En el camino del budismo zen es común encontrar a personas que no entienden el concepto de Zen. Y no los culpo. La mercadotecnia se ha encargado de trastornar el significado. Tenemos tés, champús, salones de masaje, píldoras, gadgets, gimnasios, ropa y hasta jabones con la etiqueta de “zen”.
Por alguna razón que escapa a mi pequeña mente, se piensa que zen es igual a tranquilidad o inactividad.
Y no, no lo es.
He pensado en esto porque hace algunos días alguien, al enterarse que soy monje, lanzó este comentario en tono de pedir evidencia:
¿Y de verdad eres muy zen?
Después de pensar un poco en la respuesta, dije: soy tan zen como cualquier otra persona. Y seguí mi vida. De hecho hasta olvidé que había sucedido.
A la mañana siguiente, durante mi sesión meditación, estaba muy tranquilo siguiendo el ritmo de mi respiración.
Cuando de pronto un olor fétido llegó a mi. Tan asqueroso, que me hizo perder concentración.
Uno de mis dos amos gatunos estaba saludando al sol usando el arenero. ¡O poderoso incienso de las croquetas procesadas, sin piedad y sin decoro!
El olor de su excremento invadió mi zazen. Juro que hasta el Buda arrugó la nariz.
Sin interrumpir mi meditación, sólo reconocí lo que pasaba y no me moví. Como todas las cosas en el universo, la peste también es impermanente.
Y de pronto llegó a mi cabeza… ¡Esto es zen!
¡Esto ES zen!
Zen no es exclusivamente un estado perfecto de tranquilidad. Tampoco es calma absoluta o inacción. Y no, no es un producto de belleza.
Zen es la vida en su totalidad. Es encontrar lo hermoso en el peor barrio de la ciudad. Es percibir la enormidad del universo en un grano de sal. Es aceptar que la fealdad del ser humano es parte de nosotros.
Zen es vómito, celos, avaricia, políticos malignos, desesperación, el reguetón, los misiles contra Gaza y el narco en México.
Zen es un el milagro de un recién nacido, la inocencia del primer beso, la armonía improvisada del Jazz, el éxito profesional y las risas imparables de una tarde con amigos.
Zen es un producto con la palabra zen, pero también es no comprar nada que se llame zen.
Zen es el olor de la caca de gato mientras meditas. Pero a la vez, Zen es la felicidad que trae ese mismo gato (o perro), tu mejor amigo.
Zen es saber que todo ello es simplemente parte de un paquete llamado vida y aceptarla como es, sin juicios ni etiquetas.
Es estar en paz con las cosas como son, para luego caminar hacia adelante un día a la vez.
Y sí. Soy tan zen como cualquiera.
Nada especial, en realidad.