Revista Espiritualidad

Enseñando a Pescar

Por Av3ntura

Los seres humanos, al igual que el resto de animales, siempre hemos vivido en comunidad. Ya se trate de tribus, de poblados, de pequeñas aldeas, de pueblos o de barrios de grandes ciudades.

El caso es que todo empieza por agrupaciones pequeñas que parten de la propia familia, las familias vecinas, la escuela, los amigos y los compañeros de los espacios de trabajo que compartimos, y se va expandiendo a medida que nos vamos interrelacionando unos con otros hasta completar todo el entramado que conforman las distintas comunidades de una gran ciudad, que luego pasa a relacionarse con el entramado de relaciones de otras grandes ciudades. De esas grandes urbes se amplia el radio de acción a la totalidad de un país y de éste a los de los países vecinos, hasta completar todo el ámbito geográfico mundial.

Dependiendo del lugar en el que nacemos, nuestras posibilidades de sobrevivir y de progresar serán unas u otras. Esta realidad no diferencia sólo entre países del norte y del sur, sino que se abre paso dentro de un mismo país, de una misma ciudad e incluso de un mismo pueblo, clasificando a sus vecinos en sectores de la población más o menos afortunados. Dentro de una misma ciudad, no es lo mismo nacer en un barrio humilde, castigado por el paro, por la precariedad de sus servicios públicos y por la marginalidad, que nacer en un barrio privilegiado en cuyas calles se den cita el lujo y la exclusividad.

Tanto si hablamos de barrios humildes de España, como si nos referimos a poblados de países del tercer mundo en los que la esperanza de vida se reduce drásticamente y la mortalidad infantil se produce a diario por falta de comida, agua o vacunas contra la malaria y otras infecciones, tendemos a pensar que todo se arreglaría destinando más partidas presupuestarias a ayudar a esos colectivos. No nos equivocamos al determinar que hay que ayudarles, pero sí lo hacemos en la forma cómo pretendemos plasmar esas ayudas.

Si nos dedicamos a enviar comida, agua y medicamentos tal vez les salvemos hoy de morir de hambre, de sed o de enfermedades que entre las clases privilegiadas llevan décadas erradicadas. Pero mañana seguirán teniendo la misma hambre, la misma sed y corriendo el mismo riesgo de morir de cualquier infección.

En cambio, si les enseñamos a procurarse su propia comida, su propia agua y les dotamos de los recursos para poder financiarse sus propios medicamentos, les empoderaremos y aprenderán a no depender de nadie para salir adelante.

Enseñando a Pescar

Imagen encontrada en Pixabay.

La solución más rápida siempre es ofrecerles el pescado, pero la ayuda de verdad pasa por enseñarles a pescar.

Invertir nuestros recursos y nuestro tiempo en enseñarles formas de vivir que les permitan progresar por ellos mismos. Valernos de las técnicas más avanzadas en cultivos sostenibles para mostrárselas e implantarlas en sus comunidades. Trasladarles la importancia de la escolarización de los niños y de las niñas; inculcarles las ventajas de prevenir infecciones a base de no descuidar la higiene personal ni la limpieza de sus hogares.

Cuanto más sucio y descuidado está nuestro entorno más atraemos hacia a él todo lo indeseable, ya sean ratas de alcantarilla, mosquitos infectados o personas que viven de convertir todo lo que tocan en basura.

Nadie merece tener la sensación de estar viviendo de prestado. Por muy humilde que uno sea y por muy desamparado que se encuentre, todo el mundo tiene derecho a sentirse dueño de su propia vida y a creerse capacitado para andar por su propio pie.

Cuando los que estamos en el lado bueno del mundo decidimos, desde nuestra óptica distorsionada por los prejuicios, que hay comunidades de personas que no tienen solución y nos limitamos a ofrecerles nuestra limosna, les estamos condenando al ostracismo y a que dependan de nosotros de por vida.

Olvidamos que, por muy dura que sea la vida de cualquiera, no tenemos ningún derecho a apropiarnos de ella. Ni en nombre de ninguna institución pública, ni en nombre de ninguna organización internacional.

Toda vida es sagrada y es única. Cada persona es un ser excepcional e irrepetible. No podemos juzgar a todos por igual, sólo basándonos en una experiencia anterior con alguien de su misma comunidad.

Es verdad que si acostumbramos a los más vulnerables a solucionarles el problema que tienen hoy con nuestras limosnas, ya sea en forma de donativos o en forma de prestaciones no contributivas, es difícil que se esfuercen en intentar buscarse la vida por sus propios medios. Pero la culpa de esa desidia no es toda suya. Buena parte de ella es nuestra, por optar por la solución más rápida, en lugar de invertir un poco más de tiempo y elegir la solución más efectiva: la que pasa por enseñarles otro camino posible, a base de educación, de cambio de actitud, de reinvención, de reciclaje, de cooperación, de resiliencia y de coraje.

Ya lo dice un refrán: “Pan para hoy y hambre para mañana”.

De lo que se trata es de intentar erradicar el problema y no de perpetuarlo poniéndole parches a una herida que nunca deja de sangrar ni de reinfectarse.

Estrella Pisa

Psicóloga col. 13749


Volver a la Portada de Logo Paperblog