Revista España
La entrada a Toledo por el camino de Madrid es en verdad imponente. Sus torres moriscas, sus, puertas de un tono siena tostado, la mole de su Alcázar y las mil flechas de sus iglesias que se dibujan sobre la cresta y los flancos de una colina de granito bañada en sus tres cuartas partes por el cinturón amarillo del Tajo, atestiguan suficiente la importancia de esta antigua ciudad que fue sucesivamente sede del imperio de los godos, de los árabes y de los reyes de Castilla. Nada más justo y de más ingenio a la vez que la frase de Quevedo ante un panorama tal cuando nombra a Toledo: “una ciudad de puntillas, fabricada sobre un huso”.
Roger de Beauvoir. La porte du soleil (1844)