre otras, «Jesucristo Superstar», «Spamalot», «Los miserables» y «La bella y la bestia», que le han colocado en el olimpo un tanto friqui de los musicales, un género tan respetable teatralmaente como peligrosamente tendente al friquismo (y no hablo solo de nosotros los aficionados).
Hace un par de años, Nacho me llamó y me preguntó si querría prologar una obra suya de teatro que iban a publicarle. Le dije que sí antes de leerla, porque Nacho me ha inspirado siempre confianza. La leí y descubrí a un hombre de teatro; mejor dicho, a un hombre que ama el teatro, que no siempre es lo mismo. Descubrí, además, a un autor sanguíneo y terrenal. Escribí el prólogo y entre otras cosas dije:«Los tres personajes -Paco, Ramón y Andrade- son personajes de andar por casa, tipos corrientes a los que podemos encontrarnos en el ascensor o en la panadería; jóvenes alcanzados por los zarpazos de la crisis y envueltos en las angustias que provocan la inseguridad, el paro, la vida en pareja, la madurez... Y eso los convierte en contemporáneos y universales. Su peripecia, sus inquietudes, sus problemas, sus aspiraciones, sus conversaciones... son cercanos, reconocibles. La obra, así, entra en diálogo con los espectadores, que ven sobre el escenario, fundamentalmente, una historia con sabor amargo de amistad, camaradería y compañerismo, que hace que el escenario, una vez más, sea un espejo de la calle y acompañe el caminar cotidiano del público».
La obra se titula «El plan», y Nacho la acaba de estrenar en La pensión de las pulgas, dirigida por él mismo, con producción de Esther Santos Tello (el hada madrina de este texto) y un reparto integrado por Chema del Barco, Javier Navares y David Arnaiz. Sobre el texto poco más tengo de decir, salvo que gana y toma relieve en boca de los actores. Eso dice mucho de un autor teatral porque yo creo, como me dijo en una ocasión Miguel del Arco, que el texto es un pretexto. Cuando se escribe un texto, solo se le ha dado a luz. Después le toca crecer por su cuenta.
Nacho, que canta, actúa, compone, escribe y no sé cuántas cosas más, también dirige. Y lo hace bien. La pensión de las pulgas es un marco perfecto para esta historia cotidiana y sudorosa. Nacho conoce muy bien a los tres protagonistas y domina los tonos de la agridulce función, aunque mejoraría si se avivara el ritmo en alguno de sus momentos. Chema del Barco, Javier Navares y David Arnaiz -especialmente el primero- brindan naturalidad y emoción a los tres amigos. Me alegra poder decir que yo asistí al parto de esta obra (su edición) y que he visto como la criatura ha empezado a andar. Espero poder decir en un futuro cercano que también la he visto crecer y madurar.