Canto a la vida. Al leer El último día de Terranova me viene a la memoria Víctor Jara, el derecho de vivir en paz. Un derecho pisoteado una y otra vez a lo largo de la historia por aquéllos que se sienten invencibles y que en realidad son cobardes parapetados en sus reductos con mucho miedo y, por miedo, destruyen todo lo que suponga un peligro a su bienestar.
Que cada viaje de Eliseo a América o Europa era, en realidad, un internamiento en un sanatorio mental. No por loco [...] por homosexual. Y lo del psiquiátrico era una forma de evitar la cárcel.
Canto a la libertad. Terranova supone vivir libre, de manera sencilla pero fértil. Sus ocupantes conocen la libertad, la riqueza, la vida a través de los libros. Vicenzo, el narrador protagonista, experimenta la alegría, la protección, el amor y la salvación de su propia existencia de la mano de los que habitan Terranova.
Canto a la poesía. Manuel Rivas elabora un relato pleno de belleza, rebosante de sensibilidad, plagado de sentimientos. Es una novela, pero lírica; es prosa aunque poética. Hay esplendor en todas sus páginas, incluso aquellos recuerdos cubiertos de fealdad, de dolor, de horror, están mostrados al lector desde el punto de vista del optimismo final porque hasta en la desesperación más absoluta asoma la elegancia de quienes quieren llevar felicidad.
Canto al saber. El argumento de la novela se aparta en ocasiones de la trama para recordarnos a grandes músicos o escritores, grandes personas o seres anónimos que se han perdido, se pierden, en esa búsqueda de la vida. La novela es una denuncia a los regímenes dictatoriales que imponen la represión, la tortura, la muerte despiadada, y se jactan del miedo que provocan, precisamente por tener miedo a que se descubran todas las tropelías cometidas.El argumento de El último día de Terranova es muy sencillo; La librería Terranova, como otros comercios situados en un enclave privilegiado, va a ser cerrada por intereses inmobiliarios. Sin embargo, en el último momento, los especuladores son acusados de corrupción y todo el proceso se detiene. No sabemos qué ocurrirá con la librería, queremos creer que sobrevivirá a las grandes superficies pero el autor lo deja ahí, con final abierto.
Detrás de este argumento tan sencillo está la verdadera trama de la novela. Vicenzo, el narrador, nos cuenta la historia de la librería, su propia historia, mediante recuerdos que se van superponiendo en el tiempo y espacio, recuerdos aislados con los que los lectores no tenemos dificultad para construir con ellos un argumento lineal, al contrario, se instala en nosotros una seductora sensación de autonomía al tener la impresión de que vagamos por las páginas superando cualquier limitación. Evocamos algo parecido a lo que sentimos con la poesía, como si pudiésemos deambular a nuestro antojo, saltando algún capítulo para retomarlo más tarde, y sin embargo, el narrador es consciente en todo momento de que nos conduce de la mano para que lleguemos al final de la novela sabiendo lo que quería comunicarnos.
Los hechos relatados, referenciales, encubren las verdaderas funciones del escrito. La más importante, la expresiva. Mediante esos sucesos el autor hace aflorar sus sentimientos, sus emociones, las impresiones que han quedado grabadas después de vivir el horror de la dictadura. No sé si Vicenzo es la voz de Manuel Rivas pero el corazón de Rivas late en El último día de Terranova.
El lenguaje cuidado, la personificación de la naturaleza, enumeraciones agilizadoras, anadiplosis animalizadoras que conforman una frase en la que se condensa la desesperación del ser humano, la mezcla de lenguajes artísticos, la sinécdoque despersonalizadora de la policía como símbolo de la represión, las epanadiplosis que refuerzan la solidaridad del ser humano y las metáforas embellecedoras de la vida, asociada siempre a la mujer: Viana, Comba, Garúa, Expectación, Estela del Mar, consiguen que predomine la función poética, de hecho hay párrafos que son por sí mismos un poema.
