Plaza de toros de Bilbao, 21 Agosto de 1991, protagonistas ``Escudero´´ de Victorino Martín y Emilio Oliva hijo. Gran toro y gran torero, que lo lució a sabiendas de que podría quedar en evidencia ante el caudal de casta y el galope del de la A coronada. La faena no dejó indiferente a nadie. Unos vieron a un torero desbordado dando mantazos y otros, entre los que incluyo, vimos a un torero que quiso hacer las cosas bien, torear de manera clásica y lucir al toro. A veces logró muletazos muy puros y en otras ocasiones le ganaba la batalla y el sitio ``Escudero´´. En cualquier caso, máximos respetos para Emilio Oliva por su honradez y afición.
Así nos lo contó el maestro Joaquín Vidal en El País:
El toro de bandera fue el sexto. Flojito, apenas pudo soportar una vara y media, pero en el resto de los tercios se comportó con una boyantía excepcional. Emilio Oliva le pegó muchos pases, y pegar muchos pases no era lo que le estaba pidiendo a gritos (quizá deberiamos de decir mugidos, pero no mugió nunca jamás) el torito de bandera.
Únicamente muletas de arte habrían podido corresponder a la pastueña, dulce, maravillosa embestida del victorino. Una Curro- versión Romero o versión Vázquez, según hubiera salido la luna- un Pepe Luis - padre o hijo, igual habría dado para pasaportar el toreo a la gloria- ese señor Chenel, le llaman Antoñete, que estaba allí cerquita en el callejón, y no se perdía detalle, emergiendo desde el burladero; él, su pelo cano, su pitillo en la boca, su concierto de toses. Algunas otras muletas artísticas hubieran valido también. No muchas, claro. Pero cuando se crían en las dehesas un toro así, hay que llevarlo donde lo sepan torear, y si de eso no queda o la plaza ya está ocupada por los pegapases, se le deja en la dehesa, rodeado de vacas simpáticas, rubias y con los ojos azules, para que acabe sus días a gusto, bien servido y en paz y felicidad.
``Los buenos toros descubren a los malos toreros´´ dice el tópico taurino, y lo acontecido ayer en el moreno ruedo de Vista Alegre se confirma. Mucho habrá de hablar de ése desencuentro al atardecer de un día lluvioso en el que un torero se encontró con el toro de su vida y lo dejó pasar de largo; mucho se habrá de hablar sobre un toro de casta excepcional que partió de la dehesa buscando la muleta de un artista y acabó ferozmente abatido a bajonazos. El toro se llamaba Escudero. Un dato que no sirve ahora para nada, de acuerdo, pero algún día alguien lo necesitará para escribir la historia de aquel torito bueno, nacido en las dehesas extremeñas y muerto en Bilbao sin pena ni gloria.
En cambio, la labor de Emilio Oliva la vio de manera diferente José Luis SuárezGuanes en el ABC:
El sexto, de nombre ``Escudero´´ tenía un tranco, que se dice en el argot ganadero, extraordinario y representó un verdadero espectáculo verlo entrar una y otra vez a la muleta de Emilio Oliva. Fue un toro que quedó muy entero, que tomó una vara y que tomó una segunda mientras su matador- Emilio Oliva- había pedido el cambio. La faena de muleta encerró la belleza grandiosa de un toro arrancándose desde lejos pidiendo lucha, pelea, guerra a gritos. Se llamaba ``Escudero´´ y era un escudero que estaba siempre en la primera línea de combate: un toro para la añoranza, como tantos otros que que ha criado su dueño: como aquel ``Varatero´´, que inmortalizó Andrés Vázquez; como aquel ``Belador´´ que fue indultado en la última corrida de la prensa que organizó Vicente Zabala; como aquellos otros de la corrida del 1 de junio de 1982 en Madrid; como tantos otros en diversas plazas de España y Francia. Cuando fue arrastrado ``Escudero´´ la ovación fue unánime. Yo me acordé de ese Madrid que no puede ver sus toros preferidos, de esas Ventas que no pueden ovacionar tampoco el galope de tantos ``Escuderos´´que existen en la dehesa de la Moraleja. Victorino, ya no tienes por qué estar nervioso, es muy difícil que salga en la feria un toro como el que has soltado en último lugar.
Con ese sexto, de soberbio galopar, salió el de Chiclana con ganas desde que se abrió de capa. Hay que decir, y pronto, que no se le escapó el toro, que estuvo bien con él, dentro de ese estilo rápido de ``cargar las pilas de la electricidad´´, pero sin que se le pueda negar que aguantó aquella embestida que le venía hacía sí como un tren y que logró muletazos sobre ambas manos francamente buenos. La espada le privó del trofeo, y en el recuerdo quedará para siempre el trote, el galope prodigioso de un victorino que se llamó ``Escudero´´: un toro para la nostalgia en tiempos de ganado descastado.