Continuación estricta, era demasiado para una sola entrega, de la visita de Tomás Fernández Valentí esta ve repasando, brevemente, sus libros y monografías, aunque esto es , como siempre, la escusa:
Hablábamos en la anterior entrega de tú filiación por lo popular, la cual se nota especialmente en tus constantes apariciones en sitios como Quatermass, aquel libro esplendido dedicado al giallo que editó la desaparecida Nuer, el American Gothic del festival de San Sebastián… ¿Proviene de la juventud impresionable este gusto por lo bastardo?
Vuelvo a insistir en que esa filiación por el cine popular o de género no es una actitud adoptada de antemano ni una “pose”. Dicho esto, es verdad que muchas de mis aficiones cinematográficas proceden de mi juventud, e incluso de mi infancia, pero en eso no soy nada original, pues pocos aficionados al cine habrá en el mundo que no asocien el origen de su gusto cinematográfico con el cine que vieron cuando eran pequeños; igual ocurre, pongamos por caso, con quien es un lector contumaz y rememora con cariño sus primeras lecturas de infancia. Lo cierto es que, curiosamente, mi afición al cine fantástico llegó relativamente tarde; se puede decir que he visto mucho cine de terror con posterioridad, pasados los 20 años de edad, que antes, cuando hubo el boom del cine de terror norteamericano de entre finales de los 70 y principios de los 80. Me inicié en el género del terror cuando la cosa llevaba tiempo funcionando, no desde el principio. Por ejemplo, nunca vi La noche de Halloween en un cine (en España, por cierto, fue un fracaso comercial total y absoluto), ni siquiera vi en su momento el primer Viernes 13: el primero de los Viernes 13 que vi en cines fue el segundo, y luego los siguientes. Quizá por eso mismo mis primeros recuerdos “impresionables” de mi infancia, en relación con el cine de terror, están relacionados con emisiones de clásicos por televisión. Por ejemplo, la primera vez que vi por televisión el Drácula de Terence Fisher: me morí de miedo. Debía tener unos 12 años. O la primera vez que vi por televisión ¡Suspense!, de Jack Clayton: ¡una pesadilla! Esos sí que son recuerdos de infancia. Y, aunque parezca mentira, algunos de mis primeros “terrores de infancia cinematográficos” no están asociados con el cine de terror, sino con películas de otros géneros: por ejemplo, la primera vez que vi de niño Los diez mandamientos, de DeMille, y en cine, pasé mucho miedo con la secuencia del “ángel de la muerte”, esa niebla verdosa que va matando a los primogénitos de los egipcios (dicho sea de paso, es una muy buena secuencia); o, cuando vi por primera vez Ben-Hur, de Wyler, también en cine: me asustó mucho la escena de la batalla naval, sobre todo ese momento en que uno de los remeros intenta quitarse la argolla de su tobillo y se lo despelleja ante el terror de morir ahogado. Así que, ya ves: ¡Charlton Heston me asustó con sus películas cuando era niño!
Y visto desde hoy ¿qué encuentras, en este cine?
Pues, por regla general y salvo excepciones, ese cine de terror de finales de los setenta y principios de los ochenta visto a ojos de hoy me parece de lo más estimulante, hasta el punto de que incluso las películas más malas, como puedan ser las secuelas de Viernes 13 o similares, hacen gala de un sentido de la provocación y de lo “incorrecto” que cuesta ver hoy en día. El tiempo, además, ha dado valor añadido a un cineasta como John Carpenter, que para mí es el mejor de los cultivadores del fantástico que surgieron o se consolidaron en esa época, muy superior a Tobe Hooper, George A. Romero, Wes Craven, Lucio Fulci o incluso Dario Argento, con el cual nunca me he llevado del todo bien.
En varias ocasiones te he leído hablar del fantástico como el género que mejor aprovecha las posibilidades del cine para expresarse de manera sensorial.
