Crítica de Juan Orellana (Aceprensa).
El director australiano Bruce Beresford (Evelyn, Paseando a Miss Daisy) vuelve a ganarse al público con un delicioso biopic sobre el bailarín chino Li Cunxin, basado en la autobiografía del bailarín. Nacido en 1961, hijo de unos campesinos pobres, a los 11 años fue seleccionado por unos delegados del Partido Comunista para estudiar en la Academia Oficial de Danza de Pekín. En 1979 es invitado a una estancia de tres meses en la Academia de Baile de Houston (Estados Unidos). Todos sus esquemas mentales, inyectados por la fuerza en la Revolución Cultural, hacen crisis cuando Li experimenta la libertad y el bienestar económico en la “tierra de promisión” americana. Y se presenta el dilema: ¿volver o quedarse?
La película tiene una estructura temática que recuerda a Together (Chen Kaige, 2002): la creación artística acaba siendo la forma de expresar agradecimiento y sentimientos familiares. La película, que es obviamente crítica con la irracionalidad del comunismo maoísta, no es maniquea ni caricaturesca, humaniza a los personajes, y presenta también una cierta crítica moral a los defectos del capitalismo. Pero lo que el film pone por encima de la bipolaridad comunismo-capitalismo es el arte como lenguaje universal, la belleza como territorio común. Indirectamente, la película también indaga en el drama del inmigrante, que nunca puede dar la espalda a sus vínculos nutricios con su familia, su pueblo, sus tradiciones, su historia. En suma, una película emotiva, con un final apoteósico, melodramático pero contenido, una mirada última positiva y superadora de desencuentros.