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Entrevista a María Kodama: "A Borges no le hubiera gusta do la novela El Código Da Vinci."
Publicado el 29 noviembre 2012 por Lilik
A Jorge Luis Borges no le hubiera gusta do la novela El Código Da Vinci. De hecho, su viuda María Kodama (Buenos Aires, 1945) empezó a leerla pero la dejó de inmediato: “Tal vez le hubiera interesado el tema, o la película”, concede ella, su esposa, su amiga, su vestal: “Nuestra relación nunca fue la de amo y esclavo, hubiera sido una re- lación enfermiza”. Considera que el persona- je de Jorge de Burgos, en la novela El nom- bre de la rosa, de Umbero Eco, es “muy di- vertido, un poco caricatura”, concede. Y aña- de, de inmediato: “Por suerte, él no era así”. Hija de un arquitecto japonés y de una ar- gentina de linaje español, ella conoció a Bor- ges porque era amigo de un amigo de su pa- dre. Apenas era una niña, entonces. Luego, en 1975, se convirtió en su secretaria y, en 1986, ambos contrajeron matrimonio en Pa- raguay: “Fue una relación mágica y maravillo- sa. Para mi, era como el conejo de Alice in Wonderland. Bueno ―corrige―, el conejo era cruel y yo no lo digo por eso ni por lo de donde están mis guantes y mi abanico. No, lo digo, porque me llevaba a lugares mágicos y maravillosos con su imaginación. Con él, viví cosas maravillosas”. Ahora, mientras aún resuenan las honras fúnebres por Augusto Pinochet en Chile, ella intenta salvar esa parte de su memoria. So- bre todo, cuando le negaron el Nobel por aceptar un premio de dicho dictador, al que elogió entonces en un discurso: “Era el doc- torado honoris causa de la Universidad Cató- lica ―enmienda María Kodama— y como tal acudía Pinochet como presidente del Gobier- no. En Cambridge, también llegó el Príncipe de Gales en helicóptero. Y en París, estuvo Mitterrand. El protocolo exigía el agradeci- miento a dichos mandatarios y él se atuvo a ello. Posteriormente, dejó claro que no acep- taba lo que ocurrió allí. Hay testimonios so- brados para comprobarlo”.Otro tanto le ocurrió en su propio país, en Argentina, cuando el golpe de la Junta Militar de 1976. En un principio, pareciera que él justificaba las atrocidades de Videla y de sus secuaces: “Había que saber lo que era Argen- tina bajo el gobierno de Isabelita Perón, para explicar su actitud y la de muchas otras per- sonas. Pero, a veces, no nos enterábamos en Argentina de lo que ocurría allí mismo. El ad- miraba a un presidente llamado Irigoyen que murió pobre y honrado, pero al que sus mi- nistros fabricaban un diario de noticias que no eran ciertas pero él no lo sabía. El era muy cabezadura, como decimos allí, tozudo. Si tenía una idea, la defendía a muerte. Si le gustaba la gente, le gustaba sin más. Era un ser libre, no especulaba con si le convenía o no decir lo que decía. Pero si se había equi- vocado, y eso lo admiraba mucho, era que tenía la valentía de entonar su mea culpa en público. Evidentemente él hizo declaraciones y dijo que había estado engañado como to- dos estábamos. Hoy se sabe todo, entre co- millas, pero entonces no. Hoy está más al al- cance el poder saber las cosas más rápida- mente, pero en esa época no era así. Incluso cuando fue la guerra de las Malvinas, y de eso fui testigo yo, viajábamos mucho con Borges y afuera sabíamos lo que estaba ocu- rriendo pero cuando volvía a mi país, me de- cían los amigos, eso no es verdad, vos estás equivocada, estás catequizada por el viejo. Todos los diarios decían que los argentinos ganábamos la guerra y yo decía que no. La historia es falaz, como Borges decía”. No le dieron el Nobel pero, al menos, le dieron el premio Noble, instituido por uni- versitarios belgas en memoria de un ciclista que nunca existió pero cuya biografía “deli- rante” le fue entregada como si el deportista hubiera sido de carne y hueso. Ahora, un la- berinto en memoria de su obra será levanta- do en Venecia, junto a la biblioteca de un monasterio: “Borges era polémico, era su for- ma de ser. Además, a mi lo que me encanta de todo esto es una cosa. Me encanta que no recibiera el Premio Nobel porque era la li- bertad. El decía que yo era prisionera de mi libertad. El no tenerlo es lo que marca su li- bertad. Si él hubiera coqueteado un poco con la izquierda, apartándose de las ideas que él tuviera en un momento, lo hubiera te- nido. De Borges se podrá decir que era de extrema izquierda, de extrema derecha, de extremo norte, de extremo sur, pero nunca se podrá decir que medró. Y, además, era un hombre libre”. María Kodama asume que, en el imagina- rio de la izquierda liberal, durante décadas hubo un trato distinto a dictaduras similares, según el sesgo ideológico que incumbiera a dichos regímenes: “He encontrado un libro en Venecia que me ha dejado asombrada y que me va a servir para estudiar italiano. Es el Libro Negro del Comunismo en Europa. No se porque lo compré. Leí la contratapa, en la que se comentaba por qué occidente