Eso se debe a que el fantástico, por definición, es el más libre de los géneros, a mi entender, porque en principio no debe someterse a las reglas empíricas de la realidad, por más que de entrada quizá sea necesaria una cierta dosis de “realidad” para luego poder vulnerarla a conciencia. De este modo, el fantástico tiene la capacidad de explorar lo que no se ve, lo invisible, lo intuido; es como una proyección de la psique humana más allá de los límites de lo orgánico. El cine fantástico remueve “algo” en nuestro interior que no remueven otros géneros más, digamos, a ras de suelo, y que cuesta de definir. Además, el buen cine fantástico es aquel que depende más del sentido de la puesta en escena del realizador, de la planificación, de la elección de los encuadres, de la explotación del punto de vista, lo cual le confiere un gran punto de abstracción. Siempre he sido de la opinión que, desde un estricto punto de vista de puesta en escena, el cine fantástico es el más rico e intelectual de los géneros, a pesar de que no todas las películas que lo integran sean por eso mismo ricas e intelectuales, más bien al contrario, pues también es un género que, debe reconocerse, ha dado pie a muchos, muchos bodrios, y ello provoca que quienes no comulgan con el mismo luego lo menosprecien.
En uno de los más recientes libros colectivos en los que has aparecido, El cine de ciencia ficción, te ocupas de las aportaciones de Steven Spielberg. Un director que la gente te solicita mucho en los comentarios de tu blog. Personalmente comencé a apreciarlo de verdad desde AI y ahora encuentro en él a un narrador neoclásico admirable, con menos necesidad de demostrarse algo a sí mismo.
Un libro sobre Steven Spielberg es algo que me debo a mí mismo desde hace muchos años. La idea está en mente, pero me falta tiempo para llevarlo a cabo y una editorial interesada, porque se han publicado muchos libros sobre el personaje en España, por más que la mayoría, para mi gusto, no inciden en aspectos de puesta en escena, o inciden poco, y se contentan con ahondar en el lugar común de “el rey Midas de Hollywood” y todas esas bobadas. Yo también creo que A.I. Inteligencia artificial fue un film crucial en su carrera a nivel de comprensión y esclarecimiento del sentido de su obra, dado que supone a grandes rasgos una especie de summa compendia de su vertiente más popular, la imagen más reconocible de su cine (Encuentros en la tercera fase, E.T., el extraterrestre), combinada con el “baño de realidad” que se había dado la década anterior con títulos como La lista de Schindler, Salvar al soldado Ryan e incluso Amistad, por más que esta sea bastante mediocre. Solo hay que ver todo lo que ha hecho después de A.I., entre ellas algunas de las películas más amargas que haya dado el Hollywood de la pasada década, como Minority Report, que es otra maravilla, Atrápame si puedes o su discutida versión de La guerra de los mundos, incluso un film de una ligereza tan engañosa como La terminal. Yo tampoco creo que tenga nada que demostrar a estas alturas, por más que todavía sean muchos que se empeñan en ponerle el listón más alto de lo que se pone a nadie.
Aunque, eso sí, las “peticiones del oyente” más insistentes son siempre sobre Brian De Palma, una debilidad tuya.
Brian De Palma es un realizador que, con el tiempo, cada vez me ha ido gustando más y más, y pocas cosas me divertirían más que hacer un libro sobre él, pero me encuentro con el mismo obstáculo que en el caso de Spielberg; primero, necesito tiempo para hacerlo en condiciones, y segundo, hay mucho publicado sobre De Palma, y bastante bueno, y pocos editores estarán interesados ahora mismo en ¡otro! libro sobre De Palma. Me gusta, al igual que por ejemplo Spielberg, porque es de esos cineastas locos que tienen una fe ciega en el poder de la imagen, y que están firmemente convencidos de que las imágenes pueden expresarlo absolutamente todo, y se lanzan sin pensárselo dos veces a aplicar ese concepto, aunque luego sea a base de conseguir los desmesurados resultados que tanto se les critican. Pero prefiero los cineastas que se pasan, movidos por el entusiasmo, que los que se quedan cortos.
Legendario, o casi, es tu desapego hacia el cine español. Un desapego tanto de espectador como de crítico. Personalmente creo que este es uno de lo debes de la revista en general, restañado en parte por el formidable dossier dedicado al policial pero me gustaría ver por allí estudios de gente como Edgar Neville o Fernán-Gómez o antologías del cine de los 30 y 40, desconocidísimo y con cosa muy atractivas por desempolvar. La historia del cine español necesita ser reescrita para poder verlo de manera diferente.
