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Pero de lo que quiero hablar hoy es del hecho de que, a pesar de mi preferencia por las bibliotecas frente a las librerías (y eso que las dos me gustan una barbaridad), hay algo en lo que las segundas se llevan la palma para mí: generalmente, me han dado muchas más ganas de leer los libros que veo expuestos en las mesas de las librerías, que los que encuentro colocados en los estantes de las bibliotecas. Supongo que no debo de ser muy original en este, como lo llamo, "efecto mesa-vs.-estante", pero como no he visto que se mencione a menudo, me atrevo a distraer un poco el barco con esta reflexión..
Naturalmente, es un mero efecto psicológico: a menudo los libros son exactamente los mismos; el expositor con novedades y recomendaciones que hay en muchas bibliotecas es una forma de intentar replicar (aunque no con el mismo éxito) lo que consiguen las librerías. El efecto de ver el libro nuevecito, apoyado en una pila de varios ejemplares idénticos, es muy fuerte, a veces irresistible (mi propia estantería es testigo de ello). Podía pasar dos horas deambulando por los pasillos de la biblioteca sin encontrar nada que me apeteciera leer (el apetito es la palabra clave), mientras que con sólo diez minutos en una librería ya me entraban ganas de llevarme cinco o diez libros distintos.
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