Se acerca la temporada del guisante, un buen momento para comerlos en su máximo esplendor, ¿qué tal crudos en ensalada?
Hoy os traigo una de esas entradas que, más que una receta con sus ingredientes, cantidades, etc… es, más bien, una idea, un concepto, una propuesta.
¿Habéis probado los guisantes crudos?, pues si no lo has hecho no sabes lo que te pierdes. Hombre, es cierto que si no están lo suficientemente maduros, pueden estar duros, pero si te gusta la textura “crudité” te gustarán, porque es indudable que tienen mucho más sabor. En cualquier caso, si no estás seguro o no tienes unos guisantes suficientemente tiernos, siempre puedes blanquearlos, para ello los pelas y luego los introduces en agua hirviendo durante un minuto, minuto y medio (depende de lo duros que estén) para pasarlos luego a un recipiente con agua helada. Y he dicho helada, no “fresquita”, para cortar la cocción y conservar el color.
Esta técnica del blanqueo es ideal si tienes muchos guisantes y quieres conservarlos congelados. Vamos, que si tu tío te ha traído una arroba de guisantes del pueblo, lo mejor que puedes hacer es pelarlos, blanquearlos, secarlos y congelarlos. Aprovecha, que se acerca la mejor temporada para esta legumbre, que va de abril a mayo.
Pero vamos a lo que vamos, ¡a comerlos crudos! y lo más fácil, en ese caso, es hacerlo en ensalada con menta fresca (combina de escándalo), con las vainas de los guisantes (estas hay que blanquearlas si o sí) y unos rabanitos. Como aliño nada le va mejor que un buen aceite de oliva virgen extra y zumo de limón, terminamos con sal en escamas.
Ojo, las vainas hay que recortarles las puntas y (no hagáis como yo) quitarles la hebra que recorre el filo. Vamos, que hagáis lo que digo y no lo que hago porque realmente esa fibra es un poquito desagradable.
Yo las vainas las blanqueé durante tres minutos en agua hirviendo para pasarlas luego a un cuenco con agua y hielo. Las quería muy enteritas, pero seguramente no hubiera pasado nada por tenerlas un minuto más.
Acompañé todo con tomates deshidratados (rehidratados), por aquello de ponerle una nota de color rojo, aunque lo que me pedía a gritos, indudablemente, era un buen chile rojo, pero es que, cosa rara, ¡no tenía en casa!.