Revista Historia

Esbozos sobre la “guerra total”.

Por Nesbana

I. Recientemente reflexionaba sobre la validez y la aplicación que tienen los conceptos históricos: a qué momento se aplican, si son extrapolables a otras épocas históricas, a otros hechos, qué validez tienen o cómo son construidos de forma artificial. Los conceptos en historia son necesarios porque son el mecanismo comparativo y definitorio de los hechos y fenómenos; son instrumentos metodológicos que, aceptando su carácter ideal típico weberiano y no dejando constreñir la complejidad real por las barreras conceptuales, permiten dar luz y fortaleza explicativa. Las reflexiones teóricas sobre la historia conceptual o el lenguaje son muy fecundas para la tarea de un historiador y permiten llegar hasta la profundidad humana a la hora de definir algo.

II. Uno de los conceptos que más me han chocado ­y atraído —desde un punto analítico y explicativo— es el de “guerra total”. Está bastante consensuado el hecho de otorgar este calificativo a la Primera Guerra Mundial, unido a la idea de “guerra moderna”; no obstante, algunos autores miran hacia la Guerra de Secesión norteamericana buscando estos mismos elementos de devastación, movilización de recursos y consecuencias políticas para hablar de ella como “una primera guerra total” (BOSCH 2005: 520). Es una tesis bastante discutible pero, sin entrar en las características pormenorizadas de dos conflictos en ámbitos geográficos y con factores causales totalmente distintos, la Gran Guerra inauguró una serie de experiencias y de cambios culturales y referenciales en Europa que tendrían —para sufrimiento de las gentes de este continente— un gran futuro en las décadas posteriores. El sentido noble y caballeresco de la guerra perduró en los primeros momentos del verano de 1914 pero la experiencia posterior de una guerra inmóvil, coagulada en trincheras insalubres, borraría cualquier atisbo de orgullo. Los rostros de los soldados británicos cambiarían desde su felicidad manifiesta hacia la desesperación vivida en la batalla del Somme. Stefan Zweig relata de forma magistral esa transformación en el sentido de hacer la guerra:

 “Una rápida excursión al país romántico, una aventura salvaje y viril: con estos colores la guerra se presentaba en 1914 en la imagen del hombre del pueblo, en tanto que los jóvenes tenían incluso miedo de perderse la oportunidad única en la vida de pasar por una experiencia tan maravillosa y excitante. Por eso se arremolinaban en masa alrededor de las banderas; por eso cantaban y gritaban con júbilo en los trenes que los conducían a la masacre. Torrentes de sangre salvaje y febril se abatían en las venas del Imperio. Por el contrario, la generación de 1939 conocía la guerra. Ya no se ilusionaba. Sabía que la guerra no era romántica, sino bárbara”.

Agosto 1914: oficina de reclutamiento británica

Agosto 1914: oficina de reclutamiento británica

La muerte en masa de soldados desconocidos —que ya no eran héroes nacionales identificados por un nombre y unas condecoraciones—, el sufrimiento de un nuevo armamento mortífero, el arrasamiento de poblaciones civiles, la racionalidad tecnológica aplicada a la sinrazón de la muerte o el sentimiento de pérdida y desubicación al regresar al hogar. Todos estos son elementos de una experiencia bélica calificada de “guerra total”. Las siguientes palabras evocan de forma esclarecedora esta vivencia por el mismo Churchill que supera cualquier razonamiento que podamos tejer:

 “La Gran Guerra que acabamos de atravesar se diferenció de todas las guerras anteriores por el monstruoso poder de las armas de fuego de los adversarios, así como por sus temibles medios de destrucción, y se distinguió de las otras guerras modernas por la extrema brutalidad con la cual las operaciones han sido conducidas. Los temores de todas las épocas se hicieron realidad en ella; no tan sólo los de los ejércitos, sino los de poblaciones enteras que se han visto involucradas (…) Ni armisticios ni treguas pudieron hacer menos violenta la confrontación entre los ejércitos. Los heridos murieron en las líneas enemigas y los muertos mancharon los campos de batalla. Barcos mercantes, barcos-hospital y embarcaciones neutrales se hundieron en el fondo del mar, lo cual provocó la pérdida de cuerpos humanos y de bienes materiales. El mundo fue sometido a los peores padecimientos y, así, la hambruna redujo a poblaciones enteras sin consideración de edad ni de sexo. Pueblos y monumentos culturales fueron dañados por la artillería. Gases venenosos asfixiaron y quemaron soldados y el fuego del fósforo devoró sus cuerpos. Hombres cayeron del cielo cubiertos en llamas y otros murieron lentamente, asfixiados en los bancos de aire de los barcos hundidos. El tamaño de los ejércitos no ha tenido ningún otro límite más que aquel de la población de los países correspondientes. Europa y una gran parte de Asia y África se convirtieron en un inmenso campo de batalla devastado, el cual vio engullirse ejércitos y países enteros. Por último, la tortura y el canibalismo son los únicos medios a los cuales los Estados civilizados, científicamente desarrollados y cristianos renunciaron, únicamente porque eran de una utilidad problemática.


Esbozos sobre la “guerra total”.

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