Revista Cultura y Ocio
He querido aprovechar este Tiempo de resurrección, mi querido Teófilo (seas quien seas y estés donde estés) para lanzar, desde mi bitácora secreta, un saludo de ánimo y alegría a cuantos viven según el código de la Hermandad, aunque las distancias sean demasiado grandes y ni siquiera sepamos si los receptores del mensaje son reales o tan solo responden a un anhelo. Sois partícipes, así lo espero, del renacer de la primavera en un día como hoy, vibrante de colores y aromas del campo que ya reverdece y nos enseña su primera flor, y de ese modo corresponde a la renovación de la Vida efectuada en vuestras almas. A pesar de ello, mi estimado Teófilo, percibo la inquietud ante algunas de las ideas vertidas en mi cuaderno y sobre las cuales posiblemente no pude hacer una exposición clara como merece la gravedad del asunto. En el ritual de la eucaristía - ritual que supongo algunos de vosotros todavía utilizáis para soporte de vuestra fe - coméis la sangre y el cuerpo de Cristo porque entendemos que Él es la forma de existencia más eficaz de entre todas las posibles. El ritual exotérico, no obstante, es un asunto menor pues, como ya sabéis, tal eficacia se manifiesta de facto cuando habéis logrado interiorizar las enseñanzas de la Tradición contenida en las sagradas escrituras, recibidas en vuestro corazón según lo prescrito en la divina Cábala. Pero la metáfora de el pan y el vino tiene una significación atemporal por cuanto nuestra condición de seres dotados de conciencia viene determinada por el tipo de alimento que recibimos. En virtud de esa Conciencia, lo que solemos denominar como Imagen o imágenes, sería algo así como las "unidades de alimento consumido". Vosotros, seres extraños y hasta cierto punto apartados del mundo, os alimentáis con la Imagen de Jesucristo. Y pensaréis: “entonces, si todo es nada más que una Imagen, una ilusión, nosotros también somos esclavos. Nuestra vida no es distinta que la de ellos”. Os equivocáis. Basta con que apliques un criterio categorial. La gente que consume la ideología de un partido político, el consumidor de iPods, el consumidor de imágenes de un teléfono móvil, quienes construyen imágenes utilizando la literatura o el cine posmodernos, quien se alimenta de alcohol y drogas, quien hace del fútbol su religión, etc, han establecido una forma de vida categóricamente distinta a la tuya, que te alimentas de Cristo. Todos, efectivamente, somos prisioneros de las imágenes, pero hay distintas formas de vivir posicionado dentro del estatus. La Torà y la literatura evangélica nos enseñan que debemos limitar al máximo el número de imágenes que metabolizamos e incorporamos a nuestro imaginario particular. ¿Y para qué?. Para que nuestro alimento sea uno que vale más que cualquier otro: Dios. Uno que no caduca, que no nos deja insatisfechos, uno que es como un manantial inagotable. Otra de las cuestiones suscitadas por mi cybercrónica es la siguiente: si la Torá nos dice que no debemos “hacernos imágenes” porque debemos hacer que Dios sea nuestro único alimento (es decir, la Imagen verdadera que trasciende a todas las imágenes menores, pasajeras, corruptibles) ¿cómo podemos si quiera pensar el concepto o la idea de Dios si nos privamos de la capacidad de representación?. Cuestión muy difícil de resolver, hermanos míos. La Biblia dice que Dios es un dios vivo, no una figura inerte fabricada con madera o metal alguno. Para llegar hasta él debemos tomar la vía de la experiencia, vivir en Dios, convertirlo en un estado cristalino, vacío. Es posible que la filosofía del Tao esté mucho más cerca de la verdad. “Buscad y hallaréis”, nada más puedo decir respecto a ese problema. Pero siempre hay que tener en cuenta que tanto vosotros como vuestros hermanos de especie, vivimos a merced del Imaginario, que es como un poder que puede ser manipulado por quienes conocen los resortes de la psicología de masas o “Ingeniería social”.