Sobre todo es el cine español que se hace hoy en día el que, lo lamento, me pone de los nervios, porque me aburre soberanamente. Ya he citado de pasada Los pasos dobles, de Isaki Lacuesta, y si esta película es, artísticamente hablando, lo mejor que puede dar nuestra cinematografía, la cosa está francamente mal. Hace poco vi Capitán Trueno y el Santo Grial, y, con franqueza, mejor correr un tupido velo. ¡Para que luego haya gente que no les guste Spielberg! Y hace también muy poco me he llevado una decepción mayúscula con Mientras duermes, de Balagueró, quien nunca ha terminado de convencerme del todo, más allá de algunos apuntes de sus primeras películas. Tampoco me convence el actual boom del cine fantástico español: apenas hay nada realmente bueno. Y que no me vengan con el consabido cuento de la falta de dinero, ni con la manida excusa de la crisis: ves películas británicas hechas con dos céntimos, como Eden Lake, de James Watkins, o The Children, de Tom Shankland, y te das cuenta de que no, que todo eso son historias de la macarena. Pero estoy completamente de acuerdo contigo en que hay mucho cine español del cual hay muchas cosas que decir y que no suele aparecer en las historias oficiales. “Dirigido por…” rompió una lanza por el cine policíaco español de los 50-60, que estaba lleno de títulos interesantes y mucho mejores que la mayoría de lo que se hace hoy en día. ¿Neville, Fernán-Gómez? No solo ellos; también otros, como por ejemplo Francisco Regueiro, quizá el mejor cineasta de su generación. O Nieves Conde, más allá de la inevitable Surcos (que a mí siempre me ha parecido más bien poca cosa). O Romero Marchent, o Eugenio Martín, o José Luis Merino, que tiene algún título de cine fantástico realmente apreciable. Como las meigas, haberlos, haylos, pero a nivel de revista también resulta arriesgado, de cara a las ventas, sacar demasiado a menudo realizadores o géneros españoles de este tipo (el eurowestern o el cine de terror), pues tampoco hay tanto público interesado en ellos como pueda parecer. Hoy en día los cineastas españoles que más interesan son los que han conseguido los mayores éxitos internacionales, como Almodóvar o Amenábar, los cuales tampoco son santo de mi devoción, por más que, sorprendentemente, La piel que habito me haya parecido interesante, y, al contrario que muchos, a mí no me pareció tan despreciable Ágora.
El western, en cambio, es otra pasión reconocida. No hace mucho pusiste a disposición de Cine Archivo una larga batería de reseñas sobre el género. Scorsese habla en uno de sus documentales del western como de una de las grandes aportaciones estadounidenses a la cultura del siglo XX. Para mi expresa los mitos de forma estremecedora y encima es un cine de una belleza cinemática, que diría Kurosawa, inigualable.
El western es, junto con el fantástico, mi género favorito. Estoy completamente de acuerdo con lo que dice Scorsese, el western es una de las mayores contribuciones culturales de los Estados Unidos y un género que, en cierto sentido, tiene un poco del resto de los géneros, los absorbe a todos de un modo u otro, sin por ello dejar de ser intrínsecamente un western. Casi podría hablarse de un macro-género o un híper-género. Y me gusta, claro está, porque es otro género eminentemente visual, en el cual las imágenes son fundamentales. Es verdad que, hace un tiempo, puse a disposición de Cine Archivo una serie de comentarios críticos de numerosos westerns; formaban parte de una obra más general sobre el género que no llegó a ver la luz, y deseaba darles salida de un modo u otro. Es un género inagotable como pocos, por más que ahora se diga que está muerto y todo eso, cuando lo cierto es que incluso los destellos westernianos de una película como Cowboys & Aliens resultan de agradecer. Que no se hagan westerns o que el público joven le haya vuelto la espalda no significa, para mí, que se trate de un género muerto, todo lo más detenido, paralizado o estancado, pero nunca muerto; el western nunca puede morir; es como si dijéramos, por ejemplo, que la comedia está muerta o el melodrama está muerto.
¿Debe el crítico ocultar sus filias y fobias adoptando una postura distante o es mejor confesarlas abiertamente y así no confundir a nadie?
