El silencio es el crisol que purifica el alma, permitiéndonos digerir correctamente toda la información que a lo largo del tiempo se va acumulando en nuestro cerebro y dejando un poso tan opaco, que enturbia la realidad. Sin embargo, gracias a la quietud, nos acercamos a la preciada paz, tan fugaz y volátil, que se escurre como el agua entre las manos cuando nos rodeamos de ruido.
Yo diría que el ruido tiene los mismos efectos que una tormenta sobre un río, que cuando llueve con fuerza el agua se embarra, no dejando ver ni el fondo ni los seres vivos que habitan en su interior. Sólo cuando las aguas bajan tranquilas, es posible percibir los peces y el fondo del río. Dicho de otro modo: el silencio nos permite ver nuestro ser, nuestros defectos y nuestras virtudes, siendo el bálsamo que apacigua nuestros pensamientos y los ordena de forma que en nuestro interior se genere la paz y la armonía.
Este verano realicé una de las experiencias más profundas que he vivido nunca: los ejercicios completos de San Ignacio de Loyola. Estuve un mes en silencio, lo que me permitió una conexión muy profunda con mi yo real, alejándome de ese yo ideal que no es más que un moscardón que te aleja de la realidad, de la verdad y la vida. Fue una de las experiencias más bonitas que jamás he vivido, porque la paz no tiene precio; pues me mantengo en mi tesis de que la paz es un sinónimo de la felicidad y a veces nos afanamos en conseguir todo aquello que nos vende este mundo consumista, cuando en realidad se necesita tan poco. Por ello puedo dar buena fe de que el silencio es un tesoro que alberga la pureza de nuestro ser, fundamental para adquirir un buen desarrollo personal.
Si pudiésemos sacar una hora al día y saborear el silencio, ¡cuan distinto sería el mundo!, porque lo tejeríamos de bellos hilos de paz, construyendo y tendiendo una alfombra para cada ser humano, más no la zancadilla...
Ojala “Moviola de tres vidas truncadas” sea no sólo una alfombra, sino un puente que despierte lo mejor de cada hombre, para unir senderos y conducirlos hasta la morada donde se hospeda la paz: tan libre como los copos de nieve y tan bella como el brillo del arco iris estampado sobre cielo azul, que la primera refresca nuestra sonrisa y la segunda ilumina nuestro caminar.