Una ex alcaldesa y ex diputada imputada por blanqueo –perdón, ahora una ley ha tuneado el término y se dice investigada– ha muerto de un infarto en un hotel de lujo. Una senadora en activo, un eufemismo, arrinconada con cordón sanitario por su propio partido, el de “Luis, se fuerte” –organización criminal según un juez–, el mismo que llenaba sus arcas gracias a las buenas artes de la infartada y cuyo premio fue el olvido. Entonces Rita era la mejor. Y la muerte, que lo purifica todo, la trasformó en idolatrada horas después de ser apestada.
Para este urgente rito hipócrita de Rita conviene antes hacer culpable a la prensa que la asesinó con la pena del telediario, debate que viene de perlas para avanzar, si se tercia, en en otra ley que cercene lo que quede por cercenar de la libertad de prensa, que no es otra cosa que la libertad de todos. No se acuerdan de las cobras que le han hecho a la pobre sus compañeros, cómo le negaba el saludo algún ex ministro popular. José Manuel García-Margallo. Ella fue a recordárselo: “Margui, no me has saludao”, obligándolo a besarla como penitencia, también de telediario; lo digo porque lo vi con estos ojitos. Mendigar saludos. Eso también consume. La soledad. Pero para estos prestidigitadores la mató la prensa. Creo que estamos ante un partido necrófago que se alimenta de sus propios cadáveres. Y que practica la amnesia, porque la misma muerta, junto a otros colegas suyos, se rió de los 41 muertos que provocó el metro de la capital valenciana que entonces, “esa señora de la que hablo”, regentaba.
En efecto, como se ha comentado de inmediato, ¿quién se acuerda del minuto de silencio en memoria de Jose Antonio Labordeta, muerto en septiembre de 2010? Nadie, no lo tuvo, a pesar de haber sido diputado durante dos legislaturas, desde el año 2000 hasta el 2008. La mesa del congreso le privó de ese recuerdo alegando que no se había hecho por otros compañeros. Ni un segundo de silencio por toda una vida de decencia y coherencia, sin asaltos ni sobres.
Sería hasta bonito un minuto de silencio por Rita si a continuación sus compañeros se callaran. Pero no. Al contrario, es el punto de partida para empezar a ladrar. O seguir ladrando, siendo más exactos. La conciencia no está tranquila. La mejor defensa es un buen ataque.