Revista Cultura y Ocio
Cuando el viento no sopla, los barcos de velas no pueden surcar el mar. Los marineros se ponen nerviosos, porque, al igual que el silencio incomoda, la calma chicha ralla la piel como un escarpelo. Cuando no se tiene la sensación de avanzar, la desesperación surge irremediablemente como un cruel demonio. La tensión crece. Los nervios no terminan de templarse. Y sólo cabe esperar perderse en el océano. Lo ves todo pero nada te dice ni te inspira. El papel en blanco mata al escritor, que no sabe esperar. El lienzo no se pinta solo, por mucha pintura que tengas a tu alcance. Te cagas en Platón y su mundo de las ideas. Y entonces, rompes la estructura suave del léxico para dotar al párrafo de rapidez y grosería. Maldices que todavía no hayas conseguido ni una puta frase coherente. Te meas en los vocablos que salen escupidos en vez de estructurados, y haces hipérbato un y disloca los términos como un disléxico. Entonces, sabes que estás en punto muerto. Te levantas, das vueltas, retrocedes, intentas calmarte, haces ommmmmmmmmm y te sientes ridículo aunque nadie te oye. Intentas acceder en tu interior a algo que sea interesante, pero no hay da que hacer. Tu interior está en otras puñeteras cosas de mañana. Estás en punto muerto, y sabes que lo mejor es dejar pasar anodinamente el tiempo mientras tu mente se está reseteando. Recuerdas ese libro de poemas de Lovecraft que tenías ayer en tu mano. No sabías que Lovecraft hiciera poesía. Y aunque por encima ves las posibilidades olvidadas de su estructura poética, no te sale nada. No hay brisa siquiera. Sólo hay lo que hay. Ni con una pistola en la cabeza te harías más elocuente e ingenioso. Y por fin, te rindes; y lo dejas para otro día.