Revista Política
Hace justo ocho años, cuando Lula da Silva llegó a la presidencia de Brasil, en los foros electrónicos frecuentados por los adocenados izquierdistas de salón latinoamericanos y europeos convertidos al populismo chavista, se insultaba ferozmente al recién llegado disparando en contra suya el arsenal completo de epítetos descalificadores que suele manejar esa tropa: traidor a la clase trabajadora, reformista socialdemócrata, lacayo del imperialismo yanqui... Los mismos botarates que babean con los discursos abracadabrantes de un gorila de vieja escuela, negaban el pan y la sal a quien de entrada, puede presumir de credenciales obreras, sindicales y de lucha antifascista superiores a las de todos ellos juntos. Pero así es cierta supuesta "izquierda" en América del Sur, y así les luce el pelo.
El caso es que la presidencia de Lula ha sido lo mejor que le ha pasado a Brasil, y sobre todo a los brasileños, en muchos años. No sólo ha logrado reducir la pobreza y las desigualdades sociales de modo importante (aunque diste de ser total, obviamente), sino que ha abierto una época nueva en la que el gran país de lengua portuguesa ha comenzado a ocupar en la escena americana y mundial el lugar que le corresponde por demografía, producción, recursos y potencial de crecimiento. Hoy Brasil es referente de cómo es posible hacer una política de izquierda transformadora de la realidad social sin romper demasiados huevos y sin arrugarse ante los poderes fácticos nacionales e internacionales.
A la sucesora de Lula, Dilma Rousseff, que acaba de vencer en las presidenciales brasileñas al imponerse por 12 puntos de ventaja sobre el candidato socialdemócrata, que competía arropado por toda la oposición de derechas, le queda la tarea de profundizar y ampliar los frentes de la lucha iniciada por Lula. Rouseff, hija de un inmigrante búlgaro, antigua guerrillera durante el dominio de las criminales Juntas militares en su país, acaba de convocar a los brasileños a intensificar esfuerzos, anunciando de paso que no aceptará ajustes que afecten a "los programas sociales, los servicios esenciales o las inversiones necesarias" y prometiendo continuar la lucha para acabar definitivamente con la miseria, según El País de hoy. Para marcar territorio desde el comienzo, la nueva presidenta "viajará próximamente con Lula a Mozambique para inaugurar una fábrica de retrovirales, levantada con ayuda de Brasil", y solo después acudirá a la cumbre del G-20 en Seúl, según informa el diario madrileño. Eso es solidaridad internacional, y no las pamplinadas "bolivarianas".
Dilma empieza pues con buen pie su presidencia. Felicidades al Partido de los Trabajadores brasileño por sus éxitos. Ojalá algunos aprendan de sus dirigentes: menos discursos populistas grandilocuentes y más obra de gobierno sólidamente transformadora.
En la fotografía, Dilma Rousseff, la nueva presidenta brasileña, saluda puño en alto a sus seguidores.