Revista Expatriados
Bhutto podía ser suave en las formas, pero en el fondo era un duro que entendía bien las realidades del poder, el cual por cierto le gustaba más que a un niño un caramelo. Su base de poder eran los punjabis y no podía consentir que se les apartase de los resortes del poder de esa manera. Sería desastroso si otras provincias siguieran el ejemplo de Islamabad. Por otra parte, al Ejército todavía le escocía la derrota sufrida en Bangladesh y tenía claro que no le iban a pillar en otra de ésas. Fue entonces cuando se produjo el extraño caso de las amas encontradas en la Embajada iraquí en Islamabad. El 10 de febrero de 1973 las fuerzas de seguridad pakistaníes entraron en la Embajada de Iraq en Islamabad y encontraron 350 subfusiles y munición de fabricación soviética. Nunca quedó claro cuál era el destinatario último de las armas (¿los baluches? ¿los pashtunes? ¿la oposición iraní al Shah? ¿opositores a Bhutto en Islamabad?) ni quién estaba realmente detrás de la operación (¿Iraq? ¿La URSS? ¿Afghanistán? ¿La India?). Bhutto no necesitó investigar mucho para convencerse de que Iraq, la URSS, Afghanistán y la India estaban detrás del asunto y que los destinatarios últimos eran los baluchis. Realmente las armas no podían haber aparecido en un momento más oportuno, justo cuando los baluchis se estaban poniendo pesaditos. Ali Bhutto cesó a los gobernadores de Baluchistán y de la Provincia Fronteriza del Noroeste, ambos del Partido nacional Awami. Disolvió al gobierno provincial de Baluchistán y colocó la provincia bajo el control directo del Presidente por treinta días. Muchos líderes baluches fueron detenidos. De pronto el Partido Popular de Pakistán de Bhutto había conseguido ser hegemónico en el centro y en la periferia. Aquello fue el detonante de una insurgencia que dejaría chiquitas a las dos anteriores. En esta nueva insurgencia tuvieron una importancia fundamental los estudiantes de tendencias marxistas. Otra novedad de la insurgencia fue que en esta ocasión fue capaz de mirar por encima de los tribalismos y empezó a tener ambiciones pan-baluches. La insurgencia duró cuatro años, durante los cuales llegó a contar con 55.000 militantes. Murieron unos 5.300 baluches y 3.300 soldados de los hasta 80.000 que Pakistán llegó a desplegar en la región. La insurgencia fracasó por varios motivos: 1) Nunca pudo igualar la potencia de fuego de las FFAA pakistaníes, especialmente de la fuerza aérea; 2) El bloqueo que la Armada pakistaní estableció a lo largo de la costa baluchi para impedir que los insurgentes se aprovisionaran de armas por esa vía, les hizo mucho daño; 3) Fracasaron en sus intentos de conseguir apoyos internacionales, especialmente el de la URSS; 4) Irán, temerosa de que la rebelión se extendiese a los baluchis de su lado de la frontera, cooperó con las autoridades pakistaníes, impidiendo que surgieran santuarios insurgentes en su territorio o que éstos pudieran aprovisionarse a través de la frontera; 5) Los insurgentes estaban divididos: étnicamente en la provincia había baluchis y pashtunes y los segundos estaban más interesados en integrarse en la Provincia Fronteriza del Noroeste que en la independencia de baluchistán; ideológicamente había nacionalistas de viejo cuño y comunistas y aun éstos segundos estaban divididos entre pro-soviéticos y pro-chinos; finalmente, los insurgentes nunca tuvieron completamente claros cuáles eran sus objetivos, si la independencia total o una mayor autonomía. En 1977 el General Zia ul-Haq dio un golpe de estado y derrocó a Zulfikar Ali Bhutto. Zia se encontró con una insurgencia baluchi debilitada y pudo permitirse el lujo de ser generoso. Zia nombró gobernador de la provincia a un bicho muy raro en el panorama político pakistaní: un hombre íntegro y honesto, el General Rahimuddin Khan. Rahimuddin Khan lo primero que hizo fue decretar una amnistía general para los militantes que depusieran las armas y liberó a 6.000 detenidos. En 1978 cesaron las operaciones militares. Rahimuddin hizo del desarrollo y la educación los pilares de su política. Se electrificó la provincia, se utilizaron los acuíferos para irrigar las provincias más áridas. Construyó escuelas e incentivó que las niñas acudieran a las mismas. Desde finales de los setenta la provincia estuvo en calma. El efecto de las políticas tuvo bastante que ver, pero no fue lo único. El fracaso de la insurgencia, en la