Revista Política
El atentado terrorista de ayer en una calle de Tucson (Arizona, EEUU) deja un saldo de seis muertos, entre ellos una niña de 9 años y un juez federal, y heridas graves a otras 12 personas, entre ellas la congresista local del Partido Demócrata, Gabrielle Giffords, objetivo central del atentado, en estado crítico tras recibir en la cabeza el primer disparo hecho por un pistolero de 22 años vinculado a grupos de extrema derecha organizados en el llamado Tea Party.
La matanza no constituye un hecho aislado en un país en el que según he oído este mediodía en el canal 24 Horas de TVE, noventa millones de personas poseen un total de trescientos millones de armas de fuego, que están presentes en el 40% de las casas y ocasionan cada año cien mil muertos a tiros. Proporcionalmente, es como si en España murieran a balazos quince mil personas cada año, una cifra inimaginable; en realidad, en 2008 hubo aquí según estadísticas oficiales mil diecinueve fallecidos por toda clase de delitos violentos.
Pero no nos dejemos engañar. Más allá de la violencia pistolera que enseñorea EEUU prácticamente desde su fundación, en los últimos años la radicalización del discurso de la extrema derecha estadounidense ha llevado a un fuerte aumento de actos de terrorismo contra las personas y las cosas, materializados en ataques contra edificios del Gobierno Federal y contra clínicas que practican la interrupción del embarazo, principalmente, y contra médicos abortistas, políticos progresistas y miembros de las minorías que viven en el país. En ese contexto, la cabeza de Gabrielle Giffords, una judía de 40 años, estaba pregonada desde que en las últimas legislativas ganó su escaño por Arizona frustrando la carrera de la candidata del Tea Party, directamente patrocinada por Sarah Palin, quien como mostraba esta mañana el canal español, marcó en su web a Giffords como un objetivo sobre el que concentrar el fuego de la extrema derecha, al parecer no sólo en la campaña electoral.
¿Por qué tanto odio contra Gaby Giffords? Sucede que esta mujer, que apoya la investigación con células madre, es favorable a la Ley de Sanidad Pública y se ha manifestado en contra de la ley racista de Arizona contra la inmigración, pertenece al ala derecha del Partido Demócrata. Giffords no es ni mucho menos una "roja neoyorkina" sino una muy moderada representante del establishment WASP en Arizona, y por tanto pesca votos en caladeros que el Partido Republicano cree suyos. De ahí la ira del Tea Party contra ella, al considerar que ha impedido su avance en un territorio controlado por la derecha en la gobernación, la cámara local y la representación en el Senado. Giffords es un grano en el culo de la extrema derecha, que ésta ha decidido sajar de golpe.
El modo en que se ha llevado a cabo el acto terrorista ha sido enormemente simbólico. El atentado ha tenido lugar cuando la congresista Giffords se disponía a hablar en la calle, en una esquina de Tucson, cumpliendo así un compromiso de su programa electoral: mantener contacto directo con la gente en la calle una vez al mes. El pistolero le ha disparado a ella primero, luego a sus acompañantes, y por fin y ya de modo indiscriminado contra el público asistente. Por fortuna no había policías locales cerca, porque en caso de haberlos habido seguramente habrían matado al terrorista impidiendo que fuera detenido e interrogado por la policía federal. El asesino, un fanático ultraderechista de 22 años, ha sido detenido por los presentes.
Veremos qué dan de sí las confesiones del detenido. De momento la policía ya le presenta como un "desequilibrado que actuó solo", o como mucho en compañía de un colaborador, cuya fotografía, la imagen de un tipo de marcado aspecto marginal, enseñan sin mayores explicaciones de a quién corresponde y cómo fue obtenida; un tipo que nada parece tener que ver con su presunto compinche, el típico jovenzuelo anglosajón angelical que hoy le ha metido una bala en el cerebro a Giffords y ha asesinado a seis personas en nombre del Credo de un puñado de paletos psicópatas, que llaman "comunista" a Obama del mismo modo que sus antecesores se lo llamaban a John Kennedy o a Martin Luther King.
En la imagen que ilustra el post, Sarah Palin prueba un rifle.