Revista Expatriados
Para comienzos del siglo XVII, el zen japonés se había adocenado. Hacía más de cien años que no había habido grandes maestros como Dogen, Eisai, Muso Soseki o incluso maestros más heterodoxos como Ikkyu Sojun. Falto de maestros de talla, la escuela soto languidecía y descubría que el mero recurso falto de imaginación a las enseñanzas de su fundador, Dogen, no bastaba. En la escuela rinzai, el uso del koan se había convertido en algo estereotipado, sin vida. Las figuras más interesantes de este período,-gente como Suzuki Shosan o Ungo Kiyo-, se desarrollaron fuera de los monasterios institucionalizados. Fue en este contexto en el que enseñó el maestro Bankei, quien, según D.T. Suzuk, fue uno de los tres grandes maestros del zen japonés, junto a Dogen y a Hakuin.
La búsqueda de Bankei comenzó de niño, cuando estudiando a los clásicos confucianos (lo de estudiar es un eufemismo; se trataba de aprendérselos de memoria sin entenderlos) se encontró con la frase: “La Vía de la Gran Enseñanza reside en iluminar la Virtud Brillante.” Así tomado es una cojofrase maravillosa. Lo malo es cuando te viene un alumno avispado como Bankei y te pregunta: “¿Y qué coño es la Virtud Brillante?” Los maestros posiblemente le respondieran lo que decía el manual: es el sentido moral intuitivo que constituye la naturaleza intrínseca del hombre. Y aquí el estudiante avispado insiste: “Macho, te ha quedado muy bien la frase, pero sigo sin pillarlo… ¿no será que tú tampoco lo entiendes?” Y tampoco debían de entenderlo sus maestros, porque ninguno le dio una respuesta que le satisficiera. Bankei colgó los estudios y decidió encontrar la respuesta por su cuenta.
Así, de una manera natural, Bankei comenzó su carrera espiritual inmerso en la gran duda, esa gran duda que la escuela rinzai intenta generar de manera un poco artificial mediante el uso de los koan. Resulta interesante que uno de sus acicates fuese el deseo de poder explicarle a su madre antes de que muriese de qué iba el tinglado del universo y la existencia. Ésa es justo la vía del bodhisattva: buscar la iluminación para el beneficio de todos los seres.
Bankei se agotó a base de austeridades y excesos meditativos. Su salud se resintió. Se volvió tuberculoso. Se sentía a las puertas de la muerte y lamentaba morir sin haber logrado desentrañar la respuesta a sus preguntas. En ese momento, según el propio Bankei “tuve una sensación extraña en la garganta y cuando escupí contra la pared, noté que el esputo se había coagulado en una masa negra como una mora y que resbalaba por la superficie. Después de eso, sentí el interior del pecho curiosamente refrescado y es entonces cuando me golpeó de repente: “Todo está guiado perfectamente por el No-Nacido y porque hasta hoy no pude verlo, he estado dándome golpes en vano.””
Lo No-Nacido, en japonés Fusho, se convertiría en el núcleo del pensamiento y de las enseñanzas de Bankei. Fusho es lo que no tiene origen y representa nuestra verdadera naturaleza. Desde este punto de vista, Fusho sería nuestra naturaleza búdica intrínseca.
La naturaleza búdica es innata y eterna. “La Mente búdica que tenéis innata de vuestros padres es no-nacida, es decir no tiene comienzo ni fin.” Pero no es un alma individual, no es algo que sirva de fundamento para un ego separado. “No hay diferencia entre la mente de todos los budas y la Mente búdica de cada uno de vosotros.” Bankei retoma una vieja imagen en el zen, cuando equipara a la naturaleza búdica con un espejo. “Ya que esta Mente búdica es no nacida y maravillosamente iluminante, es mil, diez mil veces más brillante que un espejo y no hay nada que no reconozca o distinga. Con un espejo, tan pronto las formas de las cosas pasan por delante de él, sus imágenes reflejadas aparecen. Porque, desde el inicio, el espejo no tiene intención consciente, no tiene ninguna idea de rechazar o no las cosas que se le presentan, ninguna idea de eliminar o no esas imágenes que refleja…” Es decir, la Mente búdica acepta la realidad tal cual es, no la juzga, ni se aferra entusiasta a ella ni la rechaza.
Un ejemplo que aporta Bankei de lo que va de esa Mente búdica a la mente egoica es el siguiente: cuando vemos a los vecinos pelearse, asistimos con ecuanimidad a la pelea. Somos capaces de ver objetivamente los pros y los contras de la posición de cada uno. Cuando la pelea nos afecta a nosotros, perdemos esa maravillosa ecuanimidad. El ego ha hecho su aparición.
