Revista Cultura y Ocio

El tango de la Guardia Vieja, de Arturo Pérez-Reverte

Por Alejandra Naughton Alejandra Naughton @alenaughton
El tango de la Guardia Vieja, de Arturo Pérez-Reverte

Dice Doris Leasing en el prefacio de su Cuaderno Dorado, que uno debe leer los libros en el momento exacto para que nos abran puertas. Hoy pensé en esa afirmación, al terminar de leer El tango de la Guardia Vieja. Recuerdo haberlo comprado apenas se publicó, sin embargo tuvieron que pasar más de ocho años para que me decida a leerlo. No me arrepiento, creo que necesité acercarme a la edad de los protagonistas para poder vibrar con ellos de una manera afín. Intuyo que de haberlo leído antes más de un registro emocional me hubiera pasado desapercibido. El libro cuenta la historia de un hombre y una mujer: Max Costa y Mercedes Inzunza, en tres momentos de sus vidas en tres ciudades distintas, Buenos Aires, Niza y Sorrento, a lo largo de casi cuarenta años. Un objeto los acompaña, es un collar. También un tango cuyo autor se inspiró mirándolos no sólo bailar…

Terminarlo me dejó nostálgica y reflexiva. Me enfrentó con contradicciones, me despertó muchas preguntas que creo pueden contagiar las ganas de leer la novela (y a mí casi de hacerlo nuevamente). Las expreso en plural, imaginando que otros lectores pasaron, pasan o pasarán por una experiencia parecida.

¿Amamos a Max Costa por su dignidad o lo despreciamos por su vocación por apropiarse de lo ajeno? ¿Amamos a Mecha por su coraje o la despreciamos por seguir sus instintos hasta extremos marginales? ¿Vemos veneración a la mujer en los gestos de galantería de Max o los desechamos por patriarcales? ¿Admiramos a Max por su sensibilidad haciéndole notar a Mecha que su marido era violento o desconocemos a Mecha cuando responde que él no entiende el juego? ¿O somos nosotros los que no lo entendemos al igual que Max? ¿Veneramos a Pérez-Reverte por su capacidad exquisita para describir en palabras el engranaje de cuerpos bailando un tango o lamentamos su vocación obsesiva por describir hasta el último detalle indescriptible de una escena? ¿Nos zambullimos en los pormenores del vestuario de cada época mientras huimos de los de las escenas de espionaje? ¿O al revés? ¿Aceptamos la descripción física de Max y Mecha según pasan los años o discutimos que a los sesenta no aparecen tantos signos de deterioro físico? ¿Y qué decir del mundo del ajedrez que aparece en Sorrento, anticipándose ocho años a Gambito de Dama, trayendo noticias impactantes?¿Puede el amor superar faltas imperdonables o es esa superación lo que hace a ese amor más excepcional? ¿Eso es amor? ¿Qué es el amor? ¿Y el tango? ¿Qué nos dice el tango de las relaciones de pareja? ¿Hay dominio en la danza? ¿Y en la vida? ¿O es acaso el tango el reflejo de los vínculos en una coreografía? ¿La historia de amor de Max y Mecha tiene final? ¿Es feliz?

El tango de la Guardia Vieja es una novela exquisita que personalmente disfruté mucho leyendo. La historia es apasionante, está escrita de maravillas, la estructura no tiene fisuras llevándonos de una década a otra, de una ciudad a otra con total naturalidad como … bailando el tango. No pude evitar admirar a Max y Mecha y si alguna vez la vida me lleva a Niza, Antibes o Sorrento, seguro estaré buscándolos. ¡Ni bien pueda los busco por la Av. Alvear o en Barracas! Quedaron en mí, ambos, completos con sus luces y sus sombras. El autor nos provoca con un tango que está siempre presente pero que nunca escuchamos. Imagino su letra inspirada en esta cita de la propia novela: “Tonos de un pasado remoto, común, surgen con suavidad del olvido…”

En épocas de extrema corrección política, leer esta historia me resultó refrescante. Toda mi admiración a Arturo Pérez-Reverte por la magia.

PS. ¿Reconocieron a Grace Kelly en la tapa? “Grace Kelly at the Carlton Hotel”, Cannes, 1955 por Edward Quinn.


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