En la transcripción del siguiente párrafo, donde apreciamos todo lo señalado anteriormente, me he tomado la libertad de colocarlo en versos
El autor es un maestro en el uso del vocabulario. Las palabras no se resisten, antes al contrario fluyen de forma eficaz para comunicar. El lector es partícipe de los sentimientos, de los hechos que rodearon al protagonista, e inmediatamente empatiza con sus ideas. Al leer El último día de Terranova nos posicionamos con Vicenzo, ante la belleza sin límites de lo que nos rodea, sentimos su amor por la naturaleza y percibimos una armonía que deseamos nazca de nosotros para propagarse como una onda expansiva hasta cubrirlo todo.
El estilo, qué duda cabe, es elegante y, sin embargo, no pierde nada de intensidad y expresividad. Es intenso porque precisamente nace de dentro, de la intimidad, del sentimiento y la memoria, fundamental para vivir. Es expresivo porque encontramos acumulación de recursos que fortalecen las relaciones entre los personajes y el carácter de los propios personajes con paradojas, metáforas o términos polisémicos
Porque es cierto que participamos de hechos alegres, tristes, duros, llevaderos... pero son efímeros; sólo nos queda el recuerdo y todos sabemos que los recuerdos se van remodelando en la mente hasta dejar en ella nuestra verdadera vida, la que recordamos una y otra vez; no importa si protagonizamos un hecho, importa lo que recordamos, cómo lo recordamos, cómo lo vivimos a diario y lo transmitimos. Eso somos nosotros. Y eso es lo que tiene presente Vicenzo Fontana; en sus memorias nos induce a ver belleza, a ver arte en lo que nos rodea, pero no podremos distinguirlo si no hemos advertido el dolor, la injusticia, la desventaja vergonzosa que sufren los manipulados, los débiles.
El último día de Terranova es un símbolo de resistencia y funciona de la misma manera que la librería, símbolo a su vez de reducto del arte y garantía de libertad.
La novela acoge a una serie de personajes, todos diferentes y todos igualados en la desgracia, el dolor. Sin embargo no tenemos la sensación de estar ante perdedores: una frase nos lo recuerda a modo de estribillo "Él no está estructurado para morir", otras nos hacen tomar consciencia de la fuerza que podemos llegar a tener a pesar del paso del tiempo "Pues no desfallezcas, chaval", y otras constituyen toda una declaración de intenciones
Por su parte la librería ha servido de refugio, durante casi un siglo, a los dadaístas, surrealistas, a Rosalía de Castro, a la generación del 27, a Valle-Inclán, a la generación perdida, al existencialismo... Porque quienes han estado al frente de esa librería son portavoces de la cultura, baluartes del saber, defensores del libro como medio para sobrevivir en un mundo despiadado "¡Terranova podría vivir sin libros, carajo! El día que dije eso, la blasfemia largo tiempo rumiada, Comba y Amaro hicieron que no oían. Ni siquiera se miraron. Qué fracaso de provocación."
He empezado esta reseña afirmando que El último día de Terranova es un canto a la vida, a la libertad, a la poesía, al saber. Quiero terminarla testificando que es un canto al librero, a esa figura que lamentablemente se va extinguiendo en pro de un ordenador. Esa figura que algunos recordamos con cariño porque regentaba un local tranquilo, de olor peculiar a tinta y papel, al que se podía ir no sólo a comprar sino a mirar, a conversar, a dejarte aconsejar, a aprender, a reforzar la amistad que antes o después te unía al librero y a consolidar la admiración por ese mundo inabarcable encerrado en una librería de nombre clásico. Felicidades a Manuel Rivas por la novela, y felicidades a todos lo que, como yo, hemos podido pasar tardes enteras enriqueciéndonos con los Fontana de Terranova, con los Mariano de Espartaco o con los Fidel de Athenas.