Absorbemos yodo por el intestino, por el cutis y por los pulmones; por ejemplo cuando aspiramos los aires del mar. Para un adulto, la tasa de 150 microgramos diarios es suficiente.
En el organismo el yodo tiene proporciones reducidas. Está distribuido 50% en el músculo, 20% en la tiroide, 10% en la piel, 6% en el esqueleto, y el 14% que queda está en diversos órganos.
El yodo de los alimentos se absorbe como yodato en la glándula tiroides y forma la iodotiroglobulina, que hace tanta falta para la secreción de la hormona tiroidea...
Espera, espera... ¿Quiere decir que el metabolismo del yodo está unido al funcionamiento de la tiroides? ¿Que ejerce el control sobre la nutrición de muchos tejidos? ¡Sí!, y además, estimula el crecimiento, excita el sistema nervioso vegetativo, mejora el nivel de la inteligencia, estimula la movilidad gástrica, influye en la absorción intestinal, aumenta la oxidación de los alimentos y, regula la producción de calor orgánico.
Cuando hay falta de yodo en el organismo los síntomas son: bocio, condiciones tóxicas, crecimiento retardado, deficiencia mental, desarrollo sexual insuficiente, dolores en el corazón, sabor de grasa en la boca, intumescencia de los brazos, piel pálida, seca y escamosa, el pulso es alternado lento y rápido, respiración corta y rápida, trastornos glandulares.
El yodo se encuentra, principalmente, en el agua del mar, así como en las plantas marinas. Encontramos también yodo disuelto en las aguas de regiones próximas al litoral y, por ello, en los vegetales de estas zonas.
En el agua y en la tierra de las zonas muy lejanas al mar no se encuentra yodo, ni en los vegetales de esos lugares; son zonas bociogénicas, donde la hipertrofia de la tiroides, si no se trata, alcanza grandes proporciones.
Los alimentos que contienen yodo son: berros, alcachofa, lechuga, ajo, zanahoria, coliflor, guisantes, espárragos, espinacas, habas, judías, rabanetas, tomates, y principalmente las plantas marinas.