que habían echado toda la carne en el asador, desanimó a muchos radicales. Líderes como Khair Bukhsh Marri o Ataullah Mengal optaron por el exilio en lugar de quedarse para defender una causa que veían como desesperada. También hubo sardars a los que asustó la deriva radical de algunos grupos. Ellos querían mandar, no provocar una revolución social. Más de un sardar acabó dejándose querer por Islamabad y se olvidó del secesionismo. Además, con la caída del Gobierno de Mohammed Daoud en Afghanistán habían perdido el único apoyo externo significativo que tenían. Finalmente, Zia tuvo la inteligencia de ofrecerles una zanahoria apetitosa: incorporarse al juego político y participar en las elecciones, siempre que no tuviesen vínculos con un partido político. Los ochenta y los noventa fueron años de calma y estabilidad en Baluchistán. Durante el período de Zia ul-Haq la calma y la estabilidad se consiguieron gracias a la conjunción de tres factores: la cooptación de los sardars, que pensaron que tenían más que ganar si colaboraban con Islamabad y le sacaban prebendas, la desmoralización de los nacionalistas y el dinero que Islamabad empezó a dar a la región.La muerte de Zia ul-Haq y el regreso de la democracia sólo cambió una cosa: la vida política se hizo mucho más frenética. Con la democracia, las posibilidades de pillar cacho habían aumentado y todos se daban codazos para ver quién se llevaba la parte más grande del pastel. Y en esa competición los sardars partían con ventaja. En 1988 Sardar Akhtar Mengal fundó el Movimiento Nacional de Baluchistán, que formó gobierno de coalición con la Alianza Nacional de Baluchistán de Nawab Akbar Bugti. Bugti más tarde rompió con la ANB y lanzó otro partido, el Partido Watan Jamhoori, que se alió con la Liga Musulmana de Pakistán de Nawaz Sharif, ése que fue dos veces Primer Ministro y pasaba más tiempo peleándose con la también Primera Ministra en ocasiones Benazir Bhutto. Mengal contraatacó aliándose a Mir Hasil Bezanjo, quien acababa de heredar el partido de su padre recién fallecido. Por otra parte, a mediados de los ochenta surgió el Partido Nacional Awami, que amalgaba a nacionalistas progresistas baluchis, pashtunes y sindhis que acabaron descubriendo que sus identidades tribales eran más fuertes que su progresismo y acabaron yéndose cada uno por su parte, dejando el partido en manos de los pashtunes que lo convirtieron en un partido nacionalista pashtun. ¿Suena complicado todo esto? ¿Ya os habéis perdido? La verdad es que me he divertido mucho escribiéndolo. La política pakistaní me encanta. Posiblemente este caos tan divertido, que en Baluchistán pasaba por orden, paz y estabilidad, habría podido continuar indefinidamente con los líderes nacionalistas más interesados en escindirse para formar sus propios partidos que en luchar contra Islamabad. Sin embargo, había tres factores que militaban en contra de que esta situación fuera a perdurar: 1) La guerra de Afghanistán había llevado a muchos refugiados pashtunes a Baluchistán, avivando en los baluches el miedo de convertirse en una minoría en su propia región; 2) La sensación, muy real, de que sólo una fracción de los ingresos que Pakistán obtenía por la explotación de sus ricos yacimientos de gas natural y minerales revertían en la región; 3) La cuestión nunca resuelta de que los baluchis se sentían un pueblo con una identidad propia y un difícil encaje en Pakistán.Este equilibrio inestable se rompió con la llegada de Musharraf al poder. Aunque insatisfechos, los baluchis se habían sentido más o menos integrados en el juego político pakistaní. De pronto, se encontraban con un nuevo gobierno militar lo que en Pakistán equivale a un gobierno punjabi, que son los mayoritarios en los altos escalones de las FFAA.Musharraf confirmó los peores temores con el Plan de Autonomía que lanzó en 2000. Teóricamente se trataba de descentralizar la administración para que fuera más eficaz y ofreciera mejores servicios a los ciudadanos. En la práctica se trataba de reforzar las administraciones locales al tiempo que se puenteaba a las instituciones provinciales, que habían sido elegidas democráticamente. En el caso de Baluchistán los efectos fueron todavía más nefastos. Otorgar poderes a la administración local en una región subdesarrollada, llena de carencias y con una organización tribal no parece la mejor fórmula para conseguir unos servicios públicos