«En momentos así siento una alegría infinita. Dicen que cada día hay un instante en que el diablo no tiene permiso para entrar: si pudiéramos meternos por completo en ese instante, la vida sería puro éxtasis.»(Yannick Haenel: Que no te quiten la corona.)
Estoy de vacaciones. Creo, confío, deseo. Oficialmente mi descanso empezó el viernes a las 5 de la tarde, pero ya sé que es posible que la semana que viene tenga que hacer alguna cosa de trabajo por un tema importante que me caerá encima como un tsunami en cuanto vuelva a trabajar oficialmente. Ayer, un poco antes de cerrar el ordenador, recibí un mensaje de un compañero: «No te preocupes que ahora enseguida llegamos los refuerzos». Le contesté: «Por favor, no digas “ahora, enseguida” como si septiembre estuviera al caer. Necesito creer que septiembre es un momento lejano del que me separan océanos de tiempo, como decía el Drácula de Bram Stoker».
Y es así. Necesito sentir que agosto va a durar al menos tanto como ha durado julio y que en las semanas que tengo, oficialmente, de vacaciones, el tiempo se dilatará y me permitirá desconectar, relajarme y aburrirme. Por ahora lo único que me aburre soberanamente es mi tabla diaria de ejercicios. Es algo soporífero (tal cual: a mí me da sueño) pero me lo tomo como una valla, un obstáculo que tengo que saltar al principio del día para luego disponer de horas de vagancia, lectura, sueño, regocijo y pereza laxa.
Cuando llega junio vuelvo siempre a tener 10 años. Y siempre deseo lo mismo: ser capaz de crear una rutina lánguida que me lleve a los veranos de mi infancia. Pongo todo mi empeño en ello sabiendo que es imposible, porque para empezar ya no dispongo de tres meses de vacaciones. Ahora con suerte consigo unas semanas en las que, a lo mejor, conseguiré esa sensación en algunos momentos puntuales. Es por tanto un empeño destinado al fracaso desde el principio... pero no sé enfrentarme al verano de otra manera.
Hace unas semanas, en el suplemento de The New York Times del que ya hablé la semana pasada, preguntaban a los lectores por sus intenciones para este verano. En la selección de respuestas que publicaron encontré ésta:
2023 will be the summer of making more gazpacho than enemies. — Lauren Oster, New York City
Me encantó. Me pareció un plan de verano sin fisuras. Fresco, fácil y sabroso. Ahora que lo pienso, quizá en Nueva York no sea tan fácil hacer gazpacho, pero seguro que Lauren lo consigue. Pensé entonces en cuáles podrían ser mis intenciones para mis semanas de vacaciones, intenciones con el subtítulo: «esta es la idea pero si luego no se hace no pasa absolutamente nada”» Intenciones sin corsé, sin obligación. Visualicé esas intenciones como un estanque de peces de colores en el que quizá me apetezca pescar o quizá no y me dedique solo a mirarlos.
Aquí va mi lista sin orden ni concierto. Algunas de estas intenciones ocurrirán, otras no, otras a lo mejor las intento y las abandono por desinterés o cansancio o aburrimiento.
El verano del 2023 va a ser el verano de pasar ratos sin hacer nada, ni escuchar podcasts, ni leer, ni hablar y, si lo consigo, sin pensar. Esta misma tarde he pasado un rato mirando cómo la sombra avanzaba por el fondo del valle. Ha sido un rato corto porque, aunque no hacer nada pueda parecer sencillo, algo al alcance de todos, es algo que tiene su miga. Como dice Jerry Seinfeld: “Doing nothing is not as easy as it looks. You have to be careful. Because the idea of doing anything could easily lead to doing something, that would cut into your nothing, and that would force me to have to drop everything”.
El verano del 2023 va a ser el de volver aCrimen y castigo. Llevo varios veranos pensando en releer esta novela que me encantó en COU, hace 32 años. Ahora va a ser el momento y además voy a releerla en el mismo libro de aquella primera vez, una edición granate de Círculo de Lectores que recogía las grandes obras de la Literatura Universal. En esa colección descubrí Los miserables, Guerra y paz, Cien años de soledad y muchos otros. El verano de 2023 va a ser el verano de escuchar música nueva, música que no conozco, seleccionada por otros, dejándome llevar por si descubro algo que me guste, algo que me haga decir «voy a poner esta canción otra vez». Va ser el verano de leer el periódico en papel todos los días y el de no mirar el reloj para saber si es la hora de comer o de cenar: comeré cuando tenga hambre o gula. El verano de 2023 va a ser el de ver El cazador, de Michael Cimino, una película que me persigue desde hace años pero de la que intento escapar porque dura tres horas. El verano de 2023 va a ser el verano de ponerme muchos vestidos, todos los que pueda; ya está bien de dejarlos para cuando haga algo especial. El verano de 2023 va a ser el verano de ver románico catalán y volver a la Provenza. Va a ser el verano de volver a ponerme un vestido blanco que me compré en 2014 en una tienda de segunda mano en Toulouse, descubrirles esa ciudad a mis hijas, volver a Avignon, comprar jabón de flor de naranja, ir en bici al Pont du Gard y preparar el desayuno cada mañana para tomarlo en el jardín sola mientras ellas duermen. Va a ser el verano de no leer The New Yorker porque ha habido un problema con mi suscripción y no me llegan las revistas desde hace un mes. Va a ser el verano de preparar el regalo de cumpleaños de Clara, celebrarlo e intentar cambiarme los pendientes cada día y empezar a usar champú sólido. El verano de 2023 va a ser el de visitar una excavación de una fosa de represaliados del franquismo y el de no entrar en discusiones ridículas. El verano de 2023 va a ser el de comer salmorejo, melocotones con yogur griego, trenza de Almudévar, salchichón francés, tortilla provenzal y todo el queso francés que pueda comer sin morir en el intento. El verano de 2023 va a ser el verano de subir al puerto de la Glera, ir a un concierto de viola de gamba y, a lo mejor, bañarme en La Camarga. El verano de 2023 va a ser el de escribir aquí sin plan, sin intención, puede que recuperando textos antiguos o solo unas breves líneas inspiradas por algo que pase cada día.
Puede parecer un plan ambicioso, un plan que va contra el principio fundamental que rige mis fines de semana y mi tiempo de ocio: no hacer nada... pero no es así. Quiero tener todas esas intenciones para desechar la mayor parte de ellas y no sentirme culpable, dejarlas pasar a mi lado sin preocuparme, sin pensar que estoy perdiendo el tiempo porque el verano de 2023 también quiero que sea el de dejarme llevar.
“To do nothing is to have yourself still so that you can perceive what is actually there”. Jenny Odell
Eso es. Esa es mi intención: concentrarme en notar cómo mis vacaciones suceden en mí, cómo resbalan por mis días. Y si puedo beber muchísimo gazpacho, pues mejor. Los enemigos me dan igual.
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