La barra es la unidad de medida del pan “de verdad”. La rebanada es la unidad de medida del pan “de molde”.
Con esto el post debería acabar aquí. Barra gana a rebanada siempre, o así debería ser.
Cuando yo era pequeña se comía pan de barra en el desayuno, se empujaba la comida con un trozo de pan, se merendaban bocadillos y al llegar a la cena había días en que se decía: no queda pan.
El pan de molde era una especie de “lujo”, solo se podía comer en días especiales, los días de sandwich de nocilla y por la mañana sólo había tostadas de pan de molde si la noche anterior se había dicho “no queda pan”. En días muy muy especiales Molimadre hacía sandwiches de jamón y queso y les cortaba los bordes, el colmo del lujo.
En algún momento entre mi tierna (matadme por el juego de palabras) infancia y mis 40 años las cosas cambiaron.
Una oscura noche, en alguna cocina, a lo mejor la de la Molicasa, la barra de pan y el paquete de pan de molde se encontraron y se declararon las hostilidades. El pan de molde llevaba tiempo planeando su ataque y tenía una estrategia, la barra de pan no tenía ni estrategia ni nada, confiaba plenamente en la tradición de “baja a comprar una pistola” y en la frase “ el pan es un alimento básico” así que no le dio mucha importancia a las amenazas del paquete de pan de molde jamás podría sustituirle. La barra o lo que quedaba de ella esa noche miró por encima del hombro a ese advenedizo envuelto en plástico y se volvió a su “panera” pensando “¿Cómo va a sustituirme un tipo al que hay que guardar en la nevera una vez abierto? ¿Cómo va a sustituirme un tío al que al untar la mantequilla se rompe? ¿Cómo va a sustituirme un tío al que si le metes jamón serrano y lo muerdes se escurre todo? ¿Cómo vas a mojar en la yema del huevo si se deshace al romperlo? "
Y con esos tranquilizadores pensamientos se sobó y durmió tranquilo sin preocupaciones…
El pan de molde y sus rebanadas tenían sin embargo una estrategia muy meditada. Empezaron primero con una campaña de desprestigio hacia la barra de pan atacando por donde más duele aunque fuera mentira. Esparcieron el rumor de que el pan de barra engordaba muchísimo, si querías ser esbelto y fino había que dejar de comer pan “normal” y pasarse al pan de molde. Esto no se sostenía científicamente de ninguna de las maneras, pero ¡a quien le importa eso! ¡intoxiquemos al consumidor con imágenes de jovencitas esbeltas y felices mordisqueando rebanadas de pan! La mayoría de la gente se lanzó al consumo desaforado del pan de molde y todo eran ventajas.
“Para los niños es mejor porque se lo comen más fácil”. Años y años de series y de pelis y de libros con huerfanitos royendo mendrugos de pan echados por la borda…los huerfanitos del futuro zamparían rebanadas de pan de molde.
Se perdió completamente el criterio:
¿Comes un bocadillo? Con lo que engorda. Yo me como un sándwich integral. Si claro, un sándwich integral con mayonesa, bacon, pollo, queso en lonchas y un toque de mostaza de Dijon…
El pan de molde jugó además la baza de “me conservo mejor”. No había que comprarlo todos los días, duraba muchos días, no se ponía malo y las tostadas en el desayuno eran como las de los bares.
Poco a poco fue ganando puntos y más puntos, haciéndose un hueco en la cesta de la compra y en las neveras. Fue tan astuto que además desarrolló todo tipo de variedades: rebanada para tostada, rebanada para sándwich (¿estamos gilipollas o qué?), integral, multicereales, con bordes, sin bordes, rústico (¿aún estamos más gilipollas o qué?) e incluso en un rizo increíble de marketing absurdo desarrolló el pan de molde “que es como el pan de verdad”. Definitivamente somos gilipollas.
