Heredar significa recibir, los descendientes, los caracteres congénitos de la especie, las cualidades, aptitudes, etc., de los progenitores. Una herencia, sin embargo, puede tener también un origen adquirido y dar lugar a miles de características no sólo físicas en un individuo, sino también psicológicas y comportamentales.
Uno de los legados más potentes que recibimos de nuestros padres o cuidadores son los hábitos o costumbres alimentarias. ¿Cuántas veces hemos oído o pronunciado nosotros mismos frases como: “En mi casa siempre lo hemos hecho así” o “Yo desde siempre he comido de esta manera“? Este tipo de afirmaciones muestran la influencia que ha tenido nuestra educación alimentaria en la construcción de nuestro modelo alimentario adulto. Además, son muchas las investigaciones que muestran una relación consistente entre la presencia de alimentos saludables y no saludables en casa durante la infancia y el consumo de estos alimentos en la adolescencia y la adultez. También se ha demostrado que la actitud de los padres en relación a la comida puede tener efectos en la alimentación adulta de sus hijos.
En la mayoría de los casos todas estas costumbres alimentarias que adquirimos son fabulosas, nos enseñan a ordenar nuestra alimentación, decidir qué productos son adecuados para nosotros y lo más importante, nos dan seguridad y nos hacen sentir pertenecientes a nuestro núcleo familiar. Hay veces, sin embargo, que algunos de los hábitos que hemos ido aprendiendo con los años resultan no ser los más adecuados para mantener en la actualidad. Nos damos cuenta de ello cuando no nos encontramos bien de salud, estamos en un peso que no es el adecuado para nuestra constitución o notamos que ciertos alimentos no nos sientan tan bien como años atrás. Es en este momento cuando nos ponemos manos a la obra e intentamos cambiar nuestra alimentación.
Un cambio de hábitos alimentarios, en un principio, puede parecer sencillo. Normalmente, una vez identificado lo que queremos modificar, nos planteamos las alternativas de las que disponemos y planificamos un plan de acción a partir del cual iremos incorporando nuevas pautas y eliminando aquellas que no nos hacen bien. Aunque parezca fácil, muchas veces nos podemos encontrar con ciertas dificultades, ya que aceptar que hay cosas que no hacemos bien implica desaprender lo que llevamos haciendo durante muchos años y reaprender una nueva pauta con la que no estamos nada familiarizados. Durante este proceso habrá que tener en cuenta algunos aspectos:
- Cambio de rutinas: Un cambio de hábitos implica necesariamente que hagamos cosas diferentes de las que habíamos hecho hasta ahora. Por lo tanto, debemos tener presente que tendremos que adaptar nuestras rutinas a la nueva situación.
- Esfuerzo: Esta adaptación requiere esfuerzo. Es normal que al inicio nos cueste acostumbrarnos a comer ciertos alimentos que son nuevos para nosotros o a distribuir las comidas de una forma diferente a como lo hacíamos hasta ahora. Debemos tener presente que cualquier cambio requiere motivación y dedicación.
- Sentimientos contrapuestos: Es posible que en ciertos momentos no nos sintamos del todo bien. Muchas veces, un cambio de hábitos va más allá de sólo comer de una u otra manera, a veces podemos sentir que estamos traicionando lo que nos han enseñado o que vamos al revés de lo que siempre habíamos creído correcto. En cierto modo, un cambio en la manera de cuidarnos la salud es un cambio que afecta de forma global al individuo y debemos estar preparados para asumirlo.
Así pues, para combatir esta resistencia al cambio de la mejor manera y hacer que la incorporación de los nuevos hábitos alimentarios sea exitosa es recomendable que este proceso sea:
- Lento: No podemos pretender cambiar nuestra forma de relacionarnos con la comida de un día para otro. De la misma forma que hemos necesitado unos años para aprender lo que ahora sabemos, también necesitaremos un tiempo para reaprender nuevas formas de cuidarnos. No debemos tener prisa.
- Respetuoso: El cambio debe ser respetuoso con uno mismo y con nuestra forma de pensar. Debemos evitar movernos en los extremos y no sería bueno cambiar radicalmente todo lo que hemos hecho hasta ahora e introducir de golpe una rutina totalmente nueva en nuestras vidas. Debemos respetar nuestro ritmo y poco a poco ir incorporando pequeños cambios.
- Personalizado y atractivo: El nuevo plan de acción debe ser flexible y adaptado a nuestros gustos y costumbres. Dentro de lo posible debemos intentar incorporar alimentos y hábitos que nos gusten, nos hagan sentir bien y sobre todo, que no nos aburran.
- Práctico y cómodo: Ya que los cambios requieren esfuerzo, tenemos que intentar no hacerlos aún más difíciles. Elegir alimentos fáciles de cocinar, escoger un día a la semana para hacer fiambreras o hacer una lista de la compra semanal con productos fáciles de encontrar en el mercado serían algunas estrategias que nos facilitarían la aplicación de las nuevas pautas.
Lo más importante cuando nos planteamos empezar a cambiar nuestros hábitos es ser constantes y conseguir que todo lo que vamos modificando se mantenga en el tiempo. No sirve de nada hacer un cambio espectacular durante una semana y luego volver a nuestra manera original de funcionar. Para afianzar las nuevas rutinas, aparte de intentar seguir los consejos que hemos comentado, tenemos que conseguir hacer nuestras las pautas, creernos lo que estamos haciendo, confiar en los profesionales que nos asesoran y hacer partícipes de los cambios a la familia y los amigos.