Luego de una explotación masiva e indiscriminada, el suelo fértil de la mayor parte del planeta se volvió estéril. Los científicos, en su afán de dar una solución al problema, realizaron investigación tras investigación. Luego de un gran esfuerzo lograron inventar un proceso revolucionario que permitía imprimir moléculas orgánicas a partir de moléculas inorgánicas, proceso que sirvió de base para el diseño de las primeras proteínas, carbohidratos y grasas de origen totalmente sintético.
Con el paso del tiempo, muchos alimentos fueron reemplazados por la comida sintética. La alimentación de prácticamente toda la población humana llegó a estar basada en las moléculas sintéticas, puesto que eran baratas y, hasta donde proclamaban los gobiernos, eran muy seguras para el ser humano. Las décadas pasaron y ya pocos recordaban comida alguna que haya sido cultivada o criada de forma natural.
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—Sigue vigente la polémica surgida por la publicación de los estudios del Dr. Dusell Meyer —dice una voz desde la televisión—. La comunidad científica niega categóricamente que los alimentos basados en moléculas orgánicas sintéticas impliquen algún riesgo para la salud humana. También critican la investigación del Dr. Meyer, alegando que es una simple correlación malintencionada y que la reducción de la esperanza de vida en todo el mundo no tiene que ver en lo absoluto con las moléculas sintéticas.
—Mira, otra vez mencionan eso en las noticias.
—¿Lo del loco que dice que la comida sintética nos está matando?
—¿Tú no crees en eso que dice el Dr. Meyer?
—Yo no creo en esas cosas. Me parecen patrañas.
—Yo sí creo que es verdad. Antes de que él anunciara algo, nadie se explicaba por qué cada año se reduce la tasa de nacimientos y la esperanza de vida.
—Es solo un vago que se dio cuenta porque ha pasado su vida entre números. No hay que hacerle caso.
—No sé, todo me parece raro. Muy convincente. Antes nadie se había tomado la molestia de observar el comportamiento de esos datos. Además, si fuera un loco, la comunidad científica no le perseguiría tanto.
—Bueno, eso no te lo niego. Eso del atentado del año pasado sí me llamó la atención. Esas cosas nunca son casualidades.
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Las investigaciones y anuncios del Dr. Meyer fueron ignoradas. El argumento que utilizaba la comunidad científica era que no existía un aumento significativo en cuanto a cáncer u otro tipo de enfermedades y que, por tanto, los alimentos sintéticos no dañaban la salud del ser humano como para culparlos de la reducción de la esperanza de vida. Los medios se quedaron contentos con la explicación, y el Dr. Meyer cayó en el descrédito científico mundial.
Pero aquel descrédito no fue el fin de la carrera de Dusell Meyer. El antes doctor dedicó su vida a una investigación muy importante, que lo hubiera hecho digno de un gran reconocimiento. Sin embargo, la política y la industria farmacéutica no dejaron que él tuviera su momento de gloria. Antes de que complete su investigación, el Dr. Meyer fue asesinado en condiciones muy sospechosas. La versión oficial fue la de un accidente de tránsito.
El Dr. Meyer inició, sin darse cuenta, un movimiento que lo seguía. Con el paso de los años el movimiento se tornó un tanto místico y casi sectario, hasta que desaparecieron del panorama público.
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Otros años pasaron, y se volvió evidente que las declaraciones del Dr. Meyer eran totalmente ciertas. Ni los medios ni la comunidad científica pudieron ya negar lo evidente: existía una relación entre la alimentación basada en moléculas sintéticas y un descenso de la fertilidad y de la esperanza de vida de la población humana.
La humanidad no podía explicarse aquel fenómeno, que ya mermaba diez años el promedio de vida humano, y temía por su futuro. Los científicos no lograron averiguar nada útil. Rediseñaban una y otra vez las moléculas sintéticas, cambiaban la receta, añadían. Buscaban partes que tal vez hayan pasado por algo, partes que los alimentos convencionales tenían pero que las moléculas sintéticas no.
Hallaron muchos componentes nuevos, los añadieron a la fórmula, pero nada pasaba. Los alimentos que se suponían perfectamente funcionales, y que incluso acabaron con muchas enfermedades, estaban restándole vida a la humanidad.
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—¿De verdad cree que venir a conocer a esta tribu de locos nos va a ayudar en algo, doctor?
—Claro que sí, estoy seguro de que estas personas son a las que se referían los manuscritos del Dr. Meyer.
—Usted lleva años estudiando esas antiguas teorías. ¿No cree que tal vez el problema de la esperanza de vida humana ya se solucionó? Ya van como cinco años que no se reporta ninguna baja en ningún lado del mundo.