Creo que en una crítica de cine puede hablarse absolutamente de todo, de filias y de fobias, siempre y cuando se haga de manera coherente y razonada, y no se divague. No veo nada malo en decir que me gusta o no me gusta tal director o tal película, me parece lo más natural del mundo decir lo que uno piensa. Pero lo importante es, también, pensar lo que uno dice, y que cuando se afirma algo, por disparatado que pueda sonarles a los demás, venga refrendado por razones y argumentos.
Los primeros libros que publicaste fueron dependientes de Dirigido, los formidables Programa Doble. Voy a quedar fatal pero lo cierto es que no he leído ninguno de los tuyos… En todo caso como fue aquella nueva experiencia de extensión, formato, etc…
Pues para mí fue una experiencia formidable, en primer lugar porque me gustaba el formato de esta colección, que te permitía entrar con bastante profundidad en el análisis de dos películas, en ocasiones, dispares. El número 5 de esa colección, dedicado a Drácula de Bram Stoker, de Francis Ford Coppola, y La noche del cazador, de Charles Laughton, fue mi primer libro firmado en solitario, con lo que te puedes imaginar el cariño que le tengo. Fíjate si han cambiado las cosas que los dos primeros números que escribí para Programa Doble, ese que he mencionado y el siguiente –Instinto básico, de Paul Verhoeven, y Rebeca, de Alfred Hitchcock—, todavía los escribí a máquina, ni siquiera tenía ordenador. No empecé a usar un ordenador hasta 1994, más o menos, y mi primer PC lo tuve alrededor de 1997, me inicié en la informática un poco tarde. El tercer Programa Doble –Frankenstein de Mary Shelley, de Kenneth Branagh, y Sed de mal, de Orson Welles— está la primera película escrita todavía a máquina, y la segunda, ya con ordenador. Creo honradamente que cada Programa Doble que he escrito era un poco mejor que el anterior, el primero me fue muy bien para romper el hielo y a partir de ahí empecé a pulir cosas; es lo normal, creo: es lo que se llama oficio. El cuarto Programa Doble –Toro salvaje, de Martin Scorsese, y El Padrino III, de Coppola— creo que es el mejor de los cuatro, y sencillamente porque tenía más práctica. La extensión era, poco más o menos, de unos 35-40 folios de Word para cada película, entre 70-80 folios en total. La pena es que la colección concluyó como consecuencia de su coste de producción, y me quedé con las ganas de escribir sobre muchas otras películas: creo que un Spielberg y, sobre todo, un Bergman tendrían que haber salido en la colección, pero nunca fue así.
Tu primer “largo” David Lean: la emoción y el espectáculo, también pertenecía a otra colección de Dirigido y resulta, como la mayoría de ellos, inencontrable.
Pues no es tan inencontrable como pueda parecer: todavía hay ejemplares a la venta, pidiéndolos a la redacción. De hecho, tengo el dudoso honor de que fuera el libro menos vendido de la colección Serie Mayor de Dirigido. Mala suerte, posiblemente era una jugada romántica el dedicar un libro de semejante extensión a un cineasta por un lado, famoso, pero por otro, todavía no lo suficientemente reivindicado como David Lean. Estoy muy contento con ese libro, no solo por el hecho de que fuera el primero de tanta extensión, sino porque lo escribí libremente, y, bueno o malo, puse en él lo que quise. Creo, además, que se trata de un libro mucho más personal de lo que pueda parecer a simple vista, porque recuerdo perfectamente cuáles eran las circunstancias de mi vida cuando lo escribí y, repasándolo, noto que, entre líneas, salen muchas cosas particulares mías completamente ajenas al cine.
Es un director del cual parece que solo tenga dos o tres películas. ¿Van los clásicos cayendo en el olvido?
Quisiera estar equivocado, pero tengo la impresión de que hay mucha cinefilia joven que no se interesa por estos realizadores, o no se interesa lo suficiente, y poco a poco irán cayendo en un injusto olvido. Me parece un grave error, no solo porque eran grandes cineastas que hicieron un cine maravilloso, sino que además se anticiparon a muchas cosas que se ven hoy en día y tiende a olvidarse que ellos estuvieron antes y lo hicieron primero. Es un poco como si la memoria del cine se fuera perdiendo, en beneficio de lo inmediato, lo actual, lo “moderno”, lo sea realmente o no. David Lean, todavía hoy, sigue estando identificado con sus películas más populares, como Breve encuentro (esta, ya, no tanto), El puente sobre el río Kwai o Lawrence de Arabia, y se conoce poco o simplemente se desconoce el resto de su obra, corta pero muy intensa. Es una pena, porque no pocos cinéfilos jóvenes se llevarían más de una grata sorpresa si revisarán un poco más los así llamados “clásicos” del cine; disfrutarían de lo lindo, seguro, pero el problema es que ellos no tienen la idea de que este cine proporcione disfrute, lo ven como piezas de museo fría, marmóreas, académicas, cuando son todo lo contrario, obras llenas de vida y de energía.
