Puesto porJCP on Jan 19, 2015 in Autores
Los “intelectuales”, ellas y ellos, de la izquierda tras el triunfo electoral de ésta en 1982 se han convertido en “intocables. Insaciables. Como dioses”, y nadie se atreve ni siquiera a rechistar contra tal estado de cosas, por el poder inmenso que acumulan y la manera brutal como lo usan. Son los “intelectuales de Estado” que han ido segregando “una cultura de Estado” plenamente monetizada y mercantilizada, “una cultura dirigida”, sin libertad y contra la libertad.
Son Los personajes de la izquierda cultural, aupados al poder, el dinero y la fama, Joaquín Sabina, Luis García Montero, Pedro Almodóvar, Fernando Savater (primero anarquista y luego de derechas), Carmen Maura, Camilo José Cela, Almudena Grandes, Antonio Muñoz Molina, Rosa Montero, José Antonio Marina, Felipe Benítez Reyes, Luis Antonio de Villena, Elvira Lindo, Miguel García Posada, Luis Alberto de Cuenca, Maruja Torres, Javier Cercas, entre otros, promovidos por el diario El País, la cadena Ser y las televisiones ligadas a Prisa, los medios adoctrinadores por excelencia del progresismo en los últimos 40 años, actuar que se explica, también, porque entre los accionistas de dicho diario están, en la actualidad, el financiero G. Soros y el Banco de Santander.
Les denominan la “progresía”, “el rojerío”, unos virtuosos en “el arte de las subvenciones”, en atrapar sinecuras, galardones, regalías, premios, fielatos, ayudas, franquicias, inmunidades y momios procedentes de la Unión Europea, el gobierno central, las autonomías, los ayuntamientos, las Fundaciones de las grandes empresas, el aparato académico, ciertas embajadas, etc., etc. Por tanto, son los hacedores de una cultura inmunda, que se vende, que se prostituye. Tienen una ideología estatal capitalista , a sueldo o nómina del Estado para una cultura estatal, de Arte y Estado , cuya meta es el negocio fácil y rápido. Son “las mafias intelectuales”, a “la mafia roja”, devenida “mafia de la ceja”, en los tiempos de Zapatero, que se apropia de la considerable masa monetaria que la entidad estatal dedica a elaborar subproductos culturales y estéticos para consumo de la plebe, mera “quincallería”.
Se autoproclaman intelectuales “comprometidos”, pero cuya meta era y es llevar una vida parasitaria y hedonista, frívola e irresponsable, explotadora y derrochadora, una nueva burguesía de Estado que acumula capital en la industria cultural, pues “la cultura de Estado” ha llegado a ser un “negocio redondo”. Su enumeración sólo de los premios con que se lucran los estetócratas al servicio del parlamentarismo actual, pasma e incluso marea, debido a su número y variedad pero, sobre todo, a lo suculento de sus dotaciones.
El “pago por los servicios prestados” al Estado -por tanto a la patronal- ha constituido una burguesía cultural “roja” multimillonaria. Sus integrantes están “todos colocados”, en plantilla como “funcionarios e intelectuales orgánicos del sistema culturalista de Estado” creado desde y con la Constitución de 1978, obra sobre todo de la izquierda, el texto político-jurídico hoy vigente.
No sólo son unos trincones sino que las y los integrantes de la intelectualidad izquierdistas se caracterizan por “la ignorancia supina, la inlectura, la indocumentación, el vacío de cualquier ¿estudio? de la literatura, de toda investigación histórica y literaria”, siendo muy pobres sus obras en logros estéticos.
Hay que recordar que ya en su día Manuel García Viñó, en varios de sus libros, sobre todo en “El País, la cultura como negocio”, desarrolla formulaciones similares sobre la casta estetócrata progre, citando los mismos nombres y apellidos. Dedicado también a escrutar las desventuras de la cultura actual está “La mala puta. Réquiem por la literatura española”, de Miguel Dalmau y Román Piña. Merece la pena reproducir una frase del primero, “nuestro país ha bajado el listón en todo, salvo en incultura, grosería, frivolidad, falta de ética y estupidez”.
Fijémonos en lo de la “falta de ética”. Dado que la intelectualidad de la izquierda arguye que aquélla es “burguesa” la inmoralidad debe ser… ¿qué?, ¿quizá “proletaria”? De ese modo han universalizado y empeorado la fobia hacia la ética propia del burgués, del empresario, del dominador, del torturador, del escuadrista. Así, la izquierda nos está transportando desde la sociedad capitalista a la hiper-capitalista, su genuina meta estratégica. La inmoralidad en arte y cultura contribuye, conviene repetirlo, a hacer de éstos un ejercicio de prostitución continuada.
Ello ha resultado de la obvia hegemonía política, cultural, ideológica y académica de la izquierda, mantenida durante muchos años, al haber sido constituida al final del franquismo, en 1974-1978, y preservada hasta hoy por los poderes fácticos, estatales y empresariales. Su letalidad, sumada a la del régimen de Franco, ha producido una sociedad sin cultura, sin saberes, sin valores, sin arte, sin estética, sin ética, sin creatividad, sin calidad del sujeto, una formación social aberrante, con un futuro muy problemático. Por eso en el presente no existe el arte, salvo de manera excepcional y en la semi-clandestinidad. Nos queda el arte del pasado, cada día más dificultosamente comprendido, y poco más.
En fin, la Constitución de 1978, es la que estructura un orden de dictadura del ente estatal y la clase empresarial. Dicha dictadura fue primero constituida y luego vehementemente apoyada, en alianza con la derecha, por los partidos de la izquierda, PCE (luego IU), PSOE, grupos de la extrema izquierda y una parte notoria del anarquismo, formaciones a las que pertenecen los pedantócratas denostados por él, los cuales son firmes paladines de dicha dictadura.
Agotado el franquismo, las elites políticas, militares, académicas y económicas desde 1965 o incluso desde un poco antes, necesitaban un nuevo aparato de dominación política. Para lograrlo ultiman un pacto con el PSOE y PCE por el cual éstos se reafirman en su línea institucional pro-capitalista, concretándola a las condiciones del momento, y los poderes de facto les premian, a partir de 1974-1976, con una notable presencia institucional, considerables empleos estatales, sabrosas parcelas de poder y dinero, mucho dinero. La izquierda toda se hace de esa forma, en sus cuadros y notables, burguesía de Estado.
En ese marco se sitúa la acción de la estetocracia izquierdista, a la que el Estado y la banca confieren unos privilegios desmesurados. Como contraprestación aquélla debía llevar a efecto una triple tarea, arruinar la cultura, devastar la literatura y el arte y embrutecer a las clases populares, todo ello para la creación más eficiente de seres nada.
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