En 1958 John Ford rodó El último hurra, una espléndida película protagonizada por Spencer Tracy en el papel de un viejo alcalde liberal (en el sentido norteamericano) de una ciudad de Nueva Inglaterra, que se apresta a librar su última batalla política teniendo como rival en la reelección a un estúpido incompetente apoyado por los sectores más poderosos y reaccionarios de la ciudad.
El último hurra es pues una película crepuscular y nostálgica, pero también una llamada al optimismo y a la pelea. Desconozco si Alfredo Pérez Rubalcaba es hombre amante del cine, pero a poco que lo sea seguro que aprecia este film, que además de sus virtudes cinematográficas tanto tiene que ver con su actual situación en la política española. A Rubalcaba le ha tocado en suerte defender el honor de su partido y sus votantes, más incluso que intentar materializar las remotas posibilidades que tiene de ganar unas elecciones que todos dan por favorables al Partido Popular. No se trata tanto de tener "un buen resultado" como de devolver la fé al electorado de izquierdas de que ganar, sino esta vez la próxima, es perfectamente posible, y de convencerles por tanto de que no estamos ante el inicio de un "Reich de los Mil Años" de la derecha española por vía democrática, algo especialmente doloroso y descorazonador no ya para la gente de izquierdas sino para cualquier demócrata español en general.
Si alguien puede lograr esto, si hay alguien capaz de lanzar ese último hurra y conseguir que le sigan en masa a la batalla aunque sea para caer en ella, ese es Pérez Rubalcaba. Contra lo que afirman quienes no conocen el PSOE por dentro, Rubalcaba no es un típico aparatchik sino un verdadero soldado del partido, acaso el último. Un hombre crecido políticamente en el servicio al partido y a las clases sociales lideradas históricamente por éste. Un hombre en definitiva, para el que ser secretario general o barrer una Casa del Pueblo vienen a ser tareas no muy diferentes y en todo caso, dotadas de la misma dignidad.
A un hombre así se le puede vencer políticamente, pero nunca se logra aniquilarlo. Rubalcaba morirá políticamente con las botas puestas, cuando todo el mundo haya olvidado el apellido de su contrincante electoral y a lo que parece posible vencedor.
En la fotografía que ilustra el post, Alfredo Pérez Rubalcaba durante su etapa como ministro del Interior.