Alguien me pide una explicación de la teoría de Einstein. Con mucho entusiasmo, le hablo de tensores y geodésicas tetradimensionales.
- No he entendido una sola palabra – me dice, estupefacto.
Reflexiono unos instantes y luego, con menos entusiasmo, le doy una explicación menos técnica, conservando algunas geodésicas, pero haciendo intervenir aviadores y disparos de revólver.
- Ya entiendo casi todo – me dice mi amigo, con bastante alegría -. Pero hay algo que todavía no entiendo: esas geodésicas, esas coordenadas …
Deprimido, me sumo en una larga concentración mental y termino por abandonar para siempre las geodésicas y las coordenadas; con verdadera ferocidad, me dedico exclusivamente a aviadores que fuman mientras viajan con la velocidad de la luz, jefes de estación que disparan un revólver con la mano derecha y verifican tiempos con un cronómetro que tienen en la mano izquierda, trenes y campanas.
- Ahora sí, ahora entiendo la relatividad! – exclama mi amigo con alegría.
- Sí, – le respondo amargamente -, pero ahora no es más la relatividad.
Este breve relato de Ernesto Sábato, aparecido en su primer libro Uno y el Universo, me parece que resume e ilustra a la perfección las dificultades a las que se debe enfrentar cualquier divulgador científico, que hace malabarismos constantes para hablar realmente de ciencia sin caer en las frivolidades.
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