[AJR, 3:13; Palíndromos ilustrados, XXXV]
Teníamos claro lo de oro. Y estábamos familiarizados, a través de los cultos religiosos, y mucho antes de que la ola hippie (o, ahora, jipi) nos volviera a acercar sus aromas, con el incienso. Pero a ciencia cierta nadie sabía qué era la mirra. Aún hoy, aunque le pongamos la referencia genérica de "resina aromática" y hasta nos documentemos visualmente en alguna página web, nos sigue pareciendo, con mucho, el más enigmático de los regalos que los Magos año tras año llevan al portal. Por eso, escuchar en el silencio de la noche de Reyes ese grito, entre avisador y suplicante, "¡Arrima la mirra!", me hace pensar que hay misterios que nunca se desvelan del todo y magias de efecto permanente. Y está bien que así sea. Toda epifanía, ya sea bíblica, joyceana o puramente lúdica, tiene cierta condición de iceberg. Estas palabras en forma de vaso de ofrendas no son una excepción: ¡Mirra!
Dicen que en noches como esta