El pasado 24 de diciembre, a eso de las 21.30h, cinco tiramillotes nos camuflábamos entre los arbustos que rodean la mansión escocesa de la creadora de Harry Potter. Objetivo: ofrecer algo exclusivo. Plan: ninguno, así era más emocionante.
Los cinco en fila, todos de esmoquin, fuimos saltando la verja del recinto y allanando la morada con la adrenalina a todo trapo. Uno quedó enganchado, quedamos cuatro.
Encabezando yo mismo la marcha, atravesamos los jardines de puntillas, sorteamos las estatuas vigilantes (curiosamente nos topamos con una de Steve Vander Ark que parecía estar tallada a taconazos) y al llegar al pequeño riachuelo algo escuché. Me detuve en seco, mi retaguardia chocó y el último tiramillote hizo plof en el agua. Quedamos tres.
Alcanzada la gloriosa puerta principal, que casualmente estaba entornada, pasamos de largo. Nosotros por la ventana.
Tiramillote Tres se subió a la chepa a Tiramillote Dos, y yo, que me encanta recibir siempre la primera bofetada para luego advertir a mis amigos, trepé sin piedad por sus cuerpos y propiné una suave cabezadita al cristal de la ventana. Estalló, también las alarmas, y lo que ocurrió a continuación fue tan fugaz como el romance de un licántropo: los chuchos ladraron, la poli llegó, me planté en suelo firme y aupé a Dos. Nos despedimos con ternura del rostro aterrorizado de Tres y echamos a correr por el interior de la casa.
La verdad es que me gustaría poder ofreceros algo un poco más nítido de lo que encontramos allí, pero esto es lo que hay.
Exhaustos y con las mentes excitadas hasta lo ilegal, llegamos al gran salón, donde la familia Rowling al completo cenaba pato. Pato asado para los papás, puré de pato para los pequeños, batido de pato para el conejo.
Nuestros ojos hacían chiribitas, y no por el pato sino por la escena tan cara que estábamos presenciando a lo gratis, pero no había tiempo que perder, ésta era la mía: aprovechando el empanamiento mental acumulado en la mollera de Tiramillote 2, mordí su oreja, la escupí y la oculté bajo la alfombra. “Corre”, le aconsejé. Y puso pies en polvorosa, vaya que sí, y ahí quedé yo solito, sonriente ante las miradas atónitas de los Rowling, todos para mí. Por fin iba a poder cumplir el segundo de mis sueños (la prueba del primero estaba bajo la alfombra): entrevistar a J.K. Rowling. Sin embargo, los agentes irrumpieron en la casa más pronto de lo esperado y, ay, amigos, todo se fastidió sobremanera y sólo pude gritar una de mis cuatrocientas diecinueve ideas mientras era arrastrado por todos esos músculos de acero:
- ¡¡Jotacá!! ¡Del Diario El Tiramilla! ¡¡Te he traído la oreja de Geoooorge!! ¡¡Bajo la afombraaa, la orejaaaaa!! ¡Soltadme, granujas! ¡¡El pato!! ¡Para El Tiramilla! ¡¡Dinos si se llamaba Feooo!!
- I’m totally confused…
Y hasta aquí, queridos míos. Lo que vino después no me está permitido contarlo, pero ya os adelanto que sí, las ventosidades de los dementores también huelen a depre.
Como podéis comprobar, en El Tiramilla no escatimamos en esfuerzos para hacer de cada momento algo digno de ser recordado. Rowling dijo que estaba aturdida, es decir, la sorprendimos gratamente y probablemente nunca olvide el nombre de nuestro proyecto, y aunque seguro que ella también hubiera preferido una charlita en torno a un té, la originalidad aquí es lo que cuenta, y ya te habrás dado cuenta si has llegado hasta el final de esta inocentada.
El pasado 24 de diciembre, a eso de las 21.30h, cinco tiramillotes nos camuflábamos entre los arbustos que rodean la mansión escocesa de la creadora de Harry Potter. Objetivo: ofrecer algo exclusivo. Plan: ninguno, así era más emocionante.
Los cinco en fila, todos de smoking, fuimos saltando la verja del recinto y allanando la morada con la bilirrubina a todo trapo. Uno quedó enganchado, quedamos cuatro.
Encabezando yo mismo la marcha, atravesamos los jardines de puntillas, sorteamos las estatuas vigilantes (curiosamente nos topamos con una de Steven van der Ark que parecía estar tallada a taconazos) y al llegar al pequeño riachuelo algo escuché. Me detuve en seco, mi retaguardia chocó y el último tiramillote hizo plof en el agua. Quedamos tres.
Alcanzada la gloriosa puerta principal, que casualmente estaba entornada, pasamos de largo. Nosotros por la ventana.
Tiramillote Tres se subió a la chepa a Tiramillote Dos, y yo, que me encanta recibir siempre la primera bofetada para luego advertir a mis amigos, trepé sin piedad por sus cuerpos y propiné una suave cabezadita al cristal de la ventana. Estalló, también las alarmas, y lo que ocurrió a continuación fue tan fugaz como el romance de un licántropo: los chuchos ladraron, la poli llegó, me planté en suelo firme y aupé a Dos. Nos despedimos con ternura del rostro aterrorizado de Tres y echamos a correr por el interior de la casa.
La verdad es que me gustaría poder ofreceros algo un poco más nítido de lo que encontramos allí, pero esto es lo que hay.
FOTO
Exhaustos y con las mentes excitadas hasta lo ilegal, llegamos al gran salón, donde la familia Rowling al completo cenaba pato. Pato asado para los papás, puré de pato para los pequeños, batido de pato para el conejo.
Nuestros ojos hacían chiribitas, y no por el pato sino por la escena tan cara que estábamos presenciando a lo gratis, pero no había tiempo que perder, ésta era la mía: aprovechando el empanamiento mental acumulado en la mollera de Tiramillote 2, mordí su oreja, la escupí y la oculté bajo la alfombra. “Corre”, le aconsejé. Y puso pies en polvorosa, vaya que sí, y ahí quedé yo solito, sonriente ante las miradas atónitas de los Rowling, todos para mí. Por fin iba a poder cumplir el segundo de mis sueños (la prueba del primero estaba bajo la alfombra): entrevistar a J.K. Rowling. Sin embargo, los agentes irrumpieron en la casa más pronto de lo esperado y, ay, amigos, todo se fastidió sobremanera y sólo pude gritar una de mis cuatrocientas diecinueve ideas mientras era arrastrado por todos esos músculos de acero:
- ¡¡Jotacá!! ¡Del Diario El Tiramilla! ¡¡Te he traído la oreja de Geoooorge!! ¡¡Bajo la afombraaa, la orejaaaaa!! ¡Soltadme, granujas! ¡¡El pato!! ¡Para El Tiramilla! ¡¡Dinos si se llamaba Feooo!!
- Estoy completamente aturdida…
Y hasta aquí, queridos míos. Lo que vino después no me está permitido contarlo, pero ya os adelanto que sí, las ventosidades de los dementores también huelen a depre.
Como podéis comprobar, en El Tir
El pasado 24 de diciembre, a eso de las 21.30h, cinco tiramillotes nos camuflábamos entre los arbustos que rodean la mansión escocesa de la creadora de Harry Potter. Objetivo: ofrecer algo exclusivo. Plan: ninguno, así era más emocionante.
Los cinco en fila, todos de smoking, fuimos saltando la verja del recinto y allanando la morada con la bilirrubina a todo trapo. Uno quedó enganchado, quedamos cuatro.
Encabezando yo mismo la marcha, atravesamos los jardines de puntillas, sorteamos las estatuas vigilantes (curiosamente nos topamos con una de Steven van der Ark que parecía estar tallada a taconazos) y al llegar al pequeño riachuelo algo escuché. Me detuve en seco, mi retaguardia chocó y el último tiramillote hizo plof en el agua. Quedamos tres.
Alcanzada la gloriosa puerta principal, que casualmente estaba entornada, pasamos de largo. Nosotros por la ventana.
Tiramillote Tres se subió a la chepa a Tiramillote Dos, y yo, que me encanta recibir siempre la primera bofetada para luego advertir a mis amigos, trepé sin piedad por sus cuerpos y propiné una suave cabezadita al cristal de la ventana. Estalló, también las alarmas, y lo que ocurrió a continuación fue tan fugaz como el romance de un licántropo: los chuchos ladraron, la poli llegó, me planté en suelo firme y aupé a Dos. Nos despedimos con ternura del rostro aterrorizado de Tres y echamos a correr por el interior de la casa.
La verdad es que me gustaría poder ofreceros algo un poco más nítido de lo que encontramos allí, pero esto es lo que hay.
FOTO
Exhaustos y con las mentes excitadas hasta lo ilegal, llegamos al gran salón, donde la familia Rowling al completo cenaba pato. Pato asado para los papás, puré de pato para los pequeños, batido de pato para el conejo.
Nuestros ojos hacían chiribitas, y no por el pato sino por la escena tan cara que estábamos presenciando a lo gratis, pero no había tiempo que perder, ésta era la mía: aprovechando el empanamiento mental acumulado en la mollera de Tiramillote 2, mordí su oreja, la escupí y la oculté bajo la alfombra. “Corre”, le aconsejé. Y puso pies en polvorosa, vaya que sí, y ahí quedé yo solito, sonriente ante las miradas atónitas de los Rowling, todos para mí. Por fin iba a poder cumplir el segundo de mis sueños (la prueba del primero estaba bajo la alfombra): entrevistar a J.K. Rowling. Sin embargo, los agentes irrumpieron en la casa más pronto de lo esperado y, ay, amigos, todo se fastidió sobremanera y sólo pude gritar una de mis cuatrocientas diecinueve ideas mientras era arrastrado por todos esos músculos de acero:
- ¡¡Jotacá!! ¡Del Diario El Tiramilla! ¡¡Te he traído la oreja de Geoooorge!! ¡¡Bajo la afombraaa, la orejaaaaa!! ¡Soltadme, granujas! ¡¡El pato!! ¡Para El Tiramilla! ¡¡Dinos si se llamaba Feooo!!
- Estoy completamente aturdida…
Y hasta aquí, queridos míos. Lo que vino después no me está permitido contarlo, pero ya os adelanto que sí, las ventosidades de los dementores también huelen a depre.
Como podéis comprobar, en El Tiramilla no escatimamos en esfuerzos para hacer de cada momento algo digno de ser recordado. Rowling dijo que estaba aturdida, es decir, la sorprendimos gratamente y probablemente nunca olvide el nombre de nuestro proyecto, y aunque seguro que ella también hubiera preferido una charlita en torno a un té, la originalidad aquí es lo que cuenta, y ya te habrás dado cuenta si has llegado hasta el final de esta inocentada.
amilla no escatimamos en esfuerzos para hacer de cada momento algo digno de ser recordado. Rowling dijo que estaba aturdida, es decir, la sorprendimos gratamente y probablemente nunca olvide el nombre de nuestro proyecto, y aunque seguro que ella también hubiera preferido una charlita en torno a un té, la originalidad aquí es lo que cuenta, y ya te habrás dado cuenta si has llegado hasta el final de esta inocentada.