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John Key, Primer Ministro de Nueva Zelanda, ha negado ser un alienígena reptiloide. Más aún, asegura que jamás de los jamases ha viajado por el espacio exterior y que tampoco ha visitado una nave espacial. O, al menos, no lo recuerda.
El Primer Ministro se ha visto obligado a realizar tales declaraciones en respuesta a una pregunta tramitada a través del Acta de Información Oficial (OIA), una ley por la que cualquier ciudadano neozelandés tiene derecho a reclamar información de su gobierno que pueda ser considerada de interés público. En este caso, el solicitante ha sido el señor Shane Warbrooke, quien pedía al máximo cargo de su gobierno aclarar su posible pertenencia a la raza de invasores extraterrestres cuyas malévolas intenciones vienen siendo denunciadas públicamente por el investigador británico David Icke desde hace años.
El señor Warbrooke afirma haber quedado satisfecho con la respuesta, aunque ha lamentado que el Primer Ministro se haya demorado el tiempo máximo permitido por la ley para responder: veinte días laborables.
No obstante, ningún conspiranoico de pro debería sentirse satisfecho con la respuesta de John Key, aunque la reacción positiva del señor Warbrooke es comprensible: en asuntos graves, la tendencia general es no dudar de la versión oficial y mucho menos implicar a las estructuras del Estado democrático. Es quizás una muestra más del narcisismo pueril de una sociedad que se mira el ombligo y es incapaz de cuestionar que su bando pueda dejar de ser, en algún momento, el de “los buenos”.
El párrafo anterior ha sido copiado literalmente de otro artículo de este blog en el cual se defiende la posibilidad de las conspiraciones a escala global, aunque bajo ningún concepto la dirección de esta web se adscribe a los canales insurgentes, pues también se pone en duda la capacitación de los adalides de la Resistencia para ejercer una oposición firme a los peligros que acechan a esta nuestra humanidad.
Se engañan quienes creen rechazar las teorías de la conspiración por motivos de salud intelectual. Más bien se trata del proceso contrario: la pertenencia inconsciente a una narrativa social por la que la idea de conspiración queda preestablecida como pensamiento irracional sin que exista, paradójicamente, un proceso racional para tal consideración. Estamos ante los sabios que se negaban a mirar por el telescopio de Galileo para ver las lunas de Júpiter, puesto que el paradigma de la época decía que no era posible que existieran lunas en Júpiter. Puesto que la estructura ordenada y divina del cosmos tenía sentido, el telescopio era una herramienta inútil si demostraba lo contrario.
Pero en el caso del rechazo sistemático de las conspiraciones, entra en juego otro factor clave: la disonancia cognitiva, el miedo a descubrir que esta sociedad es maltratada por sus supuestos cuidadores, de quienes cada uno es responsable gracias al sistema electoral establecido.
El más popular de los paladines de la susodicha Resistencia es el mencionado David Icke, de cuyas teorías este blog se hizo eco en su día, rastreando los contenidos de su discurso hasta las fuentes de que se alimenta el investigador y líder de las masas rebeldes que resisten y resistirán siempre al invasor, pues poseen un arma que supuestamente los hace invencibles: el fanzine.
En cualquier caso, los terrícolas de buena voluntad que en el mundo habitan, que alguno habrá, no han de temer por las invasiones reptilianas. Como se ha dicho, la aptitud de los diferentes movimientos de liberación planetaria es cuestionable, pero, afortunadamente, la competencia estratégica de los alienígenas para invadir este planeta es lamentable. Para demostrarlo, nada mejor que remitirse a los datos.
Por ejemplo, la primera invasión de la que se tiene noticia, al menos en términos oficiales, y que conocemos gracias a la crónica que de ella hiciera H. G. Wells bajo el nombre de La guerra de los mundos, resultó exitosa en un primer momento, pero se fue al traste porque los marcianos no contaron con que podían ser vulnerables a ciertas bacterias terrestres, así que en cuanto quedaron expuestos a los microbios se les bajaron los humos y los terrícolas les dieron para el pelo.