—¿De verdad le crees a esos estudios?
—Es lo que tenemos, señor.
—No. Esto que investigamos es lo que tenemos. Ya lo verás. Todos lo verán.
—¿Y qué trata de aprender con esta gente primitiva, doctor?
—Ellos, en su cultura, tienen un ritual dedicado a una diosa conocida como Pacha Mama.
—¿La madre tierra?
—Sí, esa misma diosa. Ellos afirman que existe algo que la Pacha Mama nos daba en los alimentos cultivados, algo que los humanos no podemos fabricar.
—Doctor, con todo respeto, ¿no cree que esas son locuras? Ya se demostró hasta el cansancio que los alimentos sintéticos tienen exactamente los mismos componentes que los cultivados y que…
—…incluso son mejores que los mismos alimentos naturales. Sí, yo estudié en la misma universidad que tú, me sé el discurso de memoria.
—Usted es un hombre de ciencia, ¿por qué creer en dioses y magia?
—Yo no creo en dioses, ni en magia. Yo creo en evidencias, y las evidencias me dicen que aunque los científicos no han logrado descifrar qué es: existe algo que le falta a la comida sintética, y ese algo hará que la humanidad no llegue a vivir ni dos siglos más.
—¿Y qué puede ser?
—Eso mismo es lo que vamos a averiguar, lo único que es cierto es que la comunidad a la que vamos ha logrado aumentar su esperanza de vida en al menos diez años comparados con la población promedio. Nadie está más cerca de la respuesta que ellos.
—Entiendo. Me intriga, la verdad.
—Ven, terminemos de comer y subamos el tramo que falta de montaña.
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—Doctor, doctor, ¿está bien? ¿Qué le dieron? —preguntó el ayudante, asustado porque el doctor llevaba casi media hora inconsciente, luego de comer y beber lo que el líder del culto le dio.
—El doctor está bien. Solo descansa, solo tiene la visión —respondió el líder del culto.
—¿Lo drogaron? ¡Dígame!
—Señor, le sugiero que se calme y que espere otros treinta minutos. A veces el ánima demora en recorrer el cuerpo cuando ha pasado mucho tiempo sin ser administrada.
—¿Ánima?
—Sí. Cuando el doctor despierte le dirá todo, luego dependerá de usted el creerle o no.
Pasados cuarenta y dos minutos de haber quedado inconsciente, el doctor despertó. Se incorporó y empezó a ver su alrededor, como extrañado de estar de vuelta.
—¿Se siente bien, doctor?
—Cuéntenos qué vio —dijo el líder del culto—.
—Usted tenía razón, hombre sabio. El Dr. Meyer tenía razón. Eso que usted me dio de comer y beber estaba hecho con un alimento cultivado, ¿verdad?
—Sí —respondió el líder—, estaba hecho de Solanum lycopersicum, una planta de esas que se consideran extintas. Fue cultivada siguiendo el ritual del “Anima Mundi”.
—No entiendo nada de lo que hablan, doctor —dijo el ayudante—. ¿Me pueden explicar?
—Cuando comí el preparado, sentí como si algo en mi cuerpo por fin se saciara. Esa sensación desagradable a la que estamos tan acostumbrados, que normalmente ni nos fijamos, desapareció. Luego de eso me dio mucho sueño, y me recosté a descansar. Sentía que eso que había comido me recorría todo el cuerpo. Tuve un sueño. Me vi a mi mismo vestido de armadura, con doce soles a mi alrededor. En cada sol se podía ver una de las etapas del crecimiento del tomate. Vi la semilla germinar, la vi crecer, la vi florecer y fructificar, vi el fruto caerse y pudrirse, vi a las nuevas semillas repetir el proceso.
—¿Y todo eso lo vio solamente por haber comido tomates?
—No, no fueron solo los tomates. Era el alma de La Tierra. Con los alimentos sintéticos no existe transferencia de ánima de La Tierra a nosotros. Es como si estuviésemos desconectados de la fuente de la vida. Es necesario volver a comer cosas que nos den vida, de otra forma toda la humanidad simplemente desaparecerá, porque se alejó del ciclo.
—No entiendo nada de lo que dice, doctor. ¿Está usted bien? —preguntó el ayudante, bastante preocupado.
—Nunca me he sentido mejor. Si el líder me lo permite, puedo darte a probar una comida de verdad, para que entiendas lo que realmente nos hace falta en esta vida.
El líder trajo otra ración de puré y sopa de tomate y se la sirvió al incrédulo ayudante.
—Está bien, probaré.
El ayudante comió, tuvo la visión y despertó. Una vez despierto lo comprendió todo.
Por Donovan Rocester