Revista Política
Escribo con urgencia, bajo el influjo emocional de la muerte de Miguel Delibes, que acaba de producirse esta mañana.
Así que Delibes ya nunca tendrá el premio Nobel. Lo dicho sea de paso habla bastante mal del nivel cultural o simplemente mental de quienes manejan ese puerco mundo de los premios literarios. Ellos se lo pierden desde luego, pero habría sido bonito un reconocimiento internacional para quien, guste o no guste, ha sido el último escritor en castellano de aliento clásico. Confieso que hace pocos años firmé una petición colectiva reclamando el Nobel para Miguel Delibes, y he de decir que no me arrepiento de haberlo hecho a pesar de seguir considerando que de bastantes años hacia aquí los Nobel de literatura son una mascarada indigna.
Más importante que todo eso, con Delibes se va un modo de narrar cercano a la tierra, estrictamente campesino y pegado a las raíces de su país. Del suyo, que no del mío, porque Delibes fue un escritor castellano hasta la médula, y aunque usemos para la escritura el mismo idioma entre él y yo hay una distancia sideral, y obviamente no sólo en la calidad literaria que nos separa. Precisamente esa es la grandeza de idiomas como el castellano o el francés, vehículos en los que se expresan gentes tan distintas, que han devenido lenguas universales de cultura.
Como persona Miguel Delibes fue un hombre esencialmente conservador, pero su comprensión del medio rural, adquirida desde la propia vivencia, le acercaba extrañamente a escritores de perfil izquierdista, autores como Ramón J. Sender, quien al igual que Delibes, conoció directamente la dureza del campo español de décadas pasadas. En "Los santos inocentes", una de las obras más populares de Delibes, hay más dinamita contra el sistema caciquil y la figura de los terratenientes que en toda la producción ensayística anarcosindicalista sobre el tema. Para muchos, sin embargo, es "Cinco horas con Mario" la novela cumbre de Miguel Delibes, y acaso la mejor novela escrita en castellano en España en la segunda mitad del siglo XX. A mí me sigue pareciendo estremecedora cada vez que la vuelvo a leer, tal vez porque me aviva el recuerdo de una historia espeluznante que conocí hace ya bastantes años y que está directamente ligada a ese texto. Tal vez la explique algún día en forma de cuento.
Sin embargo el mejor Delibes está a mi juicio en "Diario de un cazador". Compré ese libro hace 30 años en una librería de Barbastro, durante una parada en un viaje al Pirineo aragonés en el "850" de una novieta que tenía en aquellos tiempos. Lo leí durante el viaje por carreteras y pueblos entonces todavía literalmente perdidos, y la prosa seca y precisa de Delibes me caló por completo. Muchos años más tarde llegué a la conclusión de que como dice Eduardo Mendoza en su último libro de cuentos, lo importante en narrativa no es lo que se dice sino cómo se dice. En ese sentido la vida menuda que traspasa "Diario de un cazador" es desde luego un vehículo para que Delibes exprese toda su capacidad como narrador, pero también el cauce para hacernos comprensiva la mirada honda y calma del hombre de campo, cuya filosofía de la vida ha sido tallada por el paso de los siglos y heredada de las generaciones que antes que él pisaron el viejo terruño. Así era en el caso de Sender, y así ha sido en el caso de Delibes.
Lo que acaba de morir no es tanto un escritor enorme como un modo de entender y vivir la vida, el modo propio y finisecular de los campesinos, que con la desaparición de Miguel Delibes pierde definitivamente la posibilidad de expresión literaria.