Este exceso de confianza ha sido la tónica de todos los intentos posteriores por ocupar nuestro planeta. Se trate de la raza de que se trate, son todos unos gallitos de tomo y lomo incapaces de prever los posibles riesgos de adentrarse en territorio desconocido y, en consecuencia, carecen de un plan B que les saque las castañas del fuego cuando las cosas se les ponen feas.
En realidad, los malos del universo parecen formar una panda bastante cretina como para que nos tengamos que preocupar en organizar una resistencia más o menos seria. En 2002, por poner otro ejemplo, supimos, gracias al director de cine y amante de los misterios Michael Night Shyamalan, de unos alienígenas bastante feos que daban mucho yuyu cuando se intuía su presencia en los maizales; sin embargo, los terrícolas descubrimos a tiempo, menos mal, que los bichos eran intolerantes al agua…
¿Qué cabe decir de una civilización de invasores despiadados que se anima a adueñarse de un planeta cubierto en sus tres cuartas partes por el líquido que los descuajaringa?
Se podría aludir, no obstante, que los reptilianos son más inteligentes, y que por eso ya se han apoderado del mundo. De ser así, no hay nada que objetar, pues ya estamos condenados y en nuestra ignorancia nada se puede hacer.
O quizás sí…
Esta raza de invasores, según apuntan las crónicas, podría remontarse a los tiempos de Caín, literalmente hablando; o sea, que nos tienen pillados por los mismísimos desde que nuestro genoma era imberbe. Sin embargo, volvemos a lo dicho: les puede la confianza. En los últimos años, se vienen observando síntomas de su debilidad, quizás crisis internas, quizás el efecto habitual por el que toda civilización entra en barrena, algo así como el pan y circo que acabó con Roma, o el desafortunado “que les den brioches” con que Luis XVI despreció al pueblo, condenándose a la guillotina.
Si no, no se explican fallos garrafales en la discreción de una conspiración diezmilenaria como el siguiente, ocurrido en 2013, en que a uno de los guardaespaldas de Obama se le fue la cobertura holográfica y quedó expuesto a las cámaras como el reptiliano que presuntamente era.
Ante las reclamaciones del pueblo, la portavoz del Consejo de Seguridad Nacional, Caitlin Hayden, hubo de emitir un comunicado ciertamente inquietante por cuanto no lo desmentía:
I can’t confirm the claims made in this video, but any alleged program to guard the president with aliens or robots would likely have to be scaled back or eliminated in the sequester.
Sea como sea, estos fallos se antojan intolerables en una fuerza de invasión que debe mantener a raya un rebaño de siete mil millones de humanos. O quizás, concediéndoles el beneficio de la inteligencia, hemos demostrado ser tan estúpidos que ya nada les preocupa. Han bajado la guardia, y deberemos estar atentos a la más mínima oportunidad de liberarnos.
Comandante Icke, oficial Warbrooke y rebeldes adjuntos: que la fuerza os acompañe.
Porque, bien pensado, es mejor creer en ello que sentirse mal por lo que pueda padecer el pobre guardaespaldas, si es que se diera el caso de que todo esto ha resultado ser un desafortunado malentendido, tal y como apunta en su comentario uno de los lectores de la página de la que se ha extraído esta información:
—Oye, Joe, no te lo vas a creer. ¡Estás por todo internet!
—¿…? ¿Cómo? ¿Por qué estoy en internet?
—Dicen que eres un alien.
—¿Que soy un qué…? ¿Por qué piensan que soy un alien?
—Bueno, verás, sales en este vídeo y se te ve tan mala cara que tiene que ser la de un alien…
—¿Quieres decir… que todo el mundo piensa que soy feo…?
—…Lo siento, Joe…
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