Revista Arte

El Sitio

Por Deperez5
El país era un mar de aguas oscuras, donde flotábamos siguiendo las rutinas normales para volver siempre al mismo lugar. Anclados entre el morbo y el aburrimiento, la sensación de que no teníamos futuro nos crecía en las entrañas con la sorda persistencia de un parásito blancuzco y pegajoso. Carcomidos por la sospecha de que ya nunca pasaría nada nuevo, el trajín cotidiano nos causaba una sensación casi física de perplejidad: volvíamos del trabajo, del fútbol o del baile, comíamos, dormíamos, mirábamos las series y los programas de entretenimiento y conversábamos como si las cosas marcharan de la mejor manera, pero en realidad no sabíamos qué hacer realmente con nuestras vidas ni qué rumbo tomar. Las brumas y oscilaciones que envolvían el futuro nos sumían en una permanente confusión. No saber adónde íbamos, ni que sería de nosotros, ni hacia dónde marchaba el mundo, era un enigma que roía nuestras ganas de vivir. Fuera del laberinto de las píldoras y el alcohol, no había ningún lugar verdaderamente deseable al que llegar. Así de insoportables eran nuestros días cuando empezó a circular el rumor de que alguien conocía un sitio diferente a todo lo conocido. Al principio escuchábamos con incredulidad, nos encogíamos de hombros y hacíamos algún comentario sarcástico, pero pronto empezaron a aparecer los primeros creyentes. Más que las palabras, nos fascinaban las resplandecientes chispas de entusiasmo que navegaban en sus ojos. Decían que llegar al Sitio era posible, que bastaría con seguir al Iluminado para alcanzar la armonía y la serenidad, y que nuestra vida comenzaría a ser tan intensa como siempre lo habíamos soñado. Decían que el Sitio no estaría en realidad allí hasta que el Iluminado comenzara a construirlo, y que nosotros seríamos parte de la epopeya. De pronto, la tenue simpatía inicial se convirtió en una ola arrasadora y los creyentes empezaron a multiplicarse como las hojas de los plátanos en primavera. Cautivadas por el violento deseo de arribar al Sitio, las muchedumbres organizaron manifestaciones y protestas cada vez más airadas, hasta que el gobierno empezó a tambalear. Cuando ya la urgencia por arribar al Sitio monopolizaba la atención de la gente y amenazaba con paralizar el país, el Iluminado se decidió a complacer nuestros deseos y asumió el mando absoluto. A partir de ese instante crucial, somos millones los que llenamos la plaza para escuchar sus palabras y contemplar su imagen idolatrada, que se replica en grandes pantallas y en miles de pancartas. Nuestra felicidad es tan repentina y absoluta que nos sentimos transportados al paraíso: liberados de vacilaciones y de dudas, estamos marchando hacia el Sitio donde encontraremos la suprema felicidad, bajo la guía y la protección del Iluminado, que no dudó ni un instante en asumir para sí todas nuestras responsabilidades y deberes. La inmensa corriente de amor colectivo confluye en su infaltable y omnipresente fisonomía, cuyo retrato se repite hasta el infinito, impreso en todos los portales del país y en todos los objetos imaginables. Cómo no amar esos ojos empotrados como dos guiones diminutos en la formidable cabeza, las rampantes cejas y el colosal bigote que imita el negro plumaje de un cuervo, todo ello enmarcado por el rigor de su recia mandíbula, que proclama la solidez del esqueleto. Los Infames Calumniadores dicen que el Sitio no es más que un sueño del Iluminado, pero eso ha dejado de tener importancia, porque su sueño nos ha devuelto a la época feliz de la niñez, cuando nuestro padre decidía nuestro destino, nos resguardaba de todos los peligros y nos prometía que la felicidad no se acabaría nunca. Hemos recuperado a nuestro padre; hemos llegado al Sitio.

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