Os digo esto porque también estamos llegando al Tiempo del Fin, y la Ira de Dios puede empezar a barrer la tierra en el momento menos pensado. Valga decir que el referido “Tiempo del Apocalipsis” no tiene un significado literal sino que, una vez más, opera en nuestro mundo por medio de representaciones. El Apocalipsis forma parte del imaginario de la humanidad y tiene sus homólogos históricos en los distintos períodos de las distintas épocas o civilizaciones que han afrontado grandes catástrofes o transiciones sistémicas más o menos truculentas. Alrededor del año 1.000 de nuestra era (aquellos supuestos “terrores del año 1.000“) se produjo un importante cambio sistémico: la transición desde los reductos del sistema de relaciones de propiedad públicas heredero del estado romano, hacia el sistema feudal de relaciones de propiedad privadas. Algunos historiadores lo llaman “la mutación feudal”, porque entienden que dichos cambios se produjeron de forma rápida y traumática. El otro gran paradigma a tener en cuenta es la peste bubónica y el colapso económico acaecido en Europa durante el siglo XIV. Así pues, el Apocalipsis es, en suma, el componente del imaginario que opera cuando las sociedades llegan a un punto de colapso, o al menos, de crisis profunda, no sólo económica, sino también crisis de valores. ¿Y cómo opera ese componente?. ¿Es un proceso incontrolable, que simplemente forma parte del devenir histórico, relacionado con eso que Jung llamaba “el inconsciente colectivo“?. Son hipótesis que nos remiten a una parte de un arma de doble filo. Porque ahora vamos a situarnos en nuestra época concreta y en la crisis sistémica que estamos viviendo. El “mito” del Apocalipsis, ahora mismo, está operando en todas partes. Es un fenómeno de propaganda mediática que está siendo catalizado por otro “sub-mito” ( digámoslo así): el supuesto Fin del mundo indicado por el calendario Maya. Abarca todos los ámbitos de la vida pública. Los políticos hablan del fin de la sociedad del bienestar, del fin de un modelo económico, los científicos señalan que el planeta está cerca de un punto límite en cuanto a recursos disponibles. ¿Cuánto hay de verdad y cuánto de propaganda?. ¿Quiénes y por qué están utilizando ese componente del imaginario colectivo?. ¿Por qué utilizan el miedo a “el fin del mundo”, sabiendo nosotros que el mundo no termina, sino que cambia?. Y aquí llegamos a la otra parte. Actualmente, con el desarrollo de los conocimientos en el campo de la psicología social y la técnica aplicada a una infinidad de medios podemos decir que los procesos de cambio sistémico son hasta cierto punto "autoregulados" y "autoconscientes", manejados por las élites que esperan obtener, durante el proceso, un resultado favorable a sus intereses particulares. Querido Teófilo, a los cristianos todo esto nos resulta muy familiar, o debe hacerlo. Tú sabes que el cristianismo, bajo un concepto de religión pública e institucionalizada, es un conjunto de dogmas y regulaciones del pensamiento colectivo cuya gestación paulatina tuvo lugar desde mediados del siglo II, d.c, hasta el siglo IX, siglo arriba, siglo abajo. Es decir, que la constitución formal del cristianismo coincide con la progresiva debacle del Imperio Romano y de su sistema económico-jurídico bajo el cual vivieron la mayor parte de las clases adineradas y las no tan adineradas. El cristianismo fue un factor de cohesión social en tiempos donde peligraba la paz social, donde la desposesión sufrida por los antiguos patres y el bandidaje ejercido por los pueblos invasores formaban un caldo de cultivo para todo tipo de revueltas violentas. El cristianismo se nos revela como una colosal obra de ingeniería social en tiempos de desposesiones y carestías. Por eso la llaman, no sin parte de razón, la “religión de los pobres”, la religión de los pacíficos, de los que se desentienden de los asuntos del estado terrenal porque se alimentan del Reino de Dios, un lugar espiritual. Ya sabes, mantener el privilegio para los que van a continuar siendo ricos y crear un consuelo para los débiles, los cuales aprenderán a conformarse con poco. Aciertas, querido hermano, cuando piensas que el Libro de la revelación o Apocalipsis de San Juan es una versión entusiasta, maravillosa y novelada de todo este proceso. Pues es ese proceso que tuvo lugar en tiempos del bajo Imperio el que de forma cíclica retorna a la Historia, y en estos momentos parece que cobra especial significación. Cuelgo aquí un vídeo adjunto continente de un documento ilustrador de cuanto he explicado, por su sensacionalismo arrebatador, por cómo opera utilizando los conceptos de la moderna
tecnoimagen, o esa representación en clave de “realidad cinematográfica” que de modo tan efectivo opera en el subconsciente colectivo de la sociedad posmoderna y nos prepara…¿para qué?. No creo que exista un objetivo predeterminado ni un plan factible (ya sabéis que yo, en el fondo, no creo en conspiraciones, aunque la conspiración es una brillante metáfora que sirve para explicar la tan mal conocida operation de los sueños colectivos) pero lo que sí hace es poner en marcha un mecanismo que nos condiciona o prepara de cara a una renovada estructura del sistema mundial de la que nosotros sólo somos intérpretes parciales y erráticos. El simbolismo de la Resurrección es igualmente efectivo en la vida de las civilizaciones como en la de los individuos. Saludos, ¡Ultreya!, y que la vida os sea grata.