¿Qué hizo mientras tanto la barra de pan? Pues al principio no dio crédito y siguió pensando que estaba salvo, que aunque cediera posiciones en el desayuno, el sándwich en la puerta del colegio y la comida de los modernos anoréxicos, seguía teniendo espacio. Al fin y al cabo con el pan se podía hacer gazpacho, salmorejo, migas, pan rallado, torrijas….
“Gazpacho sin pan”.
Un escalofrío recorrió a la barra, la acojonó completamente y le hizo darse cuenta de que tenía que pasar al ataque, reunió a sus huestes y comenzaron a pensar en una estrategia para reconquistar el mercado.
Lo primero que pensaron es que había que crearse una nueva imagen. Necesitaban una “nueva imagen de marca más acorde con los tiempos”, alejarse de esa idea de la abuela yendo al super a por la pistola o la barra. Para empezar, renovaron sus establecimientos. El pan de molde se vendía en supermercados, allí todos apilados. El pan de barra iba a por todas, no iba a dejar nada al azar. Nada de panaderías, nada de ultramarinos, a lo grande: boutiques del pan con dos cojones.
Luego optaron por copiar algo de la estrategia del pan de molde y se especializaron pero tendiendo a la sofisticación ¿qué mierda era esa de “sin bordes”? Seamos internacionales, seamos globales: baguette para los cursis, barrita para los que quieran comer poco, pan de picos (alguien habría que quisiera esto), pan candeal (nombre misterioso), mollete (viva el producto nacional), pan integral de cereales (nombre absurdo ¿Cómo cojones iba a ser sin cereales) y toda una parafernalia de nombres chupis que dejaran al cliente con cara de foca monje y entrando en colapso cuando a su petición de “una barra de pan” la dependienta respondiera: ¿de cuál?.
El pan de barra no dejo nada al azar. ¿Qué el pan de molde se vendía en una bolsa de plástico? El plástico es malísimo y con poco glamour, puso de moda la bolsita de papel marrón que hace que todo el mundo parezca francés o habitante de Manhattan. Sólo las viejecitas seguían llevando su bolsita de plástico para que el pan no se pusiera duro. Y ahí atacó también el pan de barra, contrató a unos listos que hicieran que el pan no se pusiera duro como una piedra al cabo de 24 horas…y les hizo a las viejitas unas bolsitas de tela muy monas que sus nietos les regalaban.
(Con esto de que el pan no se pusiera duro, hubo una crisis en la tradición casera de rallar pan, pero eso es otra historia…para otro ensayo: costumbres culinarias que han desaparecido)
El pan de barra abandonó su pasado de “alimento básico” y de pobres, dejó de lado su imagen asociada a mendrugos y se convirtió en un alimento de lujo, mucho más de lujo que el pan de molde. Consiguió incluso que en los mejores restaurantes ofrecieran tantas variedades de pan que el cliente entrara en pánico ante la terrible decisión de decidir si quería comer el pato con pan de pipas, de pasas, de aceite de oliva o de aceitunas.
Las fuerzas se fueron igualando, la gente empezó a pensar que comer pan de barra de vez en cuando molaba, que el gazpacho con pan era más gazpacho y que el pan de molde está bien de vez en cuando pero nada como un buen trozo de pan para mojar un huevo frito.
La batalla final sin embargo se iba a lidiar en otra parte. No en el super, ni en las boutiques del pan, ni en las cocinas. La batalla final se ha dado en los chinos y la gasolineras. El pan de molde cogió sitio en los estantes, allí irían a buscarlo los que se habían quedado sin pan cuando las boutiques del pan estuvieran cerradas.
La barra vio que se le escapaba el triunfo final y ¿Qué hizo? Cogió sitio y además…en un golpe maestro…¡¡se puso olor a pan caliente recién hecho!!!
¿Quién entra en los chinos o la gasolinera y compra pan de molde mientras huele a pan caliente recién hecho?
Sólo gente que no es de fiar.
Yo soy muy de pan de verdad, nada de más amor verdadero que un desayuno con tostadas, una excursión con un bocadillo de jamón y una cena mojando en la yema del huevo.
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