Revista Cine
Estamos ante un importante filme de género histórico, coproducido por Australia con la colaboración de China, que clausuró la Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci’2010) y que ahora se estrena en nuestras pantallas comerciales y de versión original. Su director es Bruce Beresford (Sydney, 1940), un veterano y prolífico realizador australiano, que ha abordado preferentemente temas nacionales en sus películas. Y con sus colegas Peter Weir, Fred Schepisi, George Miller, Phillip Noyce y Baz Luhrmann, es uno de los pioneros de la “nueva ola” de su gran país, ese New Australian Cinema impulsado en los años 60 con la ayuda del Estado, que daría a luz películas “comercialmente viables” y con un contenido netamente nacional. Pero pronto aquellos jóvenes cineastas fueron “fichados” por Hollywood, junto a actores tan famosos como Russell Crowe, Nicole Kidman o Mel Gibson. “Importado”, por tanto, por la industria de la Meca del Cine, Beresford triunfaría en Estados Unidos como autor, después de demostrar su buen tino creador en más de un centenar de cortometrajes y filmes argumentales que reflejaban la vida cotidiana de la Australia actual. En Hollywood, conocería enseguida el éxito con Gracias y favores (Tender Mercies, 1983), Rey David (1985), Crímenes del corazón (1986) y Paseando a Miss Daisy (1989), interpretada por los veteranos Jessica Tandy y Morgan Freeman, con la que obtendría cuatro Oscars de la Academia, hasta filmes históricos como Camino al paraíso (1997) y Evelyn (2002). Pero ahora nos sorprende con otro filme biográfico, basado también en hechos reales relatados por el propio protagonista, Li Cunxin, con guión de Jan Sardi, especialista en biopics musicales (“oscarizado” por Shine). En Mao’s Last Dancer (2009), Bruce Beresford ofrece un trabajo emotivo y complaciente sobre la vida de este gran bailarín de ballet y ópera (que encarna para la pantalla otro reputado artista, Chi Cao, recomendado por el mismo Li Cunxin). Y relata la historia de ese niño que salió del ambiente rural de la China de Mao, para aprender ballet en Pekín, en 1972-73, y continuar en Estados Unidos en 1981, donde sería acusado de contra-revolucionario al no querer volver a su patria. Para eso llega a un matrimonio de conveniencia. Se muestra en la película el contraste entre dos sociedades antagónicas y el choque que tiene el protagonista con el mundo capitalista occidental, el cambio de costumbres; al tiempo que se evidencia de forma crítica el mundo comunista sin dejar de denunciar también el individualismo norteamericano. Con una preciosa coreografía (escenas del Don Quijote, El lago de los cisnes, El murciélago), las secuencias de baile se unen a una conmovedora historia personal, donde la danza adquiere un sentido revolucionario o es expresión de la libertad según su entorno sociopolítico. Se observa el cambio del contexto: de la Dictadura comunista más radical hasta la apertura a Occidente al final, donde el PC chino ya ha variado su política con respecto a USA), tal como se aprecia en los delegados culturales, el embajador o, por último, en la reivindicación del maestro de Li Cunxin, el profesor Chan. Película bella, de notable categoría artística y humana, la cual produce placer estético en el espectador cultivado y, posiblemente, más de una lágrima; pues se evidencia cómo la China contemporánea post-Mao hace equilibrios diplomáticos para mantener una disciplina que no entiende de sentimientos ni de otros lazos que no sean los que unen al individuo con el Estado. Todo ello está contado a través de flash-backs Y ahí tenemos la idea central del filme: El último bailarín de Mao rompe una lanza en torno a la libertad humana como don de Dios, ya que Li Cunxin descubre su belleza y desea volar -a través del baile, de su profesión- para alcanzarla. Eso en lo que se deduce tras el visionado de esta hermosa obra artística de Bruce Beresford.(Texto de la presentación de esta película, pre-estrenada en VII Mostra de Cinema Espiritual, de Barcelona, noviembre de 2010)Escrito por J. M. Caparrós, Catedrático de Historia