No se si antes o después de este apareció Frankenstein. El mito de la vida artificial, publicado también en Nuer y escrito en dupla junto a Antonio José Navarro. El libro resiste el tiempo y las lecturas de manera colosal y es una inmersión integral: literaria, filosófica, histórica, mitológica, cinematográfica, televisiva, tebeística…
Frankenstein. El mito de la vida artificial es un poco posterior. Es otro libro del que tanto Toni como yo estamos muy satisfechos y en el que, se nota, pusimos mucha pasión y muchas ganas. La idea fue muy sencilla, surgió del hecho de que Nuer había publicado un libro sobre Drácula en la literatura y el cine, escrito por Roberto Cueto y Carlos Díaz Maroto, que nos había gustado mucho, y creíamos que podíamos hacer otro en esa misma línea y para la misma editorial sobre Frankenstein. Lo hicimos en bastante poco tiempo, alrededor de diez meses, y de una manera perfectamente coordinada, en el sentido de que, cuando quedó establecido qué escribiría cada uno, Toni y yo trabajamos por separado, y cuando terminamos nuestros respectivos apartados y los juntamos, vimos que encajaban a la perfección; hay, incluso, capítulos en los que hay párrafos del uno y el otro mezclados, y casi no se nota. Todavía ahora hay gente que lee el libro y especula sobre qué parte escribió cada uno; lo cierto es que el libro es de ambos al 50%. Metimos dentro de él todo lo que pudimos y creo que, todavía hoy, y más allá del hecho lógico de que necesitaría un poco de actualización para ponerlo “al día”, sigue siendo válido.
Tiraré de tópico esta vez: ¿Universal es la criatura y Hammer es el creador?
En efecto, dicho rápidamente, es así: las películas de la Universal se centraban en el personaje del monstruo, y las de la Hammer, en el Dr. Frankenstein. Ambas series de películas están marcadas de modo perceptible por el talento del realizador que, en el caso de Universal, sentó las bases para las continuaciones con sus dos películas sobre el tema, James Whale, y, en el de Hammer, Terence Fisher y sus cinco grandes películas.
¿Es explicable en palabras el genio de Terence Fisher?
Si te refieres al hecho de que Fisher lograra desarrollar todo lo que hizo en Hammer, es muy posible que se tratara del fruto de unas muy favorables condiciones de producción, y de la participación de colaboradores tan extraordinarios como el guionista Jimmy Sangster, el decorador Bernard Robinson, el músico James Bernard, el montador James Needs, y actores como Peter Cushing y Christopher Lee, todo lo cual hizo que el talento de Fisher floreciera y arraigara con tanta fuerza. Eso no quiere decir que Fisher no fuera un gran director antes de empezar a trabajar en Hammer, pero a juzgar por lo que he podido ver de este cineasta antes de entrar en esta productora, y aún siendo bueno, te das cuenta de que ese talento no había encontrado el modo de expresarse en toda su plenitud, y que Hammer le proporcionó a Fisher la oportunidad de mostrar todo lo que llevaba dentro. Desde este punto de vista, quizá podría ser “explicable” el genio de Fisher, pero claro, solo hasta cierto punto, habida cuenta de que otro director, en sus mismas condiciones, quizá no hubiese logrado tantas obras maestras del fantástico como él. Lo mismo se puede aplicar a John Ford, a Hitchcock, a Bergman o a Fellini; todos ellos tuvieron, en un momento dado, la oportunidad de expresarse totalmente, pero dejando aparte que les llegara dicha oportunidad, la aprovecharon tan bien porque, además, eran genios; no es una mera cuestión de simple casualidad.
