No este libro ninguna novedad, pues fue editado en Londres en 1994 y en España en 2007. Obtuvo en su momento muy buenas críticas y efectivamente me ha parecido un libro original que me ha aportado dos grandes hallazgos. Por un lado la estructura, donde el narrador hace una introducción para presentar y perfilar al personaje, Peter Fortune, y también a su familia: su padre, su madre y su hermana Kate, que representa el otro punto de vista infantil, el que está más cerca del mundo de los adultos que del mundo de los niños. El prefacio precede a siete relatos independientes conectados entre sí. Uno de ellos, El matón, alcanza la excelencia; es magistral. Curiosamente, este relato es el único que se sale del modus operandi narrativo que utiliza McEwan para desarrollar sus cuentos. Este proceso (que podríamos considerar la estructura interna del cuento) es el segundo gran hallazgo de este libro. El autor utiliza una especie de fórmula sobre la que voy a detenerme (tomando como ejemplo el episodio 3, La crema disovente) por la importancia de la voz; una voz infantil que consigue sumir al lector en el laberíntico mundo fantástico que Peter ha creado en su mente, y además con tanta finura que es capaz de cambiar de género a través de una oración simple.-Comienza con una descripción realista de una escena: En la cocina, grande y desordenada, había un cajón. Por supuesto, había muchos cajones, pero cuando alguien decía: “la cuerda está en el cajón de la cocina”, todos lo entendían.
-Continúa con un acercamiento al universo de Peter: A veces, en momentos de aburrimiento, Peter abría el cajón con la esperanza de que los objetos le sugirieran alguna idea o un juego.
-Luego construye la transición entre lo realista y lo fantástico con una oración que le sirve de nexo sutil: Aquella particular tarde de domingo, Peter estaba revolviendo el fondo del cajón. Buscaba un anzuelo, pero sabía que no tenía posibilidades (…) Sacó un pequeño frasco azul oscuro con una tapa negra. En una etiqueta blanca estaba escrito: “Crema disolvente”. Contempló esas palabras durante largo rato, intentado descifrar su significado. En el interior había una viscosa crema blanca de superficie suave. Nunca se había utilizado. Introdujo en ella la yema del índice. (…) La punta de su dedo había desaparecido. Se había disuelto completamente.
-A partir de aquí, desarrolla la historia en tono fantástico y sin que el lector perciba apenas el cambio de género: Contempló a su familia con resentimiento. No se podía hacer nada con esa gente, pero tampoco se podían tirar. O, mejor dicho, bueno, quizá… Inspiró profundamente, se metió el pequeño frasco azul en el bolsillo y bajó. -Finalmente se produce una nueva transición, esta vez de la fantasía al realismo, que pone fin al texto en el marco donde empezó: Los efectos de la crema habían desaparecido. Empezaba a considerar qué podría significar eso cuando sintió una mano en el hombro. ¿El monstruo? No, Kate, entera, de una sola pieza. Peter empezó a parlotear.
La literatura es capaz de que los sueños tomen vida en nuestra mente que, como la mente de Peter Fortune, quiere escapar de la realidad. De hecho, el título original, The daydreamer, hace referencia a este mundo mágico/onírico en el que muchos lectores buscamos refugio de vez en cuando. Tras leer este novela breve, a uno le dan ganas de darle las gracias a McEwan por haberle concedido la posibilidad de retornar a la niñez, y también por haber podido disfrutar leyendo, algo que no siempre se consigue. En las nubes, de Ian McEwan, Anagrama, 2007 [Traducción de Juan Gabriel López Guix]