eficaces. Para mayor inri, Musharraf lanzó una serie de megaproyectos, supuestamente para desarrollar Baluchistán. El más contencioso de estos proyectos fue el del puerto de Gwadar, realizado con financiación china. Se trataba de convertir ese puerto en el nuevo Dubai de la zona. Nadie les preguntó a los habitantes de la zona si querían ser el nuevo Dubai. Ello no fue óbice para que se les arrebataran las tierras en las que habían vivido durante generaciones. Trajeron obreros punjabis y de otras partes del país para la obra. Los baluchis como mucho lograran que los contratasen como jornaleros para el día. Se crearon tres nuevos acantonamientos militares en la región, uno de ellos precisamente en Gwadar. Y, para rematar, se construyó una carretera para unir Gwadar con Karachi, pero ninguna que comunicase el puerto con el interior de Baluchistán. Musharraf acusó a los sardars que se quejaron del proyecto que eran unos atrasados, que rechazaban el progreso. Bueno, yo diría que algo de razón sí que tenían. A comienzos de 2005 una doctora baluchi fue violada por un oficial pakistaní. Los ánimos estaban ya tan encrespados que bastaron ese suceso y los intentos de las autoridades centrales para taparlo, para que la región estallase. Por cierto, que estallar en términos baluchis significa que el número de incidentes violentos al año pasa de tener dos cifras a tener tres. Dos líderes baluchis, Nawab Akbar Khan Bugti y Mir Balach Marri presentaron al gobierno central una agenda de 15 puntos, cuyas principales propuestas eran: que los baluchis ejercieran mayor control sobre los recursos de la provincia y una moratoria a la construcción de nuevas bases militares. Islamabad les hizo una pedorreta y vuelta a la casilla de salida (la de 1948, o la de 1958, o la de 1973, que por broncas en Baluchistán que no quede).En diciembre de 2005 el ejército pakistaní optó por lanzar una ofensiva a gran escala contra la tribu marri, la más beligerante de las tribus baluchis. Debieron de pensar que alcanzar la paz de los cementerios resultaría más fácil que intentar lograr una paz negociada. La ofensiva era en represalia por el ataque con cohetes contra la ciudad de Kohlu, ataque que a su vez era en respuesta a la visita de Musharraf para inaugurar un nuevo acantonamiento militar… ¿se percibe el patrón?Durante los siguientes meses la violencia se extendió y se incrementó. Finalmente en agosto de 2006 el ejército trató de apagar las llamas echándoles gasolina, al matar en una operación a uno de los principales líderes, Nawab Akbar Khan Bugti. Bugti tenía casi ochenta años, había sido gobernador de Baluchistán, tenía carisma y era de esos hombres mitad señores de la guerra, mitad políticos que tanto abundan en la región. Bugti vivo podía ser un oponente formidable, pero al menos se podía negociar con él. Bugti muerto se convirtió en un mártir, en el símbolo de la insurgencia baluchi. Su muerte no sólo enfureció a los jóvenes baluchis que vivían en la provincia, sino también a los que residían en otras partes del país. Bugti muerto atrajo a más militantes a las filas de la insurgencia que Bugti vivo. La nueva oleada de violencia iniciada en 2005 se ha convertido ya en un conflicto de baja intensidad, pero con los ingredientes suficientes para convertirse en otro de alta intensidad en cualquier momento. Citaré algunos datos que son como para quitar el sueño a cualquiera encargado de administrar Baluchistán:+ En esta insurgencia prácticamente todas las tribus apoyan la causa de la independencia. El retorno de la democracia en 2008 no les ha bastado. Han perdido la fe en el parlamentarismo y las fórmulas federales ya les seducen menos.+ El odio hacia los no-baluches ha crecido y lo peor es que hay una creciente animosidad entre baluches y pashtunes. Los pashtunes representan en torno al 30% de los habitantes de la provincia. Llevarse mal con un tercio de tus compatriotas no es moco de pavo.+ Tal vez lo peor sea que Baluchistán ya figura en el rádar de las potencias. Hay demasiados intereses en juego. Están sus riquezas minerales. Está el puerto de Gwadar, que interesa mucho a los chinos. Está la localización estratégica de la provincia, que sería el lugar natural de paso de ese gasoducto Irán-Pakistán-India que tan poca gracia hace a EEUU. En fin que están puestos todos los elementos para que oigamos hablar mucho de Baluchistán en las noticias en los próximos años.