Tu otra monografía, sobre Paul Verhoeven, apareció en Glénat. También dentro de una colección muy ambiciosa, muy cuidada, pero de corta vida.
Y es una auténtica pena, porque la colección Widescreen de Glénat, que dirigía Fernando de Felipe, concluyó prematuramente su andadura no porque fuera mal, pues los cinco volúmenes que sacaron –sobre David Lynch (Andrés Hispano), Joel y Ethan Coen (De Felipe), Martin Scorsese (Enric Alberich), Tim Burton (Jordi Sánchez-Navarro) y el mío— se vendieron magníficamente, sino porque el editor de Glénat, Joan Navarro, no estaba interesado en los libros de cine; recuerda que Glénat también editaba la colección Biblioteca del Dr. Vértigo, que dirigía, si no recuerdo mal, Jordi Costa, y que se acabó también prematuramente, sin publicar el segundo volumen de una historia del cine de ciencia ficción escrito por el propio Costa. El propósito de la colección Widescreen era ofrecer volúmenes sobre cineastas contemporáneos y reunir en ellos la mayor cantidad de datos sobre los mismos. El libro sobre Verhoeven sigue pareciéndome, todavía hoy, el mejor de los de larga extensión que he hecho hasta ahora, porque resulta menos imperfecto, menos visceral que el de David Lean, y está más concentrado, más acabado, si bien es verdad que quizá no me hubiese salido así si antes no hubiese pasado por la experiencia de escribir el de David Lean.
Verhoeven fue primero demasiado para Holanda y luego demasiado para Hollywood. Y tras El libro negro, que me resulta de las mejores suyas, parece que ya es demasiado sulfúrico hasta para el cine mismo.
Verhoeven ha tenido la cualidad de exprimir al máximo todas las cinematografías en las cuales ha trabajado, primero la holandesa y luego la norteamericana. Primero, en Holanda, rebasó muchos límites de permisividad con películas como Delicias turcas y, sobre todo, Vivir a tope, muy duras y explícitas incluso para el ya de por sí muy libre cine de los 70 y primeros 80. Y, más tarde, en los Estados Unidos, ensanchó los límites en lo que a mostración de la violencia y el sexo se refiere con RoboCop, Desafío total, Instinto básico y Showgirls. Lo que ocurre es que, en el fondo, el cine de Verhoeven no es ni cine holandés ni cine norteamericano, sino… el cine de Verhoeven. Es radicalmente personal, y seguiría haciendo lo que hace rodara donde rodase. El libro negro también me pareció magnífica y, por cierto, por esa época intenté reeditar mi libro, actualizándolo, y no hubo manera de encontrar a un editor interesado: hice la oferta a veintidós (¡22!) editoriales, y todas ellas o no me contestaron siquiera, o me dijeron directamente que no. Un editor, que no diré su nombre, me dijo explícitamente por teléfono que “Verhoeven estaba muerto” (sic). Por cierto, tengo ganas de que Verhoeven haga, por fin, otra película.
El último es un acercamiento precisamente a Martin Scorsese que, confieso otra vez, no he leído.
Es un pequeño libro que escribí para Ediciones Carena. Fue un poco un desafío, pues se trataba de escribir una especie de aproximación biográfica a Scorsese, sin grandes análisis fílmicos en plan “Dirigido por…”, unas 100 páginas de Word aproximadamente. Nunca había hecho algo de este estilo y lo acepté precisamente por eso. Mi intención fue, si no profundizar, dada la limitación de espacio, por lo menos ofrecer una introducción válida al cine de Scorsese que luego permitiera a los lectores interesados el ir más allá acudiendo a textos mayores. Pese a todo, tampoco es un texto meramente informativo, dado que mi opinión sobre Scorsese también aparece en ella; sin ese componente subjetivo, aunque sea leve, no hubiese aceptado el escribirlo.
¿Cómo ves a este Scorsese del siglo XXI dividido entre los documentales y un cine asumidamente artesanal, abiertamente cinéfilo?
