Revista Cultura y Ocio

El programa

Por Humbertodib
El programa

Hace unos meses me invitaron a participar en un programa cultural de radio. Me llamó un tipo que se presentó como el jefe de producción y me dijo que, después de haber leído mis últimos libros, le parecía que yo era la persona más apropiada para hablar del futuro de la literatura y de otras cuestiones relacionadas con las letras contemporáneas. Tuve ganas de preguntarle si él consideraba que la @ era una letra contemporánea, pero me lo guardé y le dije que sí sin tantear. Más tarde me di cuenta de que tendría que haberme hecho desear un poco, de que hubiera sido mejor indagar sobre qué tipo de programa era, el nombre, si se hablaba de política, si se trataba de una radio under o de primera línea…, no sé, como mínimo preguntarle a qué hora salía al aire, porque justo este último punto fue el que mayor desazón me causó cuando lo supe: iba los martes de 3 y media a 5 de la madrugada. Desde hace un tiempo estoy tratando de llevar una vida más saludable, me despierto a las 7 de la mañana, salgo a correr una hora, tomo un baño con sales aromáticas, desayuno cereales con exprimidos naturales de frutas y recién entonces me siento a escribir en el ordenador. Así que tener que estar despierto a la hora en que la audición salía al aire significaba romper mi rutina, no poder dormir bien, lo cual no era el mayor problema, una trasnochada no le hace mal a nadie, lo grave era que tenía serias dudas de que a esa hora pudiera decir algo brillante. No tardé demasiado en darme cuenta de que había omitido un factor todavía más grave: a las 3 y media de la mañana no habría nadie del otro lado que escuchase mis apreciaciones. Estuve todo ese día evaluando si debía cancelar mi participación o no, pero mi espíritu obsesivo me impedía cometer semejante suicidio psicológico, porque quiero que quede bien claro que lo mío no se trata de responsabilidad o respeto, no, se trata de cumplir con la palabra hipotecada, de no fallar, que es muy diferente.La noche del encuentro seguía encabronado por haber aceptado la invitación tan de prisa, por eso quise compensar mi error llegando sobre la hora. Me tomé un buen tiempo para elegir un par de libros míos, señalar qué trechos iba a leer o a comentar y recién entonces salir hacia el lugar. Cuando entré en el estudio, me di cuenta de que éramos solo cuatro personas en todas las instalaciones: el guardia de seguridad de la puerta, el técnico de sonido, el locutor y yo. Todos teníamos ese aire de ensoñación letárgica que esconde un sueño reprimido a duras penas. El locutor me recibió con cierto desinterés y me invitó a que me sentara frente al micrófono y me colocara los auriculares, me hizo notar que había llegado un poco retrasado y que por eso no habíamos podido tener una charla previa para pactar de qué hablar, me dijo que el programa ya estaba saliendo al aire. Detrás del cristal, el técnico levantó el brazo derecho como haciendo el saludo fascista, cerró la palma de la mano pero dejó el dedo índice en ristre, enseguida lo bajó e hizo que sí con la cabeza. Una luz roja se encendió en el estudio. “Aquí estamos, viajeros de la madrugada, adláteres de los libros, centinelas de las quimeras”. Cuando escuché aquello me llevé la mano al rostro y maldije por dentro, cómo se me había ocurrido que me irían a invitar a mí, justo a mí, a un programa decente.

En fin, la entrevista transcurrió con la lentitud propia de una babosa arrastrándose por las baldosas, intercalada con pausas musicales anestésicas y anuncios publicitarios de comercios barriales. El locutor me hacía las preguntas y se quedaba mirándome fijo, pero no me veía, su cabeza estaba colocada en una almohada imaginaria, lejos de aquel lugar. Yo trataba de ponerle un poco de entusiasmo a las respuestas, pero dudo que lo haya conseguido, los silencios en el diálogo eran tan largos que me aturdían. Si me preguntaran qué dije, en verdad no lo recuerdo y poco importa, porque largaba lo primero que venía a mi mente, creo que hablé del bustrófedon, de fútbol, de la preponderancia de la espiral en la realidad culta, de las Kardashian. No sé.Cuando salí del estudio ya se veía la claridad del nuevo día, lo primero que hice fue llamar a mi novia por teléfono para preguntarle qué le había parecido el programa; ¿El programa, hum..., qué programa?, ah, discúlpame, mi amor, es que anoche me he olvidado y ahora estaba durmiendo, me respondió sin afectar siquiera un poco de aflicción o fastidio; No te preocupes, bonita, será la próxima, le dije, sabiendo que nunca volvería a haber una próxima y que nuestra relación había llegado al final.
Era abril, hacía un poco de frío, así que me ajusté el suéter, encajé los libros debajo del brazo izquierdo, metí las manos en los bolsillos del pantalón y fui medio al trote hasta el McDonald's de la esquina. Una Cajita Feliz con doble ración de fritas y una bebida de un litro, por favor, le pedí a la dependiente, que me miró algo extrañada, entonces agregué, vaya programa, ¿no?, dicen que los gustos hay que dárselos en vida.

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