Si la Mente búdica es tan maravillosa y nacemos con ella, ¿cómo es que luego la perdemos? Bankei piensa lo mismo que mis hijos, que toda la culpa es de los padres. Los propios padres, ignorantes de su naturaleza búdica no-nacida, transmiten su ilusión de que existe un ego a los hijos. Crecemos en un ambiente impregnado de ignorancia y engaño y acabamos generando patrones de conducta que perpetúan esa ignorancia y engaño.
Una vez la ignorancia se ha impuesto, sucede que “porque la Mente búdica es maravillosamente iluminadora, las trazas de todo lo que has hecho son reflejadas. Es cuando te apegas a esas trazas reflejadas que produces la ilusión. Los pensamientos realmente no existen en el lugar en el que se reflejan las trazas y entonces surgen. Retenemos las cosas que oímos y vimos en el pasado y cuando nos vienen, aparecen como huellas y son reflejadas. Originalmente los pensamientos no tienen sustancia real. Así pues, si se reflejan, deja que se reflejen; si surgen, déjales que surjan; si cesan, deja que cesen. Mientras no te apegues a esas trazas reflejadas, no se producirán ilusiones.”
Para entender el anterior párrafo, hay que tener en cuenta dos cosas. Por un lado, en su análisis de la mente, el budismo mahayana había llegado a especular con la existencia del alayavijñana, o conciencia almacén. El alayavijñana es el flujo de conciencia puro. Las semillas de nuestras acciones pasadas quedan allí guardadas para que fructifiquen cuando el momento y las circunstancias propicias se den. Pero el alayavijñana no presupone un ego.
En cuanto a los pensamientos, una idea muy repetida en el zen y en el budismo tántrico es que los pensamientos carecen de existencia intrínseca. La mente por su puro funcionamiento no puede dejar de generar pensamientos, lo mismo que el oído no puede dejar de oír. Si mi oído oye a Beethoven y pienso que es maravilloso y a continuación oye a Lady Gaga y pienso que es una mierda, resulta que maravilloso y mierda son añadidos conceptuales míos, porque las ondas sonoras han sido las mismas en ambos casos. Si oigo a Lady Gaga y me obceco en que es una mierda y que ojalá que deje de sonar, sufriré. Hay otra manera de oír a Lady Gaga: como un sonido ambiente, como algo que está ahí. Igual sucede con los pensamientos, son el sonido ambiente de nuestra mente. Como dice un viejo dicho zen, si llaman a la puerta, ábresela, pero no les invites a que se queden a tomar el té.
La propuesta de Bankei es muy sencilla: no te apegues a los pensamientos ni te identifiques con ellos, deja que surjan y desaparezcan en tu mente. Contempla la Mente búdica pura en la que surgieron. Ella no se apega a ellos ni los rechaza. Deja que sean.
Para Bankei, la naturaleza búdica es una realidad tan evidente que darse cuenta de que la tenemos no resulta tan difícil: “La prueba real de este No-nacido que maneja todo perfectamente es que, mientras estáis mirándome y escuchándome, si fuera hay el graznido de los cuervos, el piar de los gorriones o el susurro del viento, incluso aunque no intentéis oír deliberadamente cada uno de esos sonidos, los reconocéis y distinguís. (…) Cuando de repente todos esos sonidos aparecen y los reconocéis y distinguís, oyéndolos sin equivocación, estáis oyendo con la Mente búdica no-nacida. Nadie aquí puede aducir que oyó esos sonidos porque había decidido de antemano que los escucharía cuando surgieran.”
Este mensaje se repite una y otra vez en Bankei, como la prueba de lo fácil que es entender que tenemos esta Mente búdica que refleja la realidad tal y como es en cada momento, sin juicios ni valoraciones ni egos que interfieran. La iluminación consistiría en advertir esta realidad y para ello no hay sutras ni meditaciones que valgan. El propio Bankei en sus sermones contaba una y otra vez lo que sufrió para alcanzar la iluminación y la de tiempo y sufrimientos que se habría ahorrado si alguien le hubiera explicado una verdad tan simple.
Pienso que Bankei exageraba la simplicidad de la tarea. La iluminación es como intentar meter una llave en la cerradura en la oscuridad cuando volvemos borrachos de madrugada (esta imagen me la contaron amigos juerguistas, no es que se me haya ocurrido por nada que haya vivido personalmente). Parece muy difícil, pero en el momento en que damos con la ranura e introducimos la llave, todo parece tan sencillo…
Termino con un poema de Bankei en chino que ilustra cómo es el mundo en que vive la mente iluminada:
“El año nuevo, el año viejo, ¿qué importa?Estiro los pies y todos duermen tranquilosNo me digáis que los monjes no están practicando.Aquí y allí canta el ruiseñor: ¡el zen superior!”