Lo veo más relajado que años atrás. Ya era hora, porque a ese paso se hubiese muerto de un ataque de nervios… Me da la sensación de que Scorsese ha aprendido a vivir consigo mismo, tiene sus demonios más controlados, y eso se nota en sus películas recientes, que siguen siendo muy viscerales pero al mismo tiempo están muy meditadas, muy pensadas. Me entusiasmó Shutter Island, me parece uno de sus mejores trabajos. Creo, también, que con el tiempo Scorsese ha aprendido a hacer películas comerciales, como Gangs of New York, El aviador o Infiltrados, sin dejar de ser Scorsese; antes no lo hacía tan bien, esa mezcla de comercialidad y personalidad: El cabo del miedo sigue pareciéndome una película horrible. Pero ahora le veo muy bien, y filma con alegría, no con el tormento de tiempos atrás.
Algo un poco más íntimo: ¿Cómo escribes? Especialmente con los libros, cuál es el proceso de “fabricación”.
La escritura siempre me viene condicionada por la limitación de espacio. Si escribo para revistas, sé que tengo unos espacios concretos y procuro pensar, sobre todo, qué quiero decir y qué puedo “dejar fuera” en un momento dado, es decir, que en el texto se quede lo que realmente quiero comentar y que no entre lo que me parece más superfluo. Seguramente, no siempre lo consigo, pero lo intento. En cambio, cuando escribo para mi blog, no me pongo límites de espacio, si bien entiendo que un texto excesivamente largo sobre según qué cuestiones puede resultar muy farragoso para quien lo lee; además, como el blog lo hago en mis ratos libres, tampoco dedico ese tiempo de ocio a escribir como una bestia para el blog: también hay que vivir. De ahí que actualizo el blog cuando quiero, pero tampoco me pongo plazos para hacerlo. ¡Los plazos me persiguen por todos lados, pues recuerda que además soy abogado! Solo me faltaría que yo mismo me impusiera plazos… Respecto a los libros, parto asimismo del espacio del cual dispongo, y sobre el mismo, trazo un esquema previo, un índice con un cálculo aproximado de lo que voy a escribir en cada apartado, en función del contenido de cada uno de esos apartados. Soy metódico, pero también muy instintivo, pues no hay un método preciso para saber con exactitud cuánto te va a ocupar una cosa.
¿Se edita bien en España o no se cuida el producto lo que se debiera?
Creo que, en general, los libros de cine están muy bien editados en España. Dirigido editaba muy bien. Las editoriales en las cuales he sacado cosas, en solitario o colaborando en obras colectivas, como Nosferatu, Quatermass, Scifiworld, y las otras que conozco, como Valdemar, T&B, Notorious, Calamar, creo que ofrecen productos muy bien hechos y atractivos. Pero el libro de cine sigue siendo, y creo que siempre lo será, una parcela especial y acotada dentro del mundo editorial, porque la realidad es que, si bien a todo el mundo le gusta el cine o como mínimo le gusta ir al cine a entretenerse, no a todo el mundo le gusta leer sobre cine. No es lo mismo. Es como viajar o leer libros de viajes. Tampoco es lo mismo. ¡O como el sexo y los libros sobre sexo! Va a ser que no… Desde ese punto de vista, el libro de cine tiende de manera natural a la especialización y a un tipo de lector específico y predispuesto. Aún así, no veo tan mal la edición de libros de cine en España, es que creo que hay ciertos límites que difícilmente se pueden romper. Es muy difícil, casi imposible, que un libro de cine muy ensayístico sea un best-seller.
¿Algún libro propio o ajeno en el horizonte?
Ahora mismo acabo de presentar en el Festival de Sitges, y está a la venta desde el día 17 de octubre, el libro colectivo sobre la serie de televisión de Rod Serling The Twilight Zone que publica Scifiworld con la colaboración del festival. Estoy muy contento con este libro, ha quedado francamente bonito de edición, y el contenido es estupendo. Además, me ha permitido conocer y hacerme amigo de un puñado de personas maravillosas, mis colegas Jordi Ardid, Lluís Vilanova, Sergi Grau, Joan Renter y Álex Barba. Tengo dos o tres proyectos editoriales más en cartera, pero todavía es un poco pronto para hablar de ellos y los editores me han pedido que de momento no diga nada al respecto, y quizá otros dos en mente, pero en fase muy embrionaria.
Cerramos, que bastante paciencia has tenido ya. Más gracias y te dejo la despedida.
Gracias a ti. Esperemos no haber aburrido demasiado a nadie con una entrevista tan larga, pero que he hecho con mucho gusto.