pone de relieve las aberraciones de lo que puede ser la derecha, pero no hace hincapié sobre las que la izquierda también cometió en Europa. Cuando yo lo leí, dije: ‘nunca se me ocurrió pensar eso’. Me crié en una co- rriente de pensamiento que cuando yo estu- diante era normal. A mí nunca se me ocurrió formularme esa pregunta”. No le hubiera venido mal la bolsa econó- mica que acompaña al Nobel, pero poco más. No le inquietó perderlo, como tampoco el Cervantes, cuando se lo concedieron a Ge- rardo Diego: “Borges no era un hombre com- petitivo, no estaba dentro de su personali- dad. Era escribir lo que él sentía, crear lo que él creaba. No le interesaba el hecho de escri- bir, pensando si era mejor, si era peor. Nadie puede escribir pensando en un lector, ni se- gún los dictados de un editor. Nadie puede escribir así. Lo importante es lo que uno siente, lo que uno tiene dentro para dar. El no era competitivo, tampoco era una perso- na que se enojaban si un premio que él me- reciera se lo daban a A, o a B. Tenía la cos- tumbre de repetir esa broma que irritaba mucho a los suecos que no tenían el mismo sentido del humor de Borges. Y es que todo el mundo lo paraba y le decía ‘ay maestro, ay maestro, maestro, no se preocupe, yo le voy a pedir a Dios que le den el Nobel’. Y él de- cía entonces: ‘No lo haga, porque a lo mejor Dios existe y me lo dan y, entonces, sería uno más y estaría en una lista. Prefiero que no me lo den y seguir siendo el mito escandina- vo”. María Kodama entiende que, en el estere- otipo de Borges, ayudó lo suyo la prensa: “El hizo declaraciones públicas en contra de la dictadura y ustedes pueden verlas en las he- merotecas. Las hizo cuando empezó a ente- rarse todo el mundo de la historia. Además, yomedicuentadeunacosayesque,pormi triste experiencia, algunas personas de la prensa, son falaces y yo lo veo por mí misma y ya se como distorsionan y como mienten e insisten en cosas que uno tiene las pruebas que eso no fue así. No quiero terminar cíni- ca, pero cuando veo lo que me sucede con la prensa, durante los últimos veinte años, y cuando me doy cuenta de por ejemplo de que las mentiras siguen repitiéndose, es por- que hay periodistas que repiten la misma his- toria aunque sepan que no es cierta. Claro que hay otra prensa linda, maravillosa y con la que yo he podido contar en momentos muy complicados. En esos otros casos es cuando me pregunto si Borges tenía razón cuando decía que a lo mejor Catilina era un santo y Cicerón fue el primer periodista de la historia”. No sólo María Kodama se siente decepcio- nada con la prensa: “Existe un señor que tie- ne una ignorancia total pero que tiene una fortuna enorme como prestamista y que tie- ne cosas de Borges. Pues va y publica que Borges escribía con faltas de ortografía. Me- jor, no le explicamos a este señor las licencias de Juan Ramón Jiménez con la ortografía porque ahí no llega. Escribo una carta en la que intento explicar que era una broma en- tre amigos y me responden, así, como perdo- navidas, que su madre también escribía con faltas de ortografía. Claro, era un código de la familiar Borges para reproducir por escrito la fonética”. A comienzos de años, María Kodama vol- vió a Andalucía, un paraje que como el resto de España era familiar y querido para Borges: “A él, por ejemplo, le gustaba Cervantes; para Borges, era como su alter ego. Yo creo que la querencia de Borges por Cervantes no sólo se sustentaba en la admiración de su obra sino también de alguna manera el hecho de que Cervantes encarnaba un ideal clásico, el hombre de acción, que peleó en Lepanto, que estuvo preso, que salió de todo eso y que podía manejar la pluma a la perfección”. También amaba Borges a Francisco de Quevedo y a Antonio Machado, pero guarda- ba una especial devoción por Cansinos As- sens y por Fernando Quiñones: “Yo conocí a Quiñones –evoca ella--, él le tuvo mucho afecto, lo mismo que a la obra de Cansinos Assens. Pero a veces hay admiraciones de Borges que son como una especie de mea culpa. Pero en estos dos casos se trataba de admiración. Creo que esa admiración por la obra de ellos es la admiración por la perso- nalidad de una obra distinta; él admiraba a gente que no era como él, pero que tenían rasgos geniales, diferentes. Estos escritores eran como personajes de novela. Con Quiño- nes era una amistad y una admiración que siempre tuvo. Le tenía muchísimo aprecio. Era un personaje inolvidable, muy especial. Yo le conocí y le tenía mucho aprecio”. También acompañó a Borges, en su último viaje andaluz, veintitantos años atrás: “Re- cuerdo Sevilla junto a él, los paseos que hici- mos, la caminata por el río, eso fundamental- mente. Y también escuchábamos música, algo que alguien cantaba de acá del sur. Le gustaba el flamenco, aunque a veces decía que no y a veces que si. Le pasaba como el tango. Yo lo he visto en un recital flamenco y creo que le gustaba”. “Si, a Borges le encantaba Andalucía. Le gustaba mucho justamente por esa calidez que tiene la gente, esa apertura que según él decía es típico de lugares donde había habi- do una multicultura, un encuentro de pueblos muy distintos pero que han hecho una buena amalgama”. María Kodama renuncia a definirse como traductora profesional: “Hice traducciones con Borges, Borges porque estudiamos jun- tos y era una especie de certificados de fin de estudio. La traducción de la poesía es casi imposible. Para hacerse, las lenguas tienen distintos ritmos. Para poder hacerlo tendría que ser un poeta que tuviera una sensibilidad semejante a la del autor y sería otra historia. La poesía es imposible de traducir. La prosa no se si es más fácil pero si es más posible”. “Mi vida es muy complicada, tengo que hacer muchas cosas a la vez y no me queda tiempo para hacer cosas nuevas. Ahí ando con los proyectos de la Fundación, de la obra de Borges, preparando las conferencias, mu- chas cosas que no me dejan ni para tomar vacaciones”. En el fondo, ella misma sigue perdida en el laberinto de su mentor. Claro que, quizá, no quiera escapar voluntariamente de ese dédalo de pensamientos, palabras, obras y omisiones: “El Universo de Borges es su obra, lo que él pudo amalgamar desde las lecturas de niño hasta el último día de su vida. Nunca terminó de leer, al menos las cosas que a él le gustaban. Al no ver, no podía perder el tiempo haciéndose leer cosas que a las diez páginas no le interesaban. Al depender de al- guien que le leyera, prefería la relectura. De esas lecturas, procede su universo, que está hecho de una extraordinaria sensibilidad, de una inteligencia muy fina, de todo ese poder que a través de su imaginación decantaba to- dos esos elementos y creaba otra historia”. “Lo que yo creo es que la universalidad de Borges reside en algo que tienen las trage- dias griegas. Hacen la disección del alma hu- mana. Cuando uno lee una tragedia griega se da cuenta de que todo lo que nosotros he- mos adelantado con inteligencia en la cien- cia, en lo que respecta al alma no hemos adelantado nada. En el alma tenemos el mis- mo horror que se palpa en esas tragedias griegas, que por otra parte nos fascinan con el manejo de la lengua y del metro de los clásicos griegos. La universalidad de Borges radica justamente en un extraordinario cono- cimiento del alma humana, en el hecho de no cerrarse a un país ni a nada. Se trataría de transformar esa geografía y ese país al uni- verso, para que pueda llegar lo que él dice a un asiático, a un americano o a un europeo. Esa es la grandeza de un escritor, cuando lo- gra trascender y llegar al conocimiento esen- cial de lo que es el alma. ¿Qué es escribir? Me encontré con fulano, me senté a beber, nos enamoramos. Eso es una anécdota, no importa. Lo que trasciende es la esencia de todo eso y es lo que él da. Hay que captarla y transmutarla. La gente lo que siente al leer- lo es esa cosa última. Es ese conocimiento del alma humana. Es lo que hace que la per- sona sienta, lo que hace la esencia del uni- verso. Es lo que hace que eso le llegue”. La argentina Kodama no lee a los últimos autores argentinos, pero cree que sus com- patriotas y ella misma “somos un poco como el ave fénix, nos hundimos, nos levantamos, nos hundimos”. “Espero que salgamos”, o pina. Borges llegó a decir que el hombre des- cendía del mono y los argentinos, de los bar- cos: “Lo que pasa es que, en realidad, los con- quistadores fueron españoles, europeos, y eso es la base, el gen primero, por llamarlo de alguna manera, del actual pueblo argenti- no. Después pudieron haber tenido relacio- nes con indias. De la india Águeda creo que descendía Ocampo. Nuestra formación, nues- tra religión es europea. Uno tiene un padre extraterrestre y uno es extraterrestre, quiera o no quiera serlo. Esa vocación es algo here- ditario, es lo que no podemos olvidar. Si to- mas los diarios desde la época de la colonia en adelante, son todos descendientes de es- pañoles, esa vocación más que vocación es herencia. Hay otros pueblos, México, Perú y todo eso, que eran lugares donde existía una cultura previa que no existía en Argentina. El enfrentamiento entre lo indio y lo español lógicamente fue mucho más brutal en luga- res donde esa cultura tenía toda una organi- zación social perfectamente armada con construcciones como las de México y Perú, donde hay restos de toda esa civilización. Los indios que había en Argentina no eran de ese tipo, la lucha fue terrible pero no había un imperio. Después, por ejemplo, lo que pasa es que nuestro país vivía una inmigración a comienzos del siglo XX, por la que llegaron muchos italianos o judíos. Prácticamente toda Europa entra a ese territorio enorme”. “Para mi ―asume María Kodama― no existe la literatura latinoamericana sino auto- res que me gustan o que no me gustan, no me dejo llevar por esas grandes nomenclatu- ras que son utilísimas cuando uno estudia, pero que en la vida normal la dejas caer”.