El día después del asesinato, Ruby se despertó a las nueve y media, una hora más tarde de lo acostumbrado. Se sentía radiante, con energías renovadas y una extraña sensación de regocijo en su interior. Por fin lo había conseguido.
-No me puedo creer que te hayas atrevido -había exclamado su amiga Marty Miller cuando se lo contó aquella tarde-. Aunque la verdad, era de esperar. Todos sabíamos que acabarías por hacerlo.
-Se lo merecía -había respondido Ruby sin dudarlo.
-Pero… ¿no te sientes culpable?
Marty siempre hacía las preguntas más inoportunas.
-Por supuesto que no -ella había sido tajante. Aunque siendo completamente sinceros, eso no era del todo cierto.
Horas más tarde, Ruby había quedado con su novio de seis meses, Jimmy Wright. Jimmy la esperaba impaciente y, nada más verla, la interrogó con la mirada. Ella asintió con la cabeza.
-¡Bien hecho, pequeña! -la felicitó él-. Pero lo hiciste tal y como te dije, ¿no?
Jimmy se había pasado casi dos horas investigando por internet, contrastando ideas y opiniones hasta elaborar el plan perfecto; o al menos eso le había contado. La verdad es que Ruby no creía que Jimmy fuera capaz de pasar más de media hora concentrado en una sola tarea. Probablemente lo había sacado todo de Wikipedia.
-Pues claro, ¿por quién me has tomado? -había respondido ella fingiendo ofenderse.
En realidad, Ruby no había seguido las instrucciones de Jimmy al pie de la letra. Después de todo, ¿qué mal podía haber en improvisar un poco? Al fin y al cabo, John McClane no seguía las directrices de nadie y siempre se salía con la suya, ¿no?
Así pues, la mañana siguiente al asesinato, Ruby se levantó de su cama dispuesta a disfrutar de su renovada libertad. Irónicamente, las cosas no resultaron exactamente como ella había esperado.
Ruby Hart tenía veintidós años y cuatro meses el día que su vida cambió por completo. Y como suele suceder en estos casos, Ruby no tenía la menor idea de todo lo que se le venía encima. “Nadie espera lo inesperado”, solía decirle su abuela.
-¿Y qué pasa si tienes poderes psíquicos, como Johnny en ‘La zona muerta’? -le preguntó una vez Ruby, no sin razón.
-Está bien. Puede que algunos sí se lo esperen.
Aquella pregunta no extrañó a la abuela Dolly, que estaba más que acostumbrada a las peculiaridades de su nieta. Por el contrario, Dolly a menudo se jactaba de ser la única persona en el mundo capaz de comprender las singularidades de la joven. Había vivido con ella durante muchos años y la había visto crecer mientras sus padres se alejaban cada vez más. Por supuesto, había estado con ella en sus mejores y peores momentos, desde la primera carcajada hasta la última lágrima. La había cuidado como si fuera su propia hija. Pero sobre todo, y de eso se enorgullecía con pasión, la había introducido por completo en el maravilloso mundo del cine.
La noche en que su madre se marchó de casa, Dolly le puso a su nieta una película en blanco y negro llamada ‘Luna de papel’. Y Ruby, que tenía siete años y no había dejado de llorar desde el sonoro portazo, se quedó irremediablemente prendada de la historia y sus personajes. Durante una hora y media olvidó todo lo malo que había sucedido aquel día. Y al terminar, quiso repetir. La magia había empezado a crecer dentro de ella.
El día que Ruby empezó el colegio, Dolly la sentó en el viejo sofá y la obligó a ver ‘El club de los poetas muertos’. Ruby comprendió entonces que aquella historia no trataba de espíritus que se reunían para aterrorizar a la gente con sus poemas. Al finalizar la película, ambas se secaron las lágrimas y Ruby ansió con todas sus fuerzas que alguno de sus profesores resultara ser como míster Keating. Años más tarde, la decepción todavía era amarga.
Cuando Ruby se enamoró por primera vez, -y del chico menos apropiado-, Dolly decidió que era el momento perfecto para ‘La chica de rosa’. Después de aquello, su nieta se empeñó en diseñar su propio vestido de gala para el baile, aunque los resultados no fueron particularmente satisfactorios.
Al detener a su padre por tráfico de drogas, Ruby ya no necesitó que su abuela tomara la iniciativa. En silencio y sin dudar un instante, se acercó a la poblada estantería del salón y tanteó cada centímetro hasta encontrar la carátula de ‘Cadena perpetua’. A continuación, ella y Dolly se acomodaron en el nuevo sofá y disfrutaron de una de sus películas favoritas, que pronto adquirió un significado diferente. Aquella noche, Ruby deseó que su padre encontrara a su propio Red.
Por eso, cuando la mañana del veintitrés de mayo, la policía llamó al número 23 de Hawthorne Street, Ruby creyó que su padre finalmente había escapado de prisión. “¡Está en Zihuatanejo!”, quiso gritar al mundo con una sonrisa triunfal.
Sin embargo, para su sorpresa, las palabras que salieron de la boca del sheriff no fueron las que ella esperaba. En absoluto.
-Señorita Hart, lamento interrumpir su velada. Hemos venido a interrogarla en relación con el asesinato de Miss Gwendoline McAllister.
Ruby, pálida como la nieve, sintió que su corazón se detenía y, por un momento, creyó que toda esa escena pertenecía a una película que no lograba entender.
La abuela Dolly, que había contemplado los acontecimientos desde el salón, se acercó lentamente y puso la mano en su hombro, con aparente tranquilidad.
-Querida, creo que hoy nos toca ‘El fugitivo’.