Es difícil oír una voz nueva, tanto como es difícil escuchar una lengua desconocida. Sencillamente no escuchamos. Hay una nueva voz en los viejos clásicos norteamericanos. El mundo se ha negado a oírla y la ha menospreciado tachándola de cuentos infantiles.
¿Por qué? Por miedo. El mundo teme a las experiencias nuevas más que a cualquier otra cosa porque las experiencias nuevas reemplazan a tantas otras experiencias pasadas. Es como intentar usar músculos que tal vez no se hayan usado nunca o que han permanecido agarrotados durante mucho tiempo. El dolor es insoportable.
El mundo teme las ideas nuevas, puede soslayar cualquier idea. Pero no puede soslayar una experiencia realmente nueva. Sólo la puede rehuir. El mundo es un gran tramposo y los norteamericanos los que más lo son. Porque huyen de su propio yo.
Hay un sentimiento nuevo en los viejos libros norteamericanos, mucho más de lo que hay en los libros norteamericanos modernos, que están bastante vacíos de sentimientos y se vanaglorian de que así sea. Hay un sentimiento “diferente” en los viejos clásicos norteamericanos, la transformación de la vieja psique en algo nuevo. Es un distanciamiento y los distanciamientos son dolorosos, y atormentan. Así que intentamos ocultarlo con una venda, como si de un corte en un dedo se tratase. Vendémoslo con un lienzo.
Es también una amputación, una amputación de las viejas emociones y de la conciencia. No pregunten qué es lo que queda.
El discurso artístico es la única verdad. Normalmente, un artista es un embustero execrable, pero su arte –si es arte- revelará la verdad de su época. Eso es lo único que importa. Adiós a las verdades eternas. La verdad sólo vive de un día para otro, y el maravilloso Platón de ayer suena anodino hoy en día.
Los viejos artistas norteamericanos eran unos empedernidos embusteros. Pero, a su pesar, eran artistas. Que es más de lo que se puede decir de la mayoría de talentos vivos.
Se puede hacer lo que se quiera al leer La letra escarlata, o bien aceptar lo que Hawthorne, ese adulador jovenzuelo de ojos azules tiene que decir de sí mismo –falso como todos los jovenzuelos aduladores- o bien leer la impecable verdad de su discurso artístico.
Lo curioso del discurso artístico es que tergiversa las cosas tantísimo, quiero decir, que dice muchas mentiras. Supongo que es porque nosotros nos mentimos constantemente. Y es a través de esta trama de mentiras como el arte teje la verdad. Como Dostoyevski, que posaba como una especie de Jesús, mas revelándose a sí mismo en realidad como un pequeño monstruo.
El verdadero arte es una especie de subterfugio. Pero, y doy gracias a Dios por ello, si nos lo proponemos, podemos mirar a través de ese subterfugio. El arte tiene dos grandes funciones. La primera es proporcionar una experiencia emocional. Y luego, si tenemos valor de contemplar nuestros propios sentimientos, se convierte en una mina de provechosa verdad. Hemos tenido sentimientos ad nauseam. Pero no nos hemos atrevido a extraerles la auténtica verdad que nos concierne, tanto si concierne a nuestros nietos como si no.
El artista normalmente se propone, o solía hacerlo, exponer una moraleja y adornar un cuento. Sin embargo, por regla general, el cuento insinúa lo contrario. Hay dos infructuosas moralejas enfrentadas, la del artista y la de la narración. Nunca confíen en el artista, confíen en la narración. La verdadera función del crítico es proteger la narración del artista que la creó.
D.H. Lawrence
Estudios sobre literatura clásica norteamericana
Foto de D.H.Lawrence con Frieda Weekley