Entonces me aferro a ella, porque soy de los que creen que la mujer, como el tiempo y la felicidad, es fugitiva e inabarcable.
Entonces la beso de nuevo y la miro y la muerdo y trato de guardar su olor en mi memoria, por siempre.
Entonces me asaltan dos temores: Uno razonable -el de que se vaya- y otro irrazonable -que se desvanezca-.
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