Otra película sobre inmigración. Otra película francesa (y belga, en este caso). Otra película con la realidad social, pero la real, la de verdad, la que te ocurre a ti y a mí, no lo que se puede leer todos los días en las portadas de los periódicos, no, eso es todo mentira, hablo de la realidad que no aparece en los medios de comunicación o, en todo caso, aparece en un breve de sucesos, toda una vida condensada en cinco líneas escritas por un redactor mal pagado (pero encantado de su profesión y supongo que también de esas cinco líneas). Todo lo anterior indica que nos encontramos con un tipo de película de las que ya hemos visto unas cuantas, sobre todo, en los últimos tiempos, y que no nos dirá nada nuevo. Y, sin embargo, algo aporta: conocer la vida de la que podría ser nuestra vecina y de la que no sabemos nada. Quizá deberíamos prestar menos atención a los medios de comunicación y más a la gente de nuestra escalera. Leo titulares que me parecen venidos de otro planeta y, en cambio, El silencio de Lorna parece que me está contando la vida de esa chica que me atiende en una tienda de barrio.
Gente corriente que lucha por sus pequeños sueños, por montar un local de copas con su pareja, por conseguir la nacionalidad y no tener que volver a un país en el que sólo hay guerra y pobreza y miseria, por una vida normal, nada del otro mundo. Y, mientras, la Unión Europea y el FMI discuten dónde incar el diente sin llegar a ahogar completamente a los que les damos de comer. Sólo un poco, sólo un mordisquito, que no se note. Pero, ojo, porque es como una droga: ¿dónde está el límite de ese "sólo un poquito más"? Morirán de sobredosis o de no poder aguantar el síndrome de abstinencia. O asesinados por cualquier camello al que le deben ya demasiada pasta.
FRANK