El siglo de las luces en el siglo XVIII comienza hacia 1680 con la recuperación de la economía, el restablecimiento del orden en las finanzas públicas y el interés que los novatores manifestaron por la evolución de las ideas, desde Galileo hasta Newton. Podríamos cerrarlo con la muerte de Carlos III, en 1788, pero la verdadera ruptura se sitúa un poco más tarde, con los primeros ecos de la Revolución francesa. Tres soberanos ocuparon el trono durante este período: Felipe V (1700-1746), Fernando VI (1746-1759) y Carlos III (1759-1788). En general, estos reyes fueron más bien mediocres, incluso Carlos III, que está considerado como un gran reformista. Felipe V no tenía la personalidad de su abuelo francés, Luis XIV; dividido entre una sensualidad enfermiza y una devoción escrupulosa, iba del lecho conyugal al confesionario, lo que le dejaba poco tiempo para dedicarse a los asuntos de Estado. Carlos IV ha quedado marcado por el retrato que Goya hizo del rey y su familia ,de hecho, no fue peor que sus predecesores. Estos reyes fueron más respetados que amados por sus súbditos. Su mérito consistió en aportar una visión nueva a la situación del país y en llamar al poder a los hombres que consideraba capaces de llevar a término las necesarias reformas.
Tenemos tendencia a exagerar el aspecto innovador de los Borbones y la influencia de las ideas francesas. En realidad, España había comenzado a cambiar en los veinte últimos años del siglo XVII. Fue entonces cuando se dibujaron los grandes rasgos del período siguiente: la reforma monetaria que daría al país una moneda estable durante más de cien años y una redistribución de la riqueza nacional caracterizada por la anulación del centro y la expansión de las regiones periféricas. En el ámbito político, los primeros Borbones aprovecharon las circunstancias para realizar en parte el sueño de Olivares: unificar una España en adelante reducida a sus posesiones peninsulares y a su Imperio colonial. A partir del siglo XVIII se puede hablar realmente de España y ya no de una yuxtaposición de reinos. A todos los niveles se observa una mayor homogeneidad y hasta el sentimiento de pertenecer a una comunidad nacional, sentimiento perfectamente compatible con un fuerte patriotismo regional.
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