Los tres aspectos más destacables del Renacimiento europeo fueron la recuperación de la razón, el colocar al hombre en el centro del escenario y un nuevo interés por estudiar la naturaleza. Sin esos tres elementos, Galileo no habría podido inventar el método científico, seguiríamos recurriendo al criterio de autoridad y la por Ilustración entenderíamos únicamente el hecho de poner estampas en los libros.
Charles Freeman en “The closing of the Western mind” ha descrito el lento proceso que llevó de Aristóteles, su apreciación de la razón y su estudio de la naturaleza a San Agustín de Hipona, con su menosprecio de la razón en favor de la fe y su colocación del Reino de Dios en el centro de toda su filosofía. La razón necesitó ochocientos años para volver a ser invitada a la mesa de la filosofía occidental.
La Europa cristiana recuperó a Aristóteles y a la razón gracias a los musulmanes. Mientras los europeos del Medioevo se divertían leyendo a San Agustín, flagelándose por cuaresma y organizando cruzadas cuando querían ver un poco de mundo, los musulmanes estaban estudiando a los sabios grecolatinos y asimilando sus enseñanzas. Los cristianos tardaron algo de tiempo en darse cuenta de que los musulmanes se traían algo muy interesante entre las manos. Tan interesante que durante algún tiempo todo el que le hiciera la ola a Aristóteles corría el riesgo de que la Inquisición le invitase a sus oficinas para mantener una charlita. El aristotelismo y la razón adquirieron al final carta de naturaleza con Santo Tomás de Aquino, aunque éste siempre dejó claro que primero era la fe y luego la razón. Incluso con esa precaución la primera brecha en el muro del pensamiento medieval había sido abierta.
Resulta interesante contrastar la Historia del pensamiento musulmán con la del pensamiento cristiano. El cristianismo apareció en una cultura con una tradición filosófica centenaria, que ya había comenzado a estudiar la naturaleza con una mentalidad precientífica. El cristianismo tomó elementos de esa tradición filosófica, para sus propios fines, pero lo que hizo fue esencialmente cerrar la espita de la razón y abrir la llave de paso de la fe y del criterio de autoridad.
El Islam, en cambio, surgió en una sociedad que no había tenido hasta entonces una filosofía digna de ese nombre. Sus primeras conquistas le pusieron en contacto con el mundo griego y apenas un siglo después de la muerte de Mahoma ya estaba estudiando a Platón y Aristóteles. Irónicamente, cuando los cristianos gracias a filósofos musulmanes como Avicena y Averroes estaban empezando a recuperar a Aristóteles y a la razón, los musulmanes habían empezado ya a rechazarlos.
En el siglo XI, uno de los grandes pensadores musulmanes, Algazel, escribió: “Cuando hube terminado de examinar y de estudiar la filosofía, observando las falsedades y errores que hay en ella, conocí que es insuficiente, pues la razón no es independiente para conocer todos los problemas ni para descubrir la envoltura de todas las dificultades.” Algazel se propone revivificar el Islam mediante las ciencias teológicas, no mediante la filosofía, que utilizaba métodos ajenos a la revelación divina. Algazel señala que la lógica es necesaria para el Islam, las matemáticas son neutras y la física y la metafísica son indiferentes. Más demoledores e influyentes fueron los ataques a la filosofía de Ibn Taymiyyah (1268-1328). Ibn Taymiyyah quería volver a la pureza original del Islam y escribió una “Refutación de los lógicos griegos”, cuyo título lo dice todo. Tras Ibn Taymiyyah el pensamiento musulmán se centró más en lo teológico y descuidó el estudio de la naturaleza. Un resultado de esta deriva teológica fue el atraso tecnológico y científico en el que quedó con respecto a Occidente. Los cañones que utilizaron los otomanos en 1453 para bombardear Constantinopla los habían fundido y los manejaban artilleros cristianos. Y eso sólo fue el comienzo.
Si el Islam quisiera iniciar un proceso de renovación intelectual semejante al renacimiento occidental de los siglos XV y XVI, ¿adónde debería dirigirse?
Cuando en el siglo XIX los musulmanes tomaron clara conciencia de su atraso, la primera reacción fue adoptar la ciencia y la tecnología occidentales. No se dieron cuenta de que la ciencia y la tecnología no crecen en el vacío. Uno puede importar un ingeniero italiano para que le construya un puente. Lo que no puede importar es la curiosidad intelectual ni las universidades que formen científicos innovadores. Los reformadores musulmanes del siglo XX añadieron a la mezcla el nacionalismo y el socialismo, pero de alguna manera el experimento no cuajó en sus sociedades. Hubo cambios, pero no hubo una verdadera transformación social.
La guerra de los Seis Días de 1967, con la humillación que supuso para el mundo árabe, marcó el fin de esos experimentos con el nacionalismo y el socialismo. Entonces el péndulo giró en el otro sentido: si aguar el Islam y adoptar elementos occidentales no nos ha dado resultado, tal vez la solución esté en insistir en el Islam. Es entonces cuando la manera de enfocar la modernidad preconizada por los wahabíes saudíes cobra el auge que ahora tiene en el mundo musulmán. La respuesta al desafío de la modernidad y de Occidente es volver a las raíces, purificar el Islam de los elementos adventicios.
No da la impresión de que esta segunda estrategia haya sido mucho más exitosa. La sensación de malestar y de debilidad frente a Occidente persiste. La compra de aviones norteamericanos de última generación y la construcción de grandes rascacielos en el desierto sólo demuestra que el petróleo da muchísimo dinero, no que las sociedades estén cambiando ni que estos Estados se estén dotando de los medios necesarios para hacer frente a los nuevos desafíos.
Si una estrategia de mera copia imitativa de elementos occidentales no sirve, ¿tiene la tradición islámica elementos que pudieran ayudar a realizar ese cambio de mentalidad? ¿Puede la recuperación de Avicena y Averroes tener el mismo efecto sobre el Islam? A fin de cuenta sería reutilizar a pensadores de su propia tradición, no recurrir a elementos foráneos. Dudo que esa estrategia funcionase. La sociedad medieval tenía todavía suficientes puntos en común con la sociedad griega como para que el pensamiento de Aristóteles le resultase relevante a un Santo Tomás de Aquino. No me imagino, por poner un ejemplo, al politólogo Abdel-Samad reflexionando sobre el Islam con un libro de Averroes debajo del brazo.
Los políticos reformistas musulmanes han entendido que copiar ciegamente los modelos occidentales no sería aceptable para sus sociedades y terminaría en fracaso. Para su desgracia, no han leído a Averroes. Así pues, la fórmula que han encontrado es volver sobre el Corán y tradiciones anejas y encontrar en ellos un fundamento para sus reformas.
El pakistaní Mohammad Iqbal (1877-1938) dijo: “La ley revelada por el Profeta toma nota especial de las costumbres, los modos y las peculiaridades del pueblo al que fue enviado específicamente. Los valores de la sharia son en un sentido específicos de ese pueblo y ya que su observancia no es un fin en sí mismo, no pueden ponerse en práctica de manera estricta en el caso de las siguientes generaciones (…) Que el musulmán de hoy en día aprecie posición, reconstruya su vida social a la luz de los principios últimos y evolucione, a partir de la finalidad parcialmente revelada hasta ahora del Islam esa democracia espiritual que es el objetivo último del Islam.” El también pakistaní Fazlur Rehman retoma lo preconizado por Iqbal y considera que hay que “estudiar el Corán en su contexto total y específico”, suponiendo que un estudio historicista del Corán permitiría entenderlo mejor y, es de suponer, aplicarlo mejor.
Pienso que es un ejercicio condenado al fracaso, a menos que le tuerzan la mano a los textos. El problema es no darse cuenta de que hay unas verdades eternas, que son tan verdades ahora como la primera vez que se formularon, ya sea hace 1.000 o 5.000 años: “Confórmate con lo que tienes”, “Perdona a tus enemigos y no llenes tu corazón de rencor”… Esas verdades siguen ciertas y válidas y siguen sirviendo para saber cómo comportarse éticamente. Pero pretender que textos escritos hace varios siglos puedan contener recetas que nos indiquen cómo gestionar las complejas sociedades del siglo XXI, es harina de otro costal.
Estoy seguro que ninguno de los que abogan por volver a los textos originales y releerlos de una nueva manera para encontrar soluciones a los problemas de las sociedades musulmanas modernas, si necesitase de un ginecólogo, buscaría uno cuyos conocimientos consistiesen en el versículo del Corán que dice: “… lo colocamos como gota en un receptáculo firme. Luego, creamos de la gota un coágulo de sangre, del coágulo un embrión y del embrión huesos, que revestimos de carne…” Más bien buscaría a un formado en una universidad moderna y que estuviese al tanto de los últimos avances científicos. Si esto haría, en lo que se refiere a su salud, ¿por qué aplicar otros raseros en lo que se refiere a la sociedad y las instituciones políticas?
Veo que al final el hilo de la argumentación me ha llevado a donde no me esperaba. Empecé a escribir decidido a refutar a Abdel-Samad y he terminado llegando a unas conclusiones semejantes a las suyas. El Islam debe emprender su Renacimiento, pero no veo con qué mimbres va a trenzar esa cesta.