“On Your Shore” - El órgano sustituye al piano en la introducción de una canción delicada, con la voz de Enya sonando cristalina y sin necesidad de ser multiplicada en el estudio. Es una clara heredera de “I Want Tomorrow” del disco anterior y marcaría un camino que todos los discos posteriores seguirían, incluyendo siempre al menos una balada de similares características a esta. En los instantes finales escuchamos el clarinete de Neil Buckley en una deliciosa intervención.“Storms in Africa” - Secuencias electrónicas y percusiones, muy ligeras aún, nos reciben en un corte que podría pertenecer a cualquier disco de las estrellas de la música hecha con sintetizadores de la época. Todo cambia con unas simples notas vocales ensoñadoras y una magnífica melodía cantada por la artista en modo coral. Las percusiones africanas interpretadas por Chris Hughes ganan presencia progresivamente mientras las voces se multiplican por obra y gracia de la maestría de Nicky Ryan en el estudio de grabación. La pieza tiene tan buena acogida que en posteriores ediciones del disco se añadió una versión en inglés de la misma titulada “Storms in Africa II”. En las últimas ediciones se volvió, sin embargo, al “tracklist” inicial.
“Exile” - Llegamos a la que es una de las mejores canciones escritas por Enya de entre aquellas que siguen los patrones a los que nos referíamos cuando hablábamos de “On Your Shore”. Un maestro de la música tradicional celta como es el gaitero Davy Spillane interviene con una magnífica melodía de flauta adornando una melodía maravillosa cargada de melancolía y profundidad.“Miss Clare Remembers” - Recordábamos antes que la primera grabación de Enya en solitario fue para un “cassette” de varios artistas al que la cantante aportaba dos instrumentales de piano. El primero era “An Gaoth ón Ghrian” y el segundo éste que recupera aquí. Es una composición breve, romántica y con un cierto toque de pieza de aprendizaje pero no desentona en absoluto aquí.“Orinoco Flow” - Llegamos al tema que lo cambió todo. La pieza que hizo que Enya pasase de ser una artista conocida en Gran Bretaña a una estrella de dimensiones planetarias. La canción aparece en gran cantidad de sintonías, anuncios, series de televisión y varios artistas utilizan “samples” de la misma en sus propias canciones. Lo curioso es que técnicamente puede ser una de las más sencillas de todo el trabajo ya que se basa en unos acordes muy sencillos que se repiten constantemente (y que proceden de un sonido de fábrica apenas modificado del sintetizador Roland D50), un texto esquemático y un estribillo que se repite constantemente (“sail away”) hasta el punto de convertirse en el subtítulo del tema cuando aparece como “single”. La canción se convierte pronto en un símbolo de una nueva forma de hacer música que tendría decenas de imitadores en los años posteriores con grandes resultados en algunos casos.“Evening Falls” - Nueva balada de corte clásico en la que la voz de Enya, casi “a cappella”, desgrana una melodía de excepcional belleza con el único acompañamiento, primero de un tenue colchón de voces, después de un órgano y, finalmente de ambos juntos. Sin necesidad de pirotecnias de ningún tipo, Enya firma una canción extraordinaria.
“River” - Quizá el instrumental más extraño del disco. Completamente electrónico y construido con timbres poco convencionales, no termina de sonar del todo bien. Más o menos por la misma época, la irlandesa grabó un tema como “Oriel Window” de similares características pero infinitamente más inspirado que quedó relegado a “cara b” de single.“The Longships” - Volvemos a oír el piano y las percusiones en combinación con los coros en los que la voz de Enya es replicada hasta el infinito en un corte en el que apreciamos de nuevo la inspiración por los sonidos africanos. Podría haber sido otra de las grandes canciones del disco pero le falta algo que no sabemos identificar para enamorarnos por completo.“Na Laetha Geal M'Óige” - Cierra el trabajo una balada cantada en gaélico en la que escuchamos por segunda vez a Davy Spillane, esta vez interpretando las “uilleann pipes” en las que es maestro. Una pieza magnífica que, además, encaja perfectamente como cierre de un disco cuya primera escucha, allá por 1988, supuso un “shock” para muchos.
Leíamos recientemente en una prestigiosa publicación musical, al hilo del nuevo disco de Enya, que parecía que había que pedir dsiculpas a la hora de elogiar un trabajo de la artista irlandesa y que en algún momento parecía que muchos se sentían avergonzados de “confesar” su admiración por su música. Es cierto que en un momento determinado, los discos de la cantante resultaban repetitivos y sin una evolución palpable en términos estilísticos o sonoros pero no es menos cierto que a nivel compositivo, todos sus trabajos rayan a un nivel, como mínimo, notable. No creemos que el número de artistas que puedan decir eso tras treinta años de carrera sea muy elevado. Aunque “The Celts” fue un primer paso, es “Watermark” el gran hito que convierte a Enya en estrella, reforzado por el posterior “Shepherd Moons” que comentamos aquí tiempo atrás. El estrellato no cambió en absoluto a la artista pero sí influyó en la percepción popular de su obra. Enya se convirtió en un icono, en una marca que trascendía lo musical hasta convertirla en sinónimo de algo bonito pero sin fuerza, ñoño, cursi. Creemos que va siendo hora de revisar esta idea. Discos como “Watermark” están fuera de toda sospecha pero creemos que su obra posterior sale airosa de una re-escucha. Trataremos de que siga presente por aquí para comprobarlo.