Cuantos de nuestros recuerdos podemos asociar con un sabor, un aroma, una textura o el cálido ambiente de una cocina familiar. La cocina y las exquisiteces que allí nos prepararon, y preparamos para los nuestros nos embriagan los sentidos y llenan el alma.
Hay quien me suele decir cuando llega a Málaga: huele a mar. Aspiro su aroma. Me lo comentaba incluso cuando aterrizaba en el aeropuerto, cuando enfilaba la autovía de Las Pedrizas y a lo lejos divisaba la luminosa ciudad malagueña o cuando llegaba por cualquier carretera bordeando la Costa del Sol, ya fuera desde el Este o el Oeste.
¡¡ Chiquilla, qué olfato tienes !! le solía contestar a mi querida amiga-hermana-comadre Ana, cada vez que hablábamos del tema. Y le decía: te equivocas, Málaga no sólo huele a mar, es más, pienso que no tiene un olor en especial, Málaga huele a muchas cosas.
Málaga huele en Semana Santa a azahar y a incienso, las noches de verano a los jazmines insertados en biznagas, mezclados con el intenso aroma a dama de noche; por la mañana temprano huele a tejeringos fritos y a manteca “colorá” y si vamos por la playa, ésta Málaga que cautiva huele al fuego, a los rescoldo de la madera de olivo y a los espetos de sardinas. Aspira y verás como te llega el olor a “pescaito” frito y a los pimientos “asaos”.
Y le digo a ésta madrileña enamorada de ésta tierra, de la mar malagueña; sí, lo reconozco, tienes razón, Málaga huele a mar, a salitre. Así lo he sentido cuando he vuelto tras alejarme de ella.
Y en Málaga, es tradicional uno de sus aromas, el olor a pimientos “asaos”, ideal para acompañar cualquier plato de “pescaitos” fritos.
Sigo la tradición de mis mayores, hacerlos directamente en el fuego, tal y como hacía mi madre quien empleaba cocina de fuego convencional, para mí la mejor opción,