Revista Cultura y Ocio

Enseñar teatro 1

Por Fuensanta

Enseñar teatro

Cuando hablamos de enseñar teatro, puede ser que nos estemos refiriendo a varias cosas diferentes, y según la intención, los conocimientos previos, las inclinaciones y otras circunstancias propias de cada persona que nos escucha, la frase “enseñar teatro” tomará un sentido y un valor diferente.

Para comenzar, nos encontramos ante la vieja ambigüedad que encierra la palabra “teatro”. Se ha llamado así al lugar donde se representa, a la representación en sí, y también al conjunto de obras dramáticas de un autor, una época, o de toda la historia literaria. Así puede haber quien considere, no de modo totalmente equivocado, que enseñar teatro sería transmitir a los más jóvenes el conocimiento acumulado sobre historia, épocas, obras y dramaturgos. Esto no deja de tener interés, pero en puridad no es propiamente enseñar teatro, sino enseñar una parte de él, y no precisamente la más activa. Sería, en todo caso, enseñar a leer teatro, a valorar los textos dramáticos, entenderlos y analizarlos. Habría que añadir a la historia de la literatura dramática la teoría relativa a los géneros y a la estructura peculiar de este tipo de obras.

Para otros, enseñar teatro sería solamente la práctica de representación escénica. Esto resultaría que tampoco es enseñar teatro en su totalidad, aunque se acerque algo más.

Esta confusión se debe a la ruptura artificiosa de la estrecha ligazón que existe entre los textos dramáticos y las condiciones de representación de cada época, la relación íntima entre el texto y la puesta en escena. También contribuye el hecho innegable de que un texto dramático de calidad literaria puede ser leído como pura literatura, al margen de su posible puesta en escena, y del no menos evidente de que existen textos con forma dramática más destinados a la lectura que a la representación. Como limitarse a la literatura o, por el contrario, a la simple práctica escénica sería empobrecer el hecho que llamamos “enseñar teatro”, iremos más adelante para ver de completarlo.

Puesto que el hecho teatral consta de manera imprescindible de dos grupos humanos, los que ven y los que son vistos, los que actúan y los que miran actuar –los hiperactivos y los hiperpasivos que Ortega nombra con indudable humor-, podría pensarse también que enseñar teatro sería el hecho de transmitir los conocimientos básicos para la formación de buenos espectadores de teatro y de críticos agudos y sensibles, lo cual tampoco sería un despropósito. Esta formación, que aún se mantendría en lo teórico, consistiría en la adquisición de conocimientos sobre literatura dramática, sobre historia del teatro, sobre el desarrollo de la escena a lo largo de la historia, y otros muchos campos del saber necesarios para asistir con plena conciencia y una sensibilidad afinada a espectáculos teatrales; y además tendría que ir acompañado de lo que llamaríamos una práctica de espectadores, que consistiría en la asistencia regular, frecuente y preparada de antemano a todo tipo de espectáculos escénicos, no sólo teatro, sino también otras modalidades escénicas, como el circo, la danza, las nuevas formas vanguardistas de representación, etc.

La formación de un buen espectador, crítico profesional o aficionado, es paralela a la formación personal y avanza con ella; todo conocimiento vital e intelectual es útil y no tiene fin mientras dure la vida de la persona. Enseñar a ser buen espectador, con entrega al goce estético y con espíritu crítico, es en realidad contribuir a la formación integral de una persona, y en este sentido este tipo de enseñanza resulta mucho más interesante que la simple transmisión de la historia y la teoría del género dramático, que sería sólo una parte de la totalidad del hecho que llamamos teatro.

Llegados a este punto, tenemos que plantearnos, ahora sí, la otra práctica como contenido de la enseñanza y del aprendizaje. Estaríamos en la idea de que enseñar teatro es avanzar hacia el otro lado, aquel lugar en que unos son vistos actuar, el escenario. Enseñar teatro incluye también esta práctica, mejor dicho, posiblemente sea lo más vivenciado de este conjunto de enseñanzas, aquella que justifica todas las demás. O sea, incluye la interpretación sobre la escena en todos sus aspectos técnicos y artísticos. La enseñanza del teatro nunca será completa si no se aborda el aprendizaje, por básico que sea, de esa acción que llamamos representar y exponerse a las miradas de un público, por familiar y benévolo que sea.

Para resumir y concretar estas ideas, cuando hablamos de enseñar teatro, nos estamos refiriendo a tres procesos, que no se excluyen unos a otros, sino que más bien se complementan y deberían ir unidos en un único proceso de aprendizaje general.

Cuando tratamos de enseñar teatro:

  1. Enseñamos a leer, analizar e interpretar obras dramáticas, situándolas en su contexto histórico y social, al tiempo que descubrimos su estructura literaria, sus valores estéticos, sus relaciones con la escenificación, los procesos psicológicos de los personajes, sus relaciones, y también la intención del autor y el significado último de las obras.
  2. Enseñamos a disfrutar, valorar y criticar los espectáculos escénicos en todas sus formas y variedades, aplicando la sensibilidad y los conocimientos previos de que dispongamos, sean de lo referido a la escena o de otras materias, o incluso de la sabiduría humana y vital que acumulemos; al mismo tiempo, enseñamos a considerar el teatro como una manifestación cultural que nos enriquece y nos proporciona satisfacción estética, estímulo intelectual y distracción.
  3. Enseñamos a representar e interpretar en escena, poniendo en práctica habilidades técnicas y artísticas adquiridas, al tiempo que enseñamos a trabajar en grupo y a desarrollar tareas cooperativas.

 

Cualquiera de estas tres enseñanzas y aprendizajes conlleva un proceso de formación largo y profundo, algo que puede extenderse, como ya hemos dicho, a lo largo de toda una vida, si existe dedicación continuada, tanto en el caso de convertirse en una profesión, como si se trata de una afición vocacional. Sin embargo, puede circunscribirse a una simple iniciación al mundo de la escena, si hablamos de personas jóvenes, iniciación en aquello que quizás cualquier persona culta tendría que adquirir para un desarrollo personal y cultural completo.

 


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