Imagina tu ciudad como un sistema aislado, como si fuera una isla. ¿Sobreviviríamos? ¿Tendríamos suficiente con lo que nos da la tierra? ¿Conocemos los recursos naturales que tenemos al abasto?¿Qué haría Robinson Crusoe?
Esta es la hipótesis en la que nos centraremos en el taller que estoy organizando y que desarrollaré durante la semana que viene en la Escuela de Arte y Diseño de Reims, en Francia.
Las ciudades, como muchos científicos afirman, funcionan como ecosistemas y, por lo tanto, deberían tender hacia el equilibrio y la autosuficiencia. Un árbol no importa las hojas de China y el compost de Sudamérica. Vive con recursos propios, con lo que tiene cerca. Las ciudades pueden darnos (casi) todo lo que necesitamos para vivir bien. Pero nuestra falta de conocimiento acerca de la naturaleza urbana hace que nos estemos perdiendo una capa de información muy importante que puede ayudarnos a mejorar el territorio de manera sostenible (a nivel económico, cultural, social y ambiental). La naturaleza en las ciudades puede convertirse en una buena fuente alimenticia, medicinal e, incluso, de felicidad. Las ciudades pueden convertirse, de este modo, en proveedoras de bienestar (lo que ahora buscamos cuando viajamos a los Pirineos o a las islas Fiji). Para ello, debemos proteger la biodiversidad urbana. Pero solo protegemos lo que amamos, y solo amamos lo que conocemos (y conocemos solo aquello a lo que damos valor).
A través de metodologías de diseño exploraremos el entorno, siendo capaces de detectar y analizar los potenciales recursos territoriales y las necesidades de los ciudadanos, de manera que podamos inventar nuevas maneras de proteger, conocer y utilizar la fauna y la flora urbanas.
A ver qué tal sale...
o: Naranjas amargas o Take a seed o Las mentes del margen no son mentes marginales