Es difícil proponer al héroe de esta historia, en parte, o esencialmente, porque las diversas historias mínimas que pueblan la gran historia tienen, cada una, su propio héroe. En cualquier caso, no es que no haya un héroe, sino que, quizás, hay demasiados. Otra vez Omar Jayyam, en el encierro del Alamut, buscando la X, chei, esa cosa oculta entre las copas de vino y los poemas en cuartetas; otra vez Fermat, en el encierro de sus márgenes estrechos, resolviendo los conflictos tejidos por Diofanto; otra vez Galois, preso en la urgencia de una noche sin tiempo, convirtiendo lo oscuro en claro, y en simple lo complejo; otra vez la muerte tempranera, llegando antes que la victoria…
Otra vez el infinito, la nada, lo complejo, lo imaginario, lo numerable, lo perfecto, lo real, lo natural, lo quebrado, lo fractal, la conjetura, lo demostrable, lo trascendente, lo asimétrico, lo probable, lo consumado y, otra vez, también, lo posible.
«… Ruche supo que su periplo matemático acababa ahí. Comenzó con un griego del Mar Egeo y lo acababa con un griego del mar Jónico. Tales necesitó una pirámide, Eratóstenes un pozo, y Arquímedes una bañera, espejos ardientes, manos de metal, etc. La pirámide del uno, el pozo del otro, o los dispositivos del tercero no son necesarios para el establecimiento de la verdad científica, y tampoco mejoran el rigor de las demostraciones. Están ahí para cazar lo imaginario y permitir responder a esta pregunta: Esta verdad, ¿en qué nos afecta?
Las verdades de la ciencia necesitan bellas historias para que los hombres se aficionen. El mito, aquí, no está para entrar en competencia con lo verdadero, sino para unirlo a lo que los hombres estiman y les hace soñar […]».
¿Cuáles son las historias? ¿Son historias verdaderas o son leyendas? ¿Importa la diferencia?
Entre casi un ciento de historias legendarias, cito esta, porque juro que no la conocía:
«… La familia (la de Tartaglia), que no tenía dinero para pagar a un médico, tampoco lo tenía para contratar un profesor. Niccoló ya había tenido uno, en realidad solo un tercio..., que le enseñó un tercio del alfabeto: de la A a la I. El padre apalabró un profesor cuando Niccoló tenía seis años. El pago debía hacerse por tercios. Micheletto pagó el primer tercio y, justo después, se murió. El profesor paró automáticamente las clases y Niccoló se quedó en dique seco, anclado en un tercio del alfabeto. ¿Qué hay y cómo se escribe lo que sigue a la I? Niccoló ardía en deseos de saberlo. Acabó por conseguir un alfabeto completo y aprendió, él solo, los dos tercios restantes. ¡Hasta la Z! […]».
O esta otra, de Cardano, matemático, médico y astrólogo de mala fortuna:
«… Cardano, ya muy célebre, era solicitado en toda Europa: Roma, Lyon, Dinamarca, Escocia. Le pagaron substanciosamente para que fuese a Edimburgo a curar a un arzobispo, y, a la vuelta, en Londres aprovechó para hacer el horóscopo de Eduardo VI, hijo de Enrique VIII y Jeanne Seymour, que subió al trono con nueve años. El soberano andaba por los dieciséis y leyó muy contento el horóscopo de Cardano, que le predecía larga vida, mucho más larga que la edad media de sus contemporáneos. No bien llegó a Italia, Cardano se enteró de la noticia: ¡Eduardo VI acababa de morir! Blanco de las burlas, no se amilanó. Pretextó unos errores de cálculo, lo que parecía bastante ridículo en un matemático. Rehízo los cálculos y halló finalmente... que Eduardo VI “tuvo razón en morir como lo hizo. Un poco antes o un poco después, su muerte no hubiera sido oportuna”. ¡Fantástico arte! […]».
Hay, en esa historia mínima, algo ausente, no dicho; sin embargo, es muy interesante y hasta, quizás, falso. Lo no dicho es que, para recuperarse del pésimo prestigio como astrólogo que le dejó alguna de sus predicciones, en especial la que le hizo a Eduardo VI, Cardano predijo la fecha de su propia muerte y, para asegurarse de acertar y asegurarse la esquiva credibilidad, se suicidó a la hora señala: en punto.
Deseo pensar que lo verdaderamente interesante de esta historia de historias es el intento de conectar la prímula a la cosa o, menos eufemísticamente, el intento de conectar la literatura con la matemática; la búsqueda de coincidencias, algunas casuales y otras causales. ¡Quién sabe!
Pensando como pienso, debo aclararle que no busque usted, en este teorema, pura literatura o pura matemática, pues fracasará en ese intento. Le sugiero que busque otro tipo de relaciones, como Fe en el futuro, o una protesta de silencio, o algún otro tipo de dudosa virtud. Busque asimetrías, opuestos complementarios o, incluso, por qué no